Cristaldo pasó la noche armando los bultos, tratando de imaginar un horizonte que desconocía por completo, pero el plan era sencillo: llegar hasta Formosa y de allí otro micro, y listo.

Doña Porfiria, la mamá de Cristaldo, fingía dormir en el cuarto contiguo llevando el insomnio a oscuras con los ojos abiertos.

En la despuntada del amanecer, Nelson Cristaldo, acompañado de su madre, subió al micro que los llevaría de Benjamín Aceval hasta Asunción. Ambos conocían el recorrido, que era micro-pontón para cruzar el río-micro. Desde Aceval, en pleno Chaco paraguayo hasta la capital del país eran poco más de cuatro horas de viaje, pero ambos sabían que al final del recorrido los esperaba la maravilla de las vendedoras callejeras de sanguches de milanesa.

Porfiria -viuda reciente- vio cómo se alejaba su único hijo varón y tuvo una ruda certeza que le vino junto con un suspiro: ”¡vaya dios a saber cuándo sabré de vos!”

Lo encomendó mucho, mucho, a la Virgen de Caacupé, mientras veía desaparecer el micro, y desde ese mismo momento comenzó a esperar noticias, desandando sola el camino, mirando por la ventanilla.

Ella recordará para siempre aquel 21 de febrero de 1985.

Cuando Cristaldo bajó en la terminal de Formosa, se sintió tranquilo. El clima húmedo y caliente, el aroma del rio que traía una brisa mínima y la vegetación prepotente le eran familiares. Entonces se sentó a esperar el micro para llegar a Buenos Aires y de ahí a La Plata.

“Allí tuve el primer aprendizaje y la primera ayuda. ¿Qué sabía yo cómo era? Yo tenía diecisiete años y me habían dicho vos hace así y asáo y listo, vos llegás.”

Ya de noche, un hombre lo vio sentado en la estación con sus tres bolsos de marinero sin barco, tan huérfano, que se lo llevó a su casa y le acomodó los horarios y la vida con un consejo: “no podés ser muy inocente, hacé tu camino pero cuidate, y sobre todo pregunta todo tres veces.”

A la mañana siguiente lo llevó, bien desayunado, a la terminal a buscar micro.

Nelson Cristaldo se ríe, y menea la cabeza porque “hoy lo veo como gracioso. Es que me acuerdo bien, me bajé en 13 y 32, porque vi el cartel decía “bienvenido a la ciudad de La Plata” y pensé aquí es, pero como yo tenía que ir a la universidad, me caminé con un calor horrible las treinta cuadras con mis tres bolsos, ¡qué sabía yo!” dice con la cadencia en la voz de quien tuvo el guaraní como lengua madre.

Desde allí hasta hoy pasaron más de treinta y cinco años y nada borró de su memoria la llegada a la universidad con sus bolsos y su cara de perdido recién llegado, siendo abrazado y ayudado por sus compatriotas a conseguir cuarto que alquilar, documentos para estudiar, amigos para no extrañar, algún trabajo para vivir y aprender que “la comunidad es importante, la comunidad te abriga, te enseña, te ayuda y así vas formando parte, por eso insisto y trabajo para que seamos un todo con todos. Mira, hoy en La Plata somos más de veinte mil paraguayos, y hablo de los registrados, suponemos que en total, aquí en La Plata, somos casi cincuenta mil, mas los que van llegando, pero a esos hay que formarlos para que mejoren y piensen también en los demás, que se integren.”

Entre sus batallas (o tareas, como le gusta decir) está la de colaborar con mucha paciencia y palabra contra la discriminación porque “cuando hay discriminación la comunidad se cierra, y eso no es bueno, porque así nadie crece, y todos tenemos cosas que aportar.”

