En un escenario de balotaje, el gran desafío es la unidad del engranaje y la pantalla.

Dos símbolos de industrialización unidos, no por el amor, sino por el espanto.

Es en ello, en lo que se me detuvo el tiempo hoy, cuando pensé cómo construir la unidad de un tiempo digital y analógico, entre tantas formas de establecer el nuevo tiempo, y la frustración de la esperanza, con nuestra vieja paciencia.

Un modelo publicitario de los ‘90, hoy desempleado pero lleno de sabiduría, en vano esbozó: “Hoy hay un balotaje para el que sepa adaptarse al nuevo tiempo“.

Luego de eso, seguí caminando por el barrio de Las Cañitas, donde la velocidad no corre, y todo parece joven, como si fuera un centro de estética que pacta con el no tiempo.

Retrasado por el tráfico indescifrable que cambió de horas pico, emprendí el viaje en un GPS desactualizado, tratando de leer el mosaico de emociones atemporales de una generación que nació con el reloj de la pantalla, siento pura analogía, entre tanta diversidad digital.

Esa herida, no sólo que es difícil de cicatrizar, sino que cada vez se abre más, y deja en evidencia, que el tiempo como lo teníamos previsto, ya fue.

Pese a eso, seguimos erróneamente pensando que con la misma paciencia, hay que abordar los cambios del clima social.

Aquello que se debería abordar conjuntamente con el cambio climático. ¿O acaso el sentir no es directamente proporcional al tiempo climático?

No obstante, como si fuera algo ya naturalizado entre los avasallamientos del cambio climático, y el cambio de emociones que eso conlleva, se le suma el cambio del tiempo digital.

En la triple frontera de tres cambios, hay una sensación que es la más natural de todas:

la supervivencia.

En este último punto, empiezo a construir una luz de esperanza para sobrevivir entre tanta estimulación, que cambia para no cambiar nada.

Un tiempo ficticio construyó la palabra que simula la división de una sociedad luego del 2001, algo me hace pensar en la trampa de la desesperanza.

Por ello, para oxigenar el estado de desasosiego, tuve la necesidad de refugiarme en la patria que llevamos dentro. Me refiero a los buenos recuerdos que no tienen tiempo.

Mi amigo Marcelo Carbia, taxista de hoy, que fue compañero de la primaria y un buen 7 en la cancha de 11, me hacía leer siempre: “No corras, te esperamos”, aquella frase que acompañaba el imán con la Virgen, que tenía el bondi de la línea 252, cuando nos llevaba a la escuela.

Eso que elegimos y nos hace correr me detuvo a reflexionar sobre esa medida de lo que pensamos que es el calendario.

Así también, en las palabras que lo marcan para hacernos pensar, que toda palabra tiene su época.

En todo este tiempo que pasó, me di cuenta que el tiempo está lleno de intermediarios, que pretenden obtener ganancias, para lo que sería obtener algo a muy bajo costo.

La medida del tiempo, en esta era robótica, es una planta de limones que se procesa con ergometría, para que vivamos en situación de apuro, sin sentido natural de lo verdadero.