Una mujer de la elite porteña, perteneciente a una familia de destacados intelectuales, supo descubrir en esa manifestación popular del 17 de octubre de 1945 el reclamo más profundo de aquellas personas que se acercaban, muchas de ellas por primera vez, a la Plaza de Mayo.
Pedían justicia social, un concepto hoy cuestionado por la barbarie que envuelve la menuda partidocracia argentina.
En 1931 Pio XI había dicho en la encíclica Quadragesimo Anno que «la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuán gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados» (N°. 58). Y ella con su sensibilidad a flor de piel estaba muy atenta a la cuestión social.
Delfina Bunge (1881-1952), poeta, ensayista, filántropa, era una militante católica, en una sociedad marcada por la secularización, motorizada por el liberalismo hegemónico.
Escribió unos días después de esa manifestación, un artículo en el diario El Pueblo, Una emoción nueva en Buenos Aires. lleno de sensatez dijo Félix Luna.
Destacaba lo pacífico de la marcha, le impresionó el respeto que exhibían las multitudes. Nada de cánticos de odio o de mueras, nada de exterminios como se pide hoy también. No hizo ninguna apología del coronel Perón, el líder por quien pedían esa tarde, al contrario, le advirtió lo peligroso de constituirse en representante de los necesitados.
La reacción de muchos que la rodeaban fue brutal, hasta llamaban por teléfono para insultarla. A ella, una mujer delicada, que nunca había ofendido a nadie, sincera y abierta al diálogo.
Claro había dicho que el odio de clases siempre es malo, entendible entre los que pasan necesidades hacia los ricos, pero absolutamente injustificado moralmente y hasta ridículo al revés, es decir de los ricos hacia los pobres. Evidentemente había tocado un punctum dolens de la sensibilidad media de su entorno.
Ya en 1942 a raíz de otro artículo, Catolicismo de guerra, en el que criticaba a los católicos que, contrarios a la neutralidad, pedían que el país se involucrara en la conflagración mundial del lado de los aliados, como pretendía Estados Unidos, había sufrido parecidas agresiones.
Es difícil sostener una mirada ecuánime, cuando la falta de razón invade el ambiente.