En política, y en otros órdenes también, aunque la política sea quizás el que mejor lo resume, los hechos pueden agruparse en, por lo menos, tres rangos de calificación.

Están los hechos lícitos a secas, o casi. Por ejemplo: al cabo del acto de CGT y CTA, el Gobierno decidió el despido de dos funcionarios ligados a la órbita gremial. Ezequiel Sabor se desempeñaba como viceministro de Trabajo. Y Luis Scervino era el superintendente de Servicios de Salud o, sin eufemismos burocráticos, nada menos que quien administraba los recursos recibidos por las obras sociales sindicales. Ambos volaron de una sola patada cuando culminó la manifestación del martes pasado. A Sabor, que fue suplantado por Horacio Pitrau, defensor de Sergio Schoklender en la causa Sueños Compartidos, le endilgaron de la noche a la mañana ser un hombre del moyanismo. Y a Scervino lo apuntaron por su cercanía con José Luis Lingeri, secretario general del sindicato Gran Buenos Aires de Obras Sanitarias y considerado por el Gobierno como una figura clave de la generalizada paz gremial con Macri. Pero antes del café del desayuno volvió la guerra fría y, según adelantaron a coro los comunicadores oficialistas, se pondrá peor. Envalentonada por el resultado de las primarias, Casa Rosada se propone apretar a sus ex aliados moyanistas de todas las formas posibles y, dicen los fisgones y servicios de palacio, recursos no le faltan sino que, más bien, le sobran (OCA, causas penales pendientes, los peajes, su ruta). ¿Algo de todo eso es políticamente ilícito en términos estrictos? No. Son jugadas de tira y afloje y, vamos, cualquier jefe de Estado necesita dar imagen de liderazgo e, incluso, de capacidad vengativa. No se supone que a alguien le guste tener un zombie de Presidente. La maniobra oficialista contra el juez Eduardo Freiler en el Consejo de la Magistratura, sin duda repudiable, ya había anticipado que el macrismo estaba dispuesto a correr los límites republicanos de que tanto presume y su aparato mediático se lo festejó como una picardía que, en caso de haber ocurrido durante la gestión kirchnerista, habría desatado una orgía de críticas interminables. Pero “técnicamente” no hay nada que objetar. A su turno, la marcha de CGT/CTA fue numéricamente importante, en un día laborable, gracias también a la presencia de movimientos sociales de ese conurbano profundo que en las próximas horas o días dará ganadora a Cristina así sea por un puñado de votos. Macri contestó a eso con el shot ipso pucho a los funcionarios que usaba para negociar con el entramado cegetista. ¿Qué podría reprochársele, desde el entendimiento de cómo funciona el poder más o menos desde que el mundo es mundo?

Cuando se pasa de la licitud a la legitimidad, aparece por ejemplo el manipuleo oficial con la carga o difusión de los votos en GBA y Rosario. Como señala el sociólogo Luis Alberto Quevedo, lo demostrable es que fue un fraude comunicacional y no técnico (Marca de Radio, sábado 19 de agosto). Y como pregunta su colega Horacio González (PáginaI12, mismo día): “¿Por qué un fraude no va a consistir apenas en parar un reloj? El embustero antiguo intentaba poner cara de científico. Ahora bastaba una pantomima y ponerse en horario el traje de fiesta. Si fuéramos exquisitos lo podríamos llamar fraude icónico, una imagen fuerte pero fugaz. Cuando se sepa la verdadera cifra, no importará. O importará de otra manera. Acaso, importará más. El conteo se detuvo para que quedara la iconografía del baile”. Esas dos apreciaciones vendrían a coincidir en que lo lícito puede ser tramposo, y vaya si lo es, pero el concepto de ilegítimo le cabe mejor en su acepción de ser todo aquello que no es auténtico, genuino o verdadero. Traducido al pasado domingo 13 a la noche, los macristas oficiales salieron a primerear el festejo (fueron los únicos, en rigor, porque no hay, entre los votantes del Gobierno, quienes exterioricen contentura manifiesta: nadie se siente enamorado de Macri, como lo expresa aquello de que nunca será remera; o por aquello de que sirve para rechazar, mucho antes que para adherir). Como fuere, las presuntas pruebas de mesas adulteradas -largamente difundidas en las redes- no parecen encontrar solidez en el escrutinio final. Ni siquiera por parte del kirchnerismo, de sus fiscales, de sus referentes, quienes desde un primer momento advirtieron acerca de que no cuestionaban las cifras generales hasta el punto de que haya habido un trampeo obsceno, sino su manipulación horaria. En otras palabras, que el Gobierno es acusable por comerse la cena antes del almuerzo. Cero, poca o muy cuestionable legitimidad del conteo macrista, entonces, pero “licitud” a salvo.

