Rosario. ¿Qué sos? Una ciudad, ya sé. Grande. Chica también. Bastante verde para todo el cemento que sos. Ruidosa. Llena de gente, pero a veces vacía. Un centro cuadriculado. Accesible. Un pueblo grande y cómodo para alguien que viene de un pueblo chico y cómodo.

¿Qué me pasa con vos, Ro? Me viste nacer, pero es como si no. Pasé la mayor parte de mi vida acá, pero no te siento una parte mía. Te juro que no te siento. Ojo, no sos vos, o sí, no sé.. Pero te veo distante. Un accidente o error que se sostuvo demasiado en el tiempo. Me deslumbraste, apenas, cuando llegué del pueblo pero después me dormiste bastante, alguna cachetada resucitadora cada tanto pero nada más. Me gustaría quererte. Sentirme tuyo. Rosarino ¿Cómo no voy a querer encontrar en vos el más grande tesoro que una persona puede llegar a tener? Un lugar en el mundo. Pero no, che. Insisto, no sos vos, o sí, no sé, creo que sí.

No soy de Ñuls. No soy de Central. No soy del río. Voy todo el verano para no deprimirme en casa pero me chupa un huevo, te juro. No lo extrañaría ni un poquito si me fuera. No te extrañaría. Sos mi cuna. Legalmente soy hijo tuyo. Pero no. Te veo, así, tan sola, auto indulgente, resentida por no ser capital. Agarrándote desesperada de Messi, el Che, Fito, Litto, Olmedo. Personas que tuvieron la visión de irse a la mierda porque ofrecés poquito.

Sos una ciudad para tener hobbies, no más que eso. Una ciudad para contadores. Para cagarte de frío en invierno y hundir las patas en el barro del río a riesgo de que te metan un tarascón las palometas o te emperne una raya en verano.

¿Te das cuenta que te decís la capital de todo y no sos siquiera la capital de Santa Fe? Te enorgullecés de comerte las eses ¡Nosotros en el pueblo nos comemos más letras! No tenés una calle con mística. Oroño será muy linda, pero te hablo de mística. No sabés qué te estoy diciendo ¿eh? Cómo me cago de risa cuando te quieren asociar al concepto turismo ¿Quiénes pueden ser tan idiotas para venir a hacer turismo a Rosario? El monumento y ya está.

Hablemos de tus mujeres hermosas: la tóxica de Marlene que en la primer cita me presentó a la bendición con el objetivo claro; Lía la que se le pasó cuando le di bola; y Miranda, que vino decidida a dejarme pero se tomó un mes más porque le ofrecí un usuario de Netflix que usa hasta el día de hoy y por el que nunca me dió un mango.

Sos una ciudad bastante berreta dejame que te diga. Tus veredas, permanentemente intervenidas por la inoperancia de Aguas Santafesinas, la EPE o Litoral Gas y decoradas con sutiles patinadas de caca de perro que el sol posterior a tus días de humedad ponzoñosa se encarga de levantar hasta las narices de tu gente.

Tu gente, cuyo único interés son esos dos equipos que nadie registra más allá de Circunvalación. Preguntar a cualquier persona fuera de Rosario por Ñuls y Central es para que te digan “no conozco esa esquina”. Qué clásico amargo. Cero a cero clavado. Acá se empieza a jugar una semana antes. El resto del país se entera un mes después. Si se entera. Qué capacidad para abstraerse de la realidad. Qué hinchas insoportables.

Más insoportables que todos los pelotudos que se amontonan en Pichincha o Pellegrini para tomar una cerveza junto al más grande monumento a la chantada culinaria: el carlitos ¡Hija de mil puta! Mirá el orgullo que construiste. Es un tostado con ketchup. Perdón ¿dije cerveza? Mala mía. Ella no toma cerveza, toma porrón. Por qué no aprendés de Córdoba si querés tener identidad, digo: el fernet, la Pritty, el cuarteto, el Negro Álvarez, la tonada cordobesa, los alfajores cordobeses ¿Qué se lleva la gente que te visita cuando se va?: alfajores ¡santafesinos! ¿Cómo es la cumbia? ¡santafesina! ¿La cerveza? ¡Santa Fe!

La segunda ciudad del país. Ves que sos mediocre. El más grande del interior. El sexto grande. Tenés la derrota implícita, Charito. Sos cabeza de ratón y comegato.

Bueno, no sé. Capaz que lo que me pasa con vos me pase con la próxima ciudad donde viva. Acordate que te dije: no sos vos, es la casa nueva con las paredes vírgenes de cuadros, la búsqueda del chino más barato o saber qué colectivo me deja donde quiero ir.

Tengo una mezcla de frío y vértigo en la panza. Me siento como cuando me asomo al balcón de un décimo piso y tengo el impulso orgánico de volver a la seguridad del adentro. Pero adentro ya no hay nada. Está llegando el camión de mudanza y abajo me esperan mis cosas y tres amigos que me ayudan. Ninguno es rosarino.