En el año 1947, Eva Duarte de Perón partía hacia Europa. Por ese entonces, ya era primera dama y viajaba en representación de su esposo, Juan Domingo Perón. La gira europea se caracterizó por ser extensa y por la búsqueda de estrechar alianzas económicas con el viejo mundo. Los destinos del viaje fueron cuatro: España, Francia, Suiza y el Vaticano. A lo largo de su recorrido, su figura generó impacto y reconocimiento mundial. Tal es así, que su rostro se imprimió sobre la tapa de la revista Time.

Al finalizar su viaje por el exterior y retornar a Buenos Aires, impulsó una serie de medidas de fomento social. Más ligado al concepto de Justicia Social, una idea primordial para Evita en su gestión frente a la sociedad civil. Entre esas medidas, aparecieron los Juegos Nacionales Evita. Evento deportivo creado a mediados de 1948, que contenía un doble propósito. Por un lado, de índole sanitario. Es decir: para participar del acontecimiento, era obligatorio realizarse chequeos médicos, con el fin de crear un historial médico para los niños. Y, por otro lado, sacar a la población infantil de los márgenes sociales y, así, desarrollar los vínculos sociales a través del deporte. Desde esos principios partía el certamen deportivo. Situar a la niñez en lo más alto de la pirámide de prioridades. O como decía el lema de los Juegos: "Los únicos privilegiados son los niños".

Sin embargo, en 1955, llegó el golpe cívico-militar de la Revolución Libertadora, y con él, el proceso de "desperonización". Un programa que tenía como intención arrasar con el avance cultural que se había constituido durante el peronismo. De esta manera, los Juegos Nacionales Evita quedaron cancelados. Hasta que, en 1973, con el retorno de Perón a la presidencia luego de su exilio se reactivaron dichos Juegos. Esta reactivación, no sólo reavivó el leitmotiv de los niños como prioridad, sino que también facilitó las condiciones para que aparecieran los primeros murmullos del mito. Para que se comience a hablar de un chico de 10 años, de nombre Diego Armando Maradona, o "Pelusa", como se lo apodaba, y que fascinaba con su destreza técnica en Los Cebollitas.

Este equipo se organizó en el predio de Argentinos Juniors. Los juveniles que se acercaban a probarse al predio provenían de la categoría 60. Allí, los esperaba Francisco Cornejo, que bajo su dirección técnica dispuso la supervisión de los futbolistas que terminaron siendo seleccionados y superando la prueba. Sin embargo, para poder jugar de forma oficial en Argentinos Juniors se debía cumplir con un requisito: tener más de 14 años. Ante esta regla, Los Cebollitas, nombrados así por Cornejo, por su edad y estatura baja, participaron de torneos juveniles de alcance regional y nacional. Entre ellos, los Juegos Evita del año ‘73 y ‘74.

Aquellos que vivenciaron esos tiempos, hablan de un conjunto de jugadores que llevaban el potrero y el juego vistoso como insignia. La gente se agolpaba en los estadios para disfrutar de su fútbol. Dentro de ese equipo, había dos hermanos que integraban la nómina. Los hermanos Dalla Buona. Luego de la etapa de Los Cebollitas, cada uno tomó vidas diferentes. Osvaldo debutó en Primera con Argentinos Juniors ante Platense y emigró al Sabbadell de España. Rubén, con el objetivo de cooperar económicamente con su mamá (su papá falleció cuando él y su hermano eran muy pequeños), abandonó los estudios y se lanzó a la pesca para trabajar en distintos oficios. De joven fue vendedor en una frutería y repartidor de papas. De grande, ingresó como empleador en el ANSES. Hace un año se jubiló, pero sigue haciendo base en el trabajo, cumpliendo los horarios de taxista.

Rubén Dalla Buona está frente al volante. Mira por la ventanilla de su taxi y sigue pasando por esos lugares donde fue feliz: Urquiza, Belgrano y Paternal. Durante ese trayecto, se dirige hacia la calle Jonte al 2100. En dialogo con Página / 12, menciona que recurrentemente pasa por esa esquina. Cada vez más. Ahí está la nueva estatua y mural de Diego Maradona. En el corazón de La Paternal.

–¿Qué recuerdos tenés de Los Cebollitas? Se suele hablar de que era un equipo que rendía culto al potrero.

–Tenía esa dosis justa entre el concepto de equipo y el genio. "El Diego" resaltaba como futbolista, pero era uno más del equipo, que además era una máquina. Desde el arquero hasta el último jugador. Hasta los suplentes era un lujo verlos. Jugábamos al fútbol y bailábamos al rival. Era un baile nuestra manera de jugar. Podría calificarlo así.

–¿A qué Maradona conocieron ustedes?