¿Y qué cuando el Gobierno ordena a las distribuidoras de energía posponer para después de octubre el cobro de la mitad de las facturas emitidas entre el 25 de agosto y unos días después de las elecciones? Una vez que el voto haya pasado, los usuarios tendrán que pagar el 50 por ciento pendiente más las subas del período que sigue. Quedó perfectamente avisado por el ministro energético Juan José Aranguren, al terminar su exposición ante unos 250 empresarios que se congregaron en la reunión del Consejo de las Américas en un hotel porteño. Espérennos hasta después de las elecciones, les dijo Aranguren a los festejantes de las corporaciones locales y multinacionales, porque será ahí cuando se avance en alinear las tarifas al valor internacional y el precio de los combustibles arranque 2018 totalmente liberado. Lícito absolutamente e ilegítimo sólo para quienes reparan en que así se aprovechan de “la gente” que no se ocupa en enterarse de esas cosas que le avisan en la cara, porque anda preocupada en confirmar que los políticos son todos unos chorros y los grandes empresarios gobiernan mejor siendo que no necesitan robar. Ayer, una interesante nota de Clarín firmada por Martín Bravo señaló que, con un software especial dedicado a la geo-referenciación del sufragio, Cambiemos revisa el voto bonaerense mesa por mesa “para ajustar los planes”. ¿Cuáles planes? ¿Los estratégicos de campaña o los “choriplaneros”, junto con la distribución de créditos y el cálculo de ausentes, para tener escaneadas necesidades que pueden satisfacerse hasta octubre con algún esfuerzo de caja? ¿Licitud? ¿Legitimidad?

Son nada más que eso, unos ejemplos, recientes, de los márgenes en que es ubicable lo que se denomina juego político. ¿Cuándo ocurre que esa lógica, esos márgenes, aceptados como normales o naturales, mudan directamente a la perversión lisa y llana? Por ejemplo: respecto de la desaparición de Santiago Maldonado y de lo procedido por la coalición mediático-judicial.   En el sitio (www.santiagomaldonado.com) que forjó Sergio Maldonado, hermano de Santiago,  se lee la siguiente cronología: 

  • 9 de agosto. Infobae. “Un hombre asegura que llevó en su camioneta a Santiago Maldonado, en Entre Ríos”.
  • 10 de agosto. Canal TN/Infobae. “Aparece un video donde Santiago estaría de compras en un comercio”.
  • 11 de agosto. Clarín. “Hay un barrio en Gualeguaychú en donde todos se parecen a Santiago”.
  • 15 de agosto. Canal TN/Clarín. “Tras la declaración de un cura buscan a Santiago en Mendoza”. El sacerdote manifestó que se le acercó un joven “con ojos similares a los del artesano”.
  • 17 de agosto. Diario Lavoz.com.ar. “Un puestero asegura haber apuñalado a un desconocido durante un ataque del grupo RAM”. Se investiga si podría ser Santiago.
  • 20 de agosto. Clarín. Columna de Eduardo Van der Kooy. “El artesano se hizo humo”.
  • 21 de agosto. Infobae. “Chile encontró a un joven muy parecido a Santiago en Osorno”.
  • 22 de agosto. Programa Odisea Argentina, canal del diario La Nación. “¿Qué pasa si a Santiago no lo mató Gendarmería, sino un mapuche?”.
  • 23 de agosto. Clarín. “Vecinos denunciaron al 911 haber encontrado un cuerpo en Epuyén”. Investigan la denuncia y si puede ser Santiago.
  • 24 de agosto. Clarín. “Analizan muestra de ADN para saber si Maldonado fue herido en una estancia”.

La crónica es tan espeluznante, cuando el ojo o el oído la registran agrupada, que no hace falta agregarle absolutamente nada. Pero no sólo acerca de la desaparición de Santiago Maldonado.