“Si el Estado no responde dónde está Santiago Maldonado yo no voy a responderle al Estado esta prueba”. Así contestaron la semana pasada varios de los estudiantes de tercer año de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini el examen TESBA, una evaluación que el gobierno porteño implementó en 2017 con el supuesto objetivo de recabar información sobre qué conocimientos adquirieron los alumnos en el ciclo básico del nivel medio en las áreas de Matemática, Lengua y Literatura.

Es probable que el data enter que deba incorporar las respuestas de estos exámenes a la base de datos de la Unidad de Evaluación Integral de la Calidad y Equidad Educativa del Ministerio de Educación porteño tilde con su mouse en el casillero de respuesta incorrecta. Quizá dude y haga clik en la opción no sabe/no contesta. Lo mismo hará con las pruebas de aquellos chicos que decidieron utilizar el cuestionario para manifestar: “Libertad a Milagro Sala”.

 Con la suma de respuestas correctas e incorrectas se obtendrá el promedio de rendimiento de los estudiantes de tercer año del distrito y, seguramente, luego los medios de comunicación publicarán rankings y comparaciones entre jurisdicciones o países. Si bien el examen se presenta como confidencial, es posible, tal como ocurrió en otras oportunidades, que luego se termine filtrando a la prensa alguna pregunta o problema de apariencia simple que a muchos chicos le haya causado dificultad o que no hayan querido responder. La mayoría de los especialistas que rescate en los medios estos resultados lo hará con la intención de abonar al relato de la supuesta decadencia educativa. Los columnistas y panelistas televisivos se horrorizarán y, por último, el presidente de la Nación o alguno de sus funcionarios, utilizará esos mismos datos para compadecer a los chicos que “tienen que caer en la escuela pública”.

Sin embargo, lo que encierran las respuestas de los estudiantes del Pellegrini –que tal vez se hayan repetido en otras escuelas- es una lección de ciudadanía, de derechos humanos, de valores, de solidaridad y de acción política que las evaluaciones tecnocráticas no miden y que los resultados que se publican omiten o invisibilizan. Este ejemplo resulta uno de los mejores para relativizar el aporte de las pruebas masivas y estandarizadas, así como para revalorizar la formación que brinda la escuela pública nacional. No cabe duda que el secundario precisa reformas y mejoras profundas, pero también es necesario subrayar que algunas cosas las hace muy bien. Quizá aquellas que más se cuestionan.