Cristaldo, hijo de un piloto paracaidista sub oficial principal mayor de la fuerza aérea paraguaya, sabe que esa prosapia no lo salvó de ser discriminado: “podríamos decir que éramos de clase media, media baja, porque teníamos un campito y sembrábamos caña y yo a los nueve años cortaba y preparaba todo para cargar el carrero a las tres de la mañana, que era cuando don Ireneo gritaba 'carreeeroooo' y había que acomodar las dos toneladas que se llevaban. Bueno, en mi pueblo había muchos alemanes de plata y apellidos importantes. Cuando había futbol yo era fundamental, me venían a buscar hasta en camioneta, pero cuando había una fiesta, yo era el pobre al que no había para qué invitar.”

Nelson Cristaldo no recuerda ni habla con dramatismo, solo como experiencia que lo llevó por el camino que decidió tomar: el de integrar.

En ese afán estaba cuando en la época del entonces presidente Menem se dio la regulación migratoria y vio una punta ahí, apoyada con la Comisión Católica Argentina, que firmaba las radicaciones, y armó el convenio migratorio, desarmando la rosca de quienes hacían permisos de residencia falsos porque “en esa época todo era a mano, y había gente que estafaba con eso, porque era fácil, entonces me metí y desde allí hubo muchos buenos momentos. Por ejemplo, Néstor Kirchner abrió lo de Patria Grande y nos reconocieron la COPARA, Cooperativa Paraguaya, y Alak que era intendente también ayudó mucho. Y no nos olvidamos de eso.”

Pero antes habían pasado otras cosas. En 1998 una propuesta de diputados duhaldistas encendió las alarmas: se presentaba un proyecto de ley de delación de extranjeros, premiada, y allí se juntaron noventa y ocho representantes de las comunidades y crearon la Federación de Entidades Paraguayas, que en un congreso votaron que Nelson Cristaldo fuera su presidente. Había que unificar y conducir, y se logró no solo eso, sino la articulación con toda la sociedad.

Nelson Cristaldo se recuerda a sí mismo, se reconviene y se perdona con una sonrisa suave, por lo que finalmente consiguió corregir: “después caí en el gravísimo error de la pequeñez de la política, conflictuar con uno y con otro y tener rivales internos y me sentí importante y ahí vienen los problemas, entonces me tuve que curar de eso, porque eso no construye nada.”

“Después con Cristina todos crecieron, ya se veían empresas de paraguayos con argentinos, y todo iba creciendo y mejorando. Eso se veía mucho en las fiestas, todos estaban contentos y se cantaba y se bailaba, porque la felicidad es expansiva” y entonces le brillan los ojos.

Cristaldo vive bien, tiene tres hijos y un presente que le permite calcular su futuro aunque “después de Cristina vino Macri y ahí muchísimos cayeron, y todavía caen.”

La tarea hoy es lograr “no solo mejorarles la casita que se están haciendo los compatriotas nuevos, o ayudar a arreglar el baño, sino trabajar en la integración, en la dignidad de sentirse bien, y otras cosas más puntuales, como por ejemplo que tenemos quince mil paraguayos que trabajan y estudian aquí, que aportan no solo a la economía sino también a la cultura, y tienen hace años construida sus casas en barrios muy consolidados y con todos los servicios, pero no tienen su título de propiedad de la tierra. Eso me ocupa, porque son cuestiones municipales, por eso nos reunimos con Alak, que se comprometió a resolverlo si gana”. Pero claro que no es lo único, ya que “el discurso de la derecha nos hace ver que los migrantes estamos en riesgo. Ya pasó, no son imaginaciones que nosotros imaginamos porque nos da la gana. Cuando Patricia Bullrich sacó eso de que todos éramos extraditables, pasamos momentos de mucho miedo”.

Cristaldo recuerda todo, las buenas épocas y las malas. Recuerda la dureza y la solidaridad y cree que todo puede y debe mejorar, para los suyos y para todos. Para eso trabaja. Y para volver a reírse en las fiestas de la comunidad.

Y basta mirarlo a los ojos para saber que de verdad lo cree.