Me dijo el sobrino de un cantante famoso que descartó la industria alguna vez: “El tiempo ganó el calendario de la vieja realidad, y la única certeza es la solución virtual“.

No obstante, encontró su identidad en una especie de amnistía con el resentimiento por haber sido olvidado, el hallazgo fue la cultura Gamer, donde volvió a sentir los pelos al viento jugando al Sims.

En otro orden, me puse a ver frases que habían quedado en mi memoria, y esta quedó acuñada: “La palabra libertad, siempre garpa para dejarnos presos de una fantasía“, me dijo un viejo conocido que iba a el mejor ejemplo de la historia: Fredoom, ubicado en Av. Libertador. No casualmente, furor en el esquema de la década del reviente, los ‘80 de la coupé Taunus.

Hoy, ese espíritu de efervescencia quedó en paisaje deprimido, casi comparado con una botella de plástico vacía que mira desde la mesada de la cocina con temor a una inminente bolsa de residuos que no separa los desechos.

Su final en el basural ilegal, le anticipa que no se regenera, y tendrá que convivir con el hastío de la desintegración paulatina.

Aunque me fui a otro tiempo, ese de las distintas descomposiciones, donde todo es relativo, me quiero hacer cargo de esta especie de libertad, que busca una certeza, para seguir en el romanticismo de una época melódica y liviana.

Eso me ordena, y hablo con el paragolpes que se está cayendo, en plena violencia del cruce en Gral. Paz y Provincias Unidas.

Expresa, debajo de los faros: “El choque es siempre una alerta, que nos indica la libertad que no tenemos”. ¿Un paragolpes que habla?, dije para adentro, claro, estoy en plena certeza de mi realidad gamer.

Allí, todo tuvo el sentido para salir a otra película. Allí, me acordé de una frase del film donde Tiburón, Delfín y Mojarrita, en la maravilla del cine infantil de aquellos años, expresaban una ingenuidad que construía libertad ficticia, que es en definitiva la que siempre se instala para seguir creyendo.

Mientras estábamos casi sentados en la butaca del cine Victor de Villa Bosch, escuché la voz masculina que decía: “No te ofrezco una pareja, sino que tengamos un proyecto“.

Tal vez, eso resonó en el concepto de libertad para el desarrollo humano más genuino: vivir en proyecto sin legados de algo parejo que precinte la libertad individual.

Casualmente o no, en un Devoto paradojal a la cárcel, porque sentí la libertad, fue precisamente en un bar frente a la plaza, cuando hablando en modo proyecto, con una libertad pareja, no controló ningún tiempo el modo “hablemos con free smart phone”, y ninguno de los dos lo puso en la mesa.

Será que encontré en esa conectividad de la mirada, que todo se mueve, con el perfume de libre albedrío.

Game over.