Los días eran así es un libro que se puede empezar a leer por el epílogo. El texto de Ernesto Tiffenberg, director de Página/12, recuerda la escucha atenta de las historias volcadas por el autor después de noches de cierres tardíos del diario en un bar de avenida Belgrano de Buenos Aires, traza un breve y preciso perfil de Hugo Soriani, uno de los fundadores del diario hace 30 años. De pibe, se cuenta, quería ser futbolista y también cantante de la nueva ola, una definición tan vieja como necesaria para explicar una época del país. Soriani no solo narra los años setenta con humor (negro, por momentos) y bella melancolía, sino también con la dulzura de los buenos tiempos.

Es un libro que continúa por los agradecimientos. El autor valora haber escrito una nota siempre mejorada por un amigo, rescata a las Abuelas de Plaza de Mayo por hacer más fácil el camino, "sólo hay que seguir sus pasos", dice, a los editores del Grupo Octubre que hicieron realidad el nuevo vínculo entre cultura, política y periodismo, a los colegas, por los años compartidos en el trajín diario, y a aquellos -anónimos y famosos‑ que les rogaban que se animara a compilar en un libro los textos originalmente publicados como contratapas de Página/12.

"Los días... se puede leer como un libro de microrrelatos o de aguas fuertes porteñas, es una crónica aguda de época que llega hasta nuestros días", apuntó Luciana de Mello en el suplemento Radar.

Es un libro que cuenta a una generación, la del setenta, los amigos del barrio, el fútbol y la música a los años de prisión en una cárcel de un joven militante de izquierda revolucionaria a disposición del Poder Ejecutivo, antes del golpe militar. Nueve años a la sombra. Desde los 21 a los 30 años, la vida interrumpida.

‑ ¿Qué te llevó a escribir las contratapas del diario? -pregunta Rosario/12.

‑ La necesidad de contar cosas que había vivido, me parecían necesarias compartirlas, tenía a mano el diario, la posibilidad y el privilegio de que cientos de miles de lectores pudieran leerme. El formato de la contratapa del diario da muchas posibilidades al autor, escribí de diferentes temas, de derechos humanos, de mis vivencias en la cárcel, otras de rock, la música, otro de mis fanatismos, siempre me consideré un músico frustrado. Compartí diálogos que escucho en la ciudad, imágenes urbanas que me sorprenden mucho, soy muy urbano, me gusta mucho andar en bondi, caminar, mirar la gente, sentarme en una mesa de bar y ver a través de la vidriera, soy curioso. Y es fantástico poder compartirlo en un diario, me hace muy dichoso.

‑ ¿Qué repercusión tuvieron los textos una vez publicados?

‑ Hubo textos que tuvieron más respuesta que otros, hay textos que angustian mucho, sobre todo para aquellas generaciones que no vivieron la dictadura. Lo comprobé a través de las maestras veinteañeras de mis hijos, cuando se enteraban de que había estado detenido, enseguida me venían a preguntar cosas, no estaban enteradas de nada o de muy poco de lo que había sucedido. Y yo, que había sobrevivido, tomé conciencia de que tenía el deber de contar esos horrores.

‑ ¿Cuál es el modelo de escritor que te influenció? ¿Osvaldo Soriano, Roberto Arlt?

‑ No puedo decir que tengo un modelo de escritor que me influenció. Soy ávido lector de ambos, me divierten. No es casual tu pregunta, más que influencia yo diría que me pregunté si era capaz de imitarlos en algún punto, aunque esos dos maestros son inalcanzables. El tercer escritor que me animo a citar es a Eduardo Galeano, con el que he compartido, al igual que con el Gordo Soriano, muchas madrugadas, otro privilegio que me da escribir en el diario. No sé si habré alcanzado los talones de Eduardo. Algunas de mis contratapas son relatos inspirados en su estilo ‑relatos cortos, contundentes, con pocas palabras, muy secos‑ y en su ejemplo. El decía que había que separar las piedras de las lentejas.

‑ ¿Los días... es mucho más que un libro de memorias?

‑ Lo que sé es que ahí está gran parte de mi vida, no mi vida autobiográfica, es un libro con un coro de voces, están las voces de mis compañeros de prisión, de familiares, está la voz de mi padre, creo que es un libro generacional, de aquellos que crecimos en las décadas del sesenta y setenta, son vivencias en los barrios porteños como también suceden en Rosario: el fútbol en la vereda, la calle, la costumbre del mate, el nacimiento del rock argentino, Rosario fue cuna del rock, con Fito Páez, con Litto Nebbia.

‑ ¿Si tuvieras que elegir entre el asalto al poder, ir a la cancha de fútbol o hacer el aguante en un concierto, cuál sería hoy tu prioridad?

‑ Quizá la frase "asalto al poder" no sea la más indicada. Claro que me hubiera gustado construir un país mejor, aquel sueño por el que murieron tantos compañeros, con justicia, con distribución de la riqueza, con igualdad de oportunidades, con educación pública gratuita, con las cosas funcionando como tienen que funcionar, sin pobres y sin ricos, ese era el país por el que murieron mis compañeros y otros miles estuvimos detenidos o exiliados. Si se trata de priorizar obviamente yo quisiera que ese sueño se hubiera cumplido. Pero cumplir ese sueño no significa dejar de ir a la cancha de River o ir a un concierto de Almendra o La Renga, por hablar de un grupo actual. Me parece que una cosa no quita la otra.

‑ El humor negro es otra característica que predomina en el libro.

‑ Sí, pero además es evidente en muchos libros de sobrevivientes. Los presos políticos lo ejercimos mucho, era un recurso para sobrevivir, un discurso para bajar los decibeles de la tragedia o profundizarla desde un sentido humorístico, de tabla de salvación, era la posibilidad de reírse de las propias desgracias, por lo menos los psicoanalistas dicen que en ese caso la risa es sanadora.