Que Hugo Giménez Agüero haya nacido en Buenos Aires parece casi un accidente. Es más, para él mismo lo era. Igual que Juan Manuel Fangio, nació en Balcarce, pero nunca como aquel amó su cuna. Apenas, tal vez, le haya dado aquel lejano origen, la perspectiva necesaria como para fundir conciencias e identidades en su devenir. Una, la blanca, modelada por sus primeros conciertos guitarra al hombro entre Buenos Aires y Montevideo. Y otra, la marrón –tehuelche, en su caso-, tan constitutiva de la argentinidad como aquella, cuyo germen -en y para él- fue otro accidente: hacer la colimba en Río Gallegos. Pues resulta entonces que en ese matiz esencial, el de una épica poético-musical capaz de entrelazar lo huinca y lo tehuelche, ha metido su pluma este artista, y no solo a través de sus creaciones musicales, sino también como hombre de radio y escritor.

Es un poco lo que viene a contar –esto y mucho más, por supuesto- un nuevo libro publicado por el Instituto Nacional de la Música, como parte de una zaga que ya cobija a Luis Alberto Spinetta, Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Mario del Tránsito Cocomarola, Leda Valladares, Marcelo Berbel y Agustín “Aguicho” Franco. Alma sureña, se llama; vida y obra de Giménez Agüero, cuenta; y sus destinatarios son, como se debe, alumnos, músicos y docentes de instituciones educativas de todo el país, más quien lo quiera entre el público general, claro.

Para unos, hay un pormenorizado rastreo por las especies musicales patagónicas, que en ciertos casos son como perlas por brillar en el amplio acervo musical argentino, tal vez más centrado aún –por sincretismo, mestizaje o distinta lógica colonizadora- en músicas de otras regiones. Alma sureña suma y equilibra en este aspecto a través de la sinergia bien sintetizada por Giménez Agüero entre ritos, lengua y ritmos ancestrales propios del extremo sur. De un profuso material vinculado al trabajo de recuperación de la tradición tehuelche que el hombre cosechó en la lejana Santa Cruz, para fundirla –dicho fue- con el acervo blanco.

Dan cuenta de ello, frases contundentes esparcidas en canciones que figuran en el libro. En “Al sur, Santa Cruz”, por caso: “Hay un galope raíz de los tehuelches y un árbol con la fe de un salesiano”. En “Cacique Chatel”, kaani que recrean de manera magistral y contundente, Ricardo Iorio, Flavio Cianciarulo y Rubén Patagonia en el disco Peso argento, al grito-agite de “porque he nacido tehuelche / y antes que nada argentino”. En “Casimiro Biguá”, otro kaani tan equidistante de cierto separatismo tehuelche como del racismo blanco, porque fue precisamente Biguá el cacique, líder de la confederación de naciones indígenas entre 1840 y 1870, quien llegó al estrecho de Magallanes, luciendo en su brazo la bandera celeste y blanca (“Casimiro, gran cacique / señor de la lengua ahonikenk (…) con tus hermanos de raza / por esta Argentina vamos a luchar”)

Lo que Berbel hizo con loncomeos y cordilleranas, Agüero lo replicó entonces en la adaptación musical del kaani, viejo rito tehuelche de canto y baile, vía guitarra española. Lo hizo asimismo con milongas andinas, retumbos cordilleranos, malambos sureños y chorrilleras que llevan su impronta, reforzando así una identidad de la cultura musical patagónica que deviene maravillosa al ser (re)descubierta. 

La historia de Giménez Agüero, a quien su hija Ana define en el libro como un “cabrón ante las injusticias”, se deja contar también a través de partituras con sus respectivos códigos QR, cifrados para guitarra, canciones, fotografías, poesías, testimonios e intervenciones varias a cargo de Sergio Zabala, Yamila Cafrune, Héctor Raúl “Gato” Ossés, Daniel Toro, la agrupación Wenai sh e pekk, y Miguel Ángel Auzoberría, profesor de historia, periodista y ex subsecretario de Cultura de Santa Cruz, cuya pluma expresa el propósito que dio origen el al libro: “En los últimos 50 años, en Santa Cruz, sus cantores han tratado de hacer `la música santacruceña`, ´el folklore que nos identifique`. Esta ha sido sin dudas la mayor preocupación desde los años 70`, hasta nuestros días`”. Propósito cuyo cumplimiento –porque efectivamente la obra de Agüero le dio a la provincia un lugar en el mapa de la música argentina- suma su matriz esencial a través de un nacionalismo bien habido. Inclusivo. Capaz de fundir dos –o más- identidades en una, para sumar a un propósito protector. A un continente abrazador, como vuelve a decir “Rinahuel”, en clave de milonga sureña: “Una bandera argentina / que levanté en el Cardiel / quedó en las manos gastadas / del paisano Rinahuel”.