Es difícil negar que buena parte del apoyo electoral al candidato Javier Milei se debe al deterioro generalizado de los ingresos como consecuencia del rápido alza en el nivel general de los precios. Sus recientes declaraciones que el peso argentino es excremento y las denuncias penales del gobierno por atizar la suba del tipo de cambio desde su posición de favorito en las primarias, son un episodio más en la saga libertaria que centra todos los males del país en la conflictiva relación del sistema de precios con el Estado argentino.

Dos razones explican que la inflación alta se vuelva con facilidad una cuestión principal de la agenda política. Primero, porque a diferencia de otros problemas de orden social como la inseguridad, el desempleo, la pobreza o la falta de servicios básicos, que tienden a afectar a parte de la población --con lo que las demás partes pueden creerse resguardadas frente a ellos--, la inflación alta afecta a los ciudadanos en general sin distinción de clases, regiones o sectores económicos. La comprobación de la pérdida de poder adquisitivo de los propios ingresos es una experiencia diaria ineludible, generalizada e irritante incluso para los que están en capacidad de lidiar mejor con ese deterioro. Y segundo, porque, de nuevo, a diferencia de otros padecimientos sociales que es fácil racionalizar --en especial dentro de la cosmovisión libertaria-- como producto de fallas individuales, mala suerte o situaciones idiosincráticas, y de este modo convencerse que es posible atenderlos simplemente mediante esfuerzos individuales, la inflación es claramente un problema de orden colectivo y su combate es de incontrovertible responsabilidad del gobierno.

Así las cosas, y siendo que el postulante del gobierno Sergio Massa no es más ni menos que el ministro de Economía y como tal, principal responsable político de la suba de precios, y que todas las fichas del oficialismo para este domingo de elecciones están puestas en una segunda vuelta entre él y el candidato que quiere acabar con las causas de ese trastorno con una motosierra, cabe preguntarse qué nos puede decir en general el registro histórico sobre desempeño electoral e inflación.

Una primera aproximación consiste en distinguir en cada elección si el resultado fue favorable al oficialismo o a la oposición y cruzar este desempeño con la inflación del momento. Tomando el índice de precios al consumidor del Gran Buenos Aires elaborado por el INDEC, disponible desde 1945, y distinguiendo las elecciones según fueron realizadas en un año en que la tasa de inflación aumentó o se redujo respecto al año anterior y excluyendo las elecciones celebradas a la salida de un régimen militar por no haber en rigor oficialismo y oposición, y también aquellas en que la variación en la tasa de inflación fue mínima (digamos, de menos de medio punto porcentual), encontramos que el oficialismo del momento solamente ganó una de cuatro elecciones presidenciales en un año de inflación a la alza, que fue cuando Perón logró su reelección en 1951. En las elecciones de 1995 (reelección de Menem), 2003 (Kirchner), 2007 (CFK) y 2011 (reelección de CFK) los oficialismos retuvieron la presidencia en un escenario de inflación a la baja.

En contraste, la oposición solamente ganó una elección de cuatro realizadas en un año con menos inflación que el anterior, que fue cuando triunfó en primera vuelta De la Rúa en 1999, cabe señalar, luego de varios años de estabilidad macroeconómica. En tanto, en 1989 (Menem), 2015 (Macri) y 2019 (Fernández) los entonces líderes opositores se hicieron con el sillón de Rivadavia habiéndose registrado un aumento interanual en la velocidad en que crecía el nivel general de precios, si bien en magnitudes muy diferentes.

Respecto a las renovaciones legislativas intermedias, encontramos que el oficialismo solo ganó una de tres elecciones en años con inflación a la alza, más específicamente en 2005 bajo Kirchner y con la actividad creciendo a tasas chinas. En 1987 y 2021 la oposición del momento se alzó con la mayor cantidad de votos en un contexto en que la inflación había aumentado. En tanto, de seis instancias electorales con tasa de inflación a la baja, en cuatro se impuso el oficialismo (1985, 1991, 1993 y 2017) y la oposición en dos (1960 y 1965).

Aunque se trata de una muestra pequeña y de un análisis poco sofisticado (los hay seguro mejores en artículos especializados), los datos históricos tienden a confirmar el sentido común de que la inflación corroe las chances electorales del oficialismo. Si descartamos las elecciones previas a 1983 por responder a lógicas políticas de otro contexto histórico, la asociación entre inflación a la alza y oficialismo con una elección cuesta arriba se torna más clara.

Con todo, los motivos del voto en toda elección son múltiples y para cualquier análisis además de aspectos ligados al padecimiento económico de los actores deben tenerse en cuenta elementos identitarios, de experiencias políticas previas y de percepción de idoneidad de los postulantes y sus coaliciones, entre otros. La elección de Macri en 2015 refutó la correlación perfecta verificada hasta entonces entre conquistar el voto bonaerense y acceder a la presidencia. El proceso electoral actual, empezando por el rezago de Juntos por el Cambio respecto a su posición ganadora de 2021, ha dado muestras cabales que se encuentra en condiciones de conmover hasta las más pedestres certezas.

* Politólogo.