–Nosotros conocimos al Diego. No a Maradona. Al pibe introvertido, que no hablaba nunca. Pero que a la vez era un fenómeno como jugador. Recuerdo que jugamos contra River en los Juegos de Evita del ‘73, donde el Diego hizo una jugada calcada como la que le hizo a los ingleses en México 86. Y el entrenador de River paró el partido y dijo: "Hasta acá". Una manera de expresar el asombro por lo bueno que era. Y es ahí donde le ofrecieron a Don Diego (padre de Maradona) transferirlo a River. Le ofrecieron una casa en Capital, un empleo. Y él les dijo: "la felicidad de mi hijo no la vendo".

–¿Cuál fue el mejor Maradona deportivamente hablando?

–El de Argentinos Juniors. Lo mejor que vi. Ni en Boca, ni en Barcelona. "El Diego" no pudo salir campeón con Argentinos, porque si te retrotraes, a él lo expulsan en un partido amistoso en Mendoza y le dan 5 fechas de suspensión por el campeonato. Ahora no se hace más eso. Pero para que tomes dimensión: Diego jugó 5 años en el Bicho y salió goleador 5 años consecutivos. Recuerdo el impacto que tenía en los estadios. Iba gente de otros equipos a verlo.

–Y cuando jugaban Los Cebollitas, ¿también generaban expectativas altas?

–Los estadios se llenaban. Cuando jugábamos con la novena división de Argentinos, venían los vitalicios, las familias. Empezó a correr la bolilla sobre la forma de jugar de Los Cebollitas, entonces había gente de todos lados de Buenos Aires que se sumaban a ver los partidos. De todo tipo de colores, de clubes, etc.

–¿Qué experiencia te dejó haber participado de los Juegos Evita del ‘73 y el ‘74?

–Fue hermoso. En el 73 nos fue muy bien en la Zona de Buenos Aires. Le ganamos 5 a 4 a Santa Ana, que eran los futbolistas que pertenecían a las inferiores de River. Los equipos que estaban en los Juegos Evita no podían ser inscriptos con el nombre de sus clubes. Por eso Los Cebollitas representaban a Argentinos Juniors. Santa Ana a River. Cuando pasamos a la instancia final, fuimos a Embalse. A Córdoba. Para enfrentarnos con las otras provincias. En semifinales jugamos contra Santiago del Estero y empatamos 2 a 2. Fuimos a penales y quedamos eliminados. Recuerdo que el Diego falló el suyo. Pero en el ‘74 nos redimimos. No sólo había jugadores de la categoría 60, sino también de la 61. Porque por edad, necesitábamos cumplir con el cupo infantil. Le ganamos a San Telmo en la final, 7 a 2. En ese equipo jugaba de lateral derecho Marcelo Tinelli.

–¿Y qué se fomentaba desde el torneo Evita?

Primero la salud. El cuidado del niño. Hacíamos las revisiones médicas donde debíamos tener una planilla con nuestro historial médico para poder jugar. Pero sobre todo en esos Juegos lo que se inculcaba era la amistad. Que el deporte era un momento de camaradería. Ahora recuerdo que, en los juegos de Evita del ‘73, hay una foto donde el Diego se acerca y abraza a un chico que estaba llorando (Alberto Pacheco) porque había perdido contra Entre Ríos. Entonces nos inculcaban esa doble idea: todos somos deportistas, todos somos amigos.

–¿Siguen recordando lo que experimentaron con Los Cebollitas?

–Siempre. Nos juntamos una vez por mes. En cada cumpleaños. Desde que el Diego se fue a Barcelona, Los Cebollitas nunca pudimos reunirnos con él. Así que imagínate el tiempo. La última vez que nos vimos fue en la cancha de Argentinos en 2019. Habíamos quedado que el 30 de octubre de 2020 íbamos a festejar los 60 años del Diego con la categoría 60. Argentinos nos había prestado el campo deportivo, nos había preguntado si queríamos hacer un partido en la cancha. Eso se lo comentamos al Diego y nos dijo: "yo estoy, yo quiero estar". Lamentablemente no pudimos llegar más a él y al año siguiente falleció.

–Me acuerdo de los gestos de cariño que había entre ustedes...

–Exactamente. Cuando se abrazó con Pelusa, con Rudy Escobar. Rudy le prestó el jean y el traje que utilizó para ir al programa de Mirtha Legrand. También con Carlos Montaña de Fiorito. Yo estaba con ellos. Una vez por mes nos solemos juntar con los muchachos y sentimos un gran orgullo de haber representado a la familia de Argentinos. Recordamos todo lo que logramos. Fue la mejor etapa de nuestras vidas. Hay mucho de barrio en el relato. Y el barrio genera un sentido de pertenencia. Cuando nos reunimos, hay amigos que están mal y otros que están bien. Pero entre nosotros nos ayudamos.

–Qué triste que esa reunión de los 60 de Diego con la categoría 60 no se haya podido hacer. Era una hermosa excusa.

–Si. Muy triste. Quedó suspendida. Murió Diego.