Dos mil libros son los que eligió para que permanezcan en su biblioteca, le quita el sueño no poder terminar de ordenarlos alfabéticamente y por género literario, se compromete a que cuando se reponga de algunas dolencias en el cuerpo esa será su primera tarea. En su escritorio tiene preparada una botella de agua para las pausas de una verborragia histriónica de la que no pierde el hilo. Esther Díaz tiene un pacto inquebrantable con la elegancia, es la primera entrevista que hace en relación a su último libro “Una filosofía de la vejez” (Sudamericana 2025). Detrás suyo, está el paisaje de solapas de Foucault, levanta las dos piernas y las apoya en otra silla, sus 85 años parecen parte de un decorado.
“Existe el impulso vital hacia el crecimiento, que llegado a cierta etapa de la vida se aquieta, cuando se comienza a añorar la juventud. He de confesar que no es mi caso, por cierto, lo que menos deseo es volver a ser joven. Pero quisiera mejorar cada día mi permanencia vital”, dice Esther en uno de los capítulos del libro, en donde perfila una estrategia meticulosa, tan cuidada como los peinados que sabe hacer porque su oficio iniciático fue la peluquería: Ejercicios tres veces por semana, la masturbación, comer hierro e inyectarse un medicamento en los ojos para que la enfermedad que dejó ciega a su mamá no cumpla su función hereditaria.
“Una filosofía de la vejez” podría muy bien completar una trilogía en donde Esther combina la escritura del yo con sus investigaciones filosóficas. Lo hizo en “Filósofa punk” (Plantea 2019) y en “Lengua de Loca” (Biblos 2022), este último con columnas que escribió para este suplemento: “Cuando me llamó Marta Dillon para escribir en Las12, en plena pandemia, yo sentí una felicidad y recién ahora me doy cuenta porque”
¿Por qué?
--Es la primera vez en mi vida que se me ocurre lo que te voy a decir ahora o por lo menos es la primera vez que lo verbalizo: a mi me influyó mucho mi papá, él fue toda la vida diariero con la contradicción de que no sabía leer. Cuando se casó mi abuelo materno le enseñó a leer, entonces yo tengo el recuerdo que a la noche, mientras mi mamá lavaba los platos y nosotros nos íbamos a acostar en la habitación al lado de ellos, mi papá leía el diario La Razón como los chicos, en voz alta porque estaba aprendiendo a leer. Le gustaba decir que él era periodista porque vendía periódicos y además también decía que lo que estaba en el diario era verdad. Y entonces pienso ¿por qué me alegró tanto cuando me llamó Marta?
Porque era verdad…
--Porque era verdad. Cuando yo escribía esas columnas que después fueron Lengua de loca fue la Esther de la felicidad, encontrarme por fin con mi proyecto originario. Agradezco haber vivido tantos años porque recién llegando a los 80 encontré el reconocimiento que yo quería. Cuando a mi me llamaron para hacer este libro, me conocían porque yo escribía en el diario
El invento de la vejez
En este último libro insistís mucho en la idea de que la vejez es un invento de la modernidad ¿a quién crees que le sirve?
--Va por va por dos vías me parece a mí. Una es la histórica, porque en la antigüedad se respetaba mucho la vejez, pero después del invento de la imprenta, ya los viejos no son indispensables como eran antes, porque eran quienes conservaban la memoria, toda la historia de lo que había pasado hasta entonces. Cuando se inventa la imprenta, ya todo el mundo tiene acceso y entonces los viejos no son importantes. Y por otro lado, la perversión tecnocientífica en combinación con el mercado. No pasa un mes sin que algún científico saque alguna novedad para vivir más años
Tu mamá vivió hasta los 103 años, tenés un linaje longevo
--Si, pero mi mamá pedía morirse todos los días. Yo prefiero vivir menos pero intensamente como en las parejas
¿Cómo es eso?
--¿Qué es una pareja exitosa? ¿Una que dura 60 años, que ya no se puede ni ver o una pareja que te duró una noche pero fue la noche más feliz de tu vida y nunca te la vas a olvidar porque fue extraordinaria?. Para mi la duración no tiene ningún éxito. Las parejas más largas que tuve, por mi larguísima vida, fueron tres y ninguna duró más de 7 años. Había una película de Marilyn Monroe que se llamaba “La picazón del séptimo año”, yo no entendía lo que quería decir y es verdad, a los 7 años te agarran ganas de volar para otro lado.
¿Siempre fueron parejas monogámicas?
