Construir la adaptación al nuevo tiempo, partiendo de lo que se presume como incorrecto, puede ser garantía para la innovación. Por ello en la actualidad, lo que quedó anclado como antiguo puede ser hoy remixado en el océano de contenidos del siglo XX. Esto indica que el nuevo prestigio de este desorden es fundacional a la época, donde pareciera que suena a poco hacer “lo correcto” para transformar realidades.

Entendí entonces, lo que me dijo un community manager: “Tirate sin agua que las napas están altas”.

Esa frase, que fue la Meca de un nuevo poder berreta, donde todo pasa por un gurú que te hace ganar victorias cortas de likes, me dejó pensando en el dilema de estos tiempos: Ser trascendente o felizmente invisible.

Me refiero al mambo de no quedar viejo en este aluvión de redes, y pertenecer a la coherencia de la época, donde la felicidad virtual pasó a ser prioridad.

Conecté de pronto, con la mirada cítrica y precisa de un vigilador que no vigila nada pero chusmea todo: “En la búsqueda del divino tesoro tenés que tener confianza en lo invisible”, me dijo.

Por eso, para actualizar mi inocencia, arranqué el plan de desarme para despojarme de aquello que presume de importancias que quedaron viejas.

Ya mismo, darle un lugar de primacía a lo nuevo, es una manera de rejuvenecer entre tanta información de los otros que arruga.

El desafío, en este caso, sería no frustrarte con los modelos de exitismo que suman puntos para perder el eje en lo importante de ser intranscendente.

Sucede que en esta epopeya silenciosa, donde el que no llora por lo nuevo no mama juventud, “me veo en el desafío de reiniciar todo este enjambre que me tiene atrapado”, me susurró el pájaro cantor que tiene de adorno el museo comunitario de la ciudad de Azul.

Entonces pienso que esa rebeldía de ser anónimo en el mundo actual es ya una moneda que cotiza alto.

Con esa idea salí de la plaza masónica, mareado de olas de cemento, y decidí asumir la incoherencia como único faro para no quedar colgado en el filtro de pensamientos antiguos.

Lo analógico pasó a ser una bronca vieja que se sigue quejando entre la franja que no cede a los ritmos jóvenes. Por eso, la clave es vivir entre ese pasado y el sentimiento puro hacia el futuro, que tiene vientos de cola.

Bajo esa lógica de integrar, la acción es puro descarte. Una especie de cima de lo absurdo que nos sostiene esperanzados.

Eso me hizo pensar en tomar decisiones acertadas para definir las prioridades que lo importante no incluye.

La excusa de una agenda frondosa siempre rinde para ir saltando propuestas que en nuestra imaginación pueden ser complicadas de hacer, sin haberlas si quiera escuchado.

Es así como el hombre preocupado le preguntó al hombre que juega: “¿Cómo haces para tener tiempo siempre?”, quien le respondió sin dudar: “La clave es dedicarse únicamente a escuchar tu corazón etéreo que tiene la prioridad precisa”.

Frente a ese diálogo que simula una encíclica de parada de bondi, saqué alguna conclusión: La necesidad de aspirar a la trascendencia desde las redes, generó una lista interminable de conflictos banales que nos alejan de la felicidad.