--Si, tuve una sola experiencia no monogámica y sufrí mucho. Por más que yo desde la cabeza pueda escribir sobre otras cosas, el corazón tiene razones que la razón no entiende. Tenía 40 años menos que yo pero era bellísimo
Siempre te gustaron los más pendejos…
--Si, pero era demasiado 40 años. Yo le pregunté ¿Qué se te dio por acercarte a una mujer que podría ser tu abuela?
Es que no te veía como una abuela, de eso también hablás en el libro, sobre la autopercepción de la vejez, y decís que la sensibilidad tiene razones que la razón no entiende: la edad cronológica, biológica y psicológica están atravesadas por el desfasaje entre el calendario y la autopercepción ¿Qué es eso que no se entiende?
--Llega una edad en la que una se empieza a preguntar ¿soy vieja no soy vieja?. Lo que pasa es que yo no me sentí vieja hasta los 80, te juro. Sabía que era vieja no le negaba, jamás negué la edad. Pero sentirlo fue recién a los 80 porque los dolores te atacan de todas partes. Nunca creí que iba a llegar un momento en que iba a haber sequía de hombres para mí. No me lo imaginé nunca.
¿Y cómo resolviste?
--Con un gran respeto, admiración y desarrollo del autoerotismo. O sea, con los dildos y con la pornografía.
En este libro contás muchas escenas de calentura…
--A veces a la noche estoy caliente y digo “¿Por qué mierda estoy caliente?” y me acuerdo que vino un plomero. Estuve encerrada en la casa todas esas horas con un tipo que me calentaba pero que en ese momento no me doy cuenta, la calentura viene después. Así que soy una gran defensora del autoerotismo a toda edad, pero mucho más cuando somos mayores.
Vos venís diciendo y en este libro lo reafirmas que a los 50 empezaste a coger muy bien y a explorar al máximo tu deseo sexual. Eso es revolucionario ¿Lo sentís así?
--Si claro, el deseo a mis 85 años está vivo. Si me ponés uno como ese de 40 que te nombré, agarro viaje.
Este deseo tan vital hace que también tengas un cuidado estético muy visible, siempre estás de punta en blanco. ¿Pensaste cómo sería si en algún momento necesitas a otra persona por la pérdida de autonomía, una cuidadora por ejemplo?
--Me da terror. Yo no le tengo miedo a la muerte sino a la pérdida de la independencia. La única manera de no quedarse paralítica es caminar, entonces yo salgo a caminar con un esfuerzo enorme. Antes de la pandemia, caminaba cuarenta cuadras seguidas, ahora a las ocho tengo que sentarme, aunque sea en el suelo, en cualquier parte, me tengo que sentar porque no aguanto. Camino con un esfuerzo, a veces se me caen las lagrimas.
El oxímoron existencial de esperar la muerte
Decís en el libro que las vejeces se mueven entre esperas, una es la muerte que es una espera sin resolución porque nadie vivencia su propia muerte, sin embargo es de las ideas más recurrentes en relación a la vejez. ¿Por qué te parece que se traza esa línea tan directa?
--Para escribir este libro investigué mucho y cuando iba a las librerías a buscar información sobre la vejez, me traían tres o cuatro y por ahí uno valía la pena. Después me traían un montón que eran sobre la muerte, y a mi me daba bronca pero en ese momento no me lo puse a pensar. Y después pensé que la vejez es la etapa más larga de la vida: bebé sos un año, niño o niña doce o trece, después sos joven quince años, adulto otros quince y después empezás a ser adulto mayor y viejo como por treinta años si tenés una vida como yo. Comencé a investigar y ¿sabés a qué edad muere más gente? de recién nacidos a dos años. Pero si vos vas a buscar un libro de niñeces, nadie te va a dar un libro sobre la muerte
Escribís sobre la vejez pero hablás de todo..
--Esa es la diferencia entre la filosofía y la autoayuda. Mientras que la filosofía te da conceptos como para que puedas elaborarlos y llegar a tus propias conclusiones, la autoayuda te da recetas universales. Cuando tenés sesenta años tenés que empezar a hacer gimnasia y cuando tenés setenta tenés que hacer eso otro, es una receta universal.
De todas formas cuando te atacan las dolencias hay limitaciones bien concretas
--Yo antes quería ser un hombre del renacimiento. Yo quería pintar, de hecho estudié pintura, estudié dibujo y soy profesora de piano. Lo que quiero decir es que yo quería saber todo, tener toda la sabiduría como todavía quiero hoy. Nada más que hoy, ya la vida me enseñó que estoy muy limitada, entonces lo que quiero es sabiduría dentro de lo mío.
Dijiste que el libro Lengua de Loca es la Esther de la felicidad ¿cuál es la Esther de este último libro?
--La orgullosa