Desde Ciudad de México

La historia lo demuestra, ahora puede verse en pantalla: a pesar de los orondos discursos oficiales de la llamada “Guerra contra las drogas”, la muerte de Pablo Escobar estuvo muy lejos de significar una victoria definitiva. Por eso no extraña que Netflix haya subido el viernes a su plataforma la tercera temporada de Narcos, una serie que supo distinguirse aún en el abigarrado panorama de ficciones centradas en el mundo del narcotráfico. Las dos temporadas anteriores retrataron la obsesiva carrera del agente colombiano Javier Peña (Pedro Pascal, el Oberyn Martell de Game of Thrones) y el oficial de la DEA Ryan Murphy (Boyd Holbrook) tras los pasos de Escobar (Wagner Moura). La escena del capo muerto en una terraza de Medellín, calcada del original, marcó el final... y un nuevo principio, el ascenso al poder del Cartel de Cali.

De eso se trata esta nueva tanda de diez episodios de una hora, que vuelve sobre las complejas ramificaciones del mundo narco pero marca una diferencia arraigada en el mismo estilo de los nuevos protagonistas: los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela prefieren el bajo perfil, el look empresario antes que el desafío abierto a las autoridades colombianas. Son “Los caballeros de Cali”, apoyados por el siniestro Pacho Herrera –responsable, entre otras cosas, del vínculo con los colegas mexicanos– y Chepe Santacruz Londoño, a cargo de la operación en New York. Y con el esencial aporte de laderos necesarios como el ambiguo jefe de seguridad Jorge Salcedo y el lavador de dinero Franklin Jurado (Miguel Angel Silvestre, lejos de su rol gay en Sense8). PáginaI12 participó del  encuentro de Damián Alcázar, el “ajedrecista” Gilberto, con un reducido grupo de periodistas latinoamericanos.

–Una de las cosas más impactantes de Narcos fue Pablo Escobar y la manera en que lo retrató Wagner. ¿Cuán complicado fue afrontar su rol ahora que casi toda la historia recae en su personaje?

–En realidad el Cartel de Cali se caracteriza por ser un equipo. Entre Gilberto y Miguel tratan de pacificar la situación en Colombia, que se ha hecho un caos con la cacería a Pablo, y con la violenta réplica que dio él. Con ellos se apacigua todo, y tratan de ser hombres de negocios, vivir en armonía en la sociedad y hacer su business. Se convierte en algo muy interesante para la audiencia, porque hay una gran diferencia en estos personajes que toman todo esto como un negocio y nada más, sin tanta violencia. Claro que hay acción, drama, de todo.

–Escobar es un personaje que ha sido sobreexpuesto, casi un rock star. ¿Esto le da más libertad creativa? Los hermanos del Cartel de Cali no han tenido ese asedio.

–Podría ser, pero uno se tiene que concentrar en el guión. Rompimos mucho la temporalidad, a mi personaje lo atrapan en Madrid y nunca se ve; los Orejuela trabajaron al mismo tiempo que Pablo en Medellín por muchos años, eran socios, y esto se ve mucho después de la muerte de Pablo debido a la exigencia de la ficción. Pero los escritores se esforzaron en crear personajes complejos, como son en la realidad. Son gente de familia, hombres de negocios que prefieren la paz, que corrompen a toda la sociedad como pueden, con dólares, que llevan arriba a un presidente. Es pesado pero en otro tono, sin tantas muertes de policías. Hay una guerra interna entre el norte del Valle con el Cartel de Cali, pero es pequeña y gracias a eso los atrapan. Cuando están casi perdonados entra Bush a la reelección y Alvaro Uribe los atrapa y se los manda cuando ya el problema estaba solucionado. 

–Usted ya apareció El Infierno y en la versión mexicana de Breaking Bad (Metástasis). ¿Por qué decide tomar otro papel relacionado con ese mundo?

–Primero, estoy invitado por una plataforma que hace televisión con muy alta calidad, en otro país, con mucho talento de todas partes. El Infierno era ficción pura y era un hombre del pueblo, del norte. Aquí son personas que existieron. Y el tema da para muchísimo más. Cuando me preguntan qué otro papel me gustaría interpretar digo que el ciudadano medio, el que está ahí y que es alcanzado por las balas, y ve la puja entre el Estado y los maleantes, y que se vuelven lo mismo, que la Policía y el Ejército se vuelven tan asesinos como los que están persiguiendo. 

–¿No hay como una camisa de fuerza, que por más esfuerzos que hagan los guionistas un narco es un narco? 

–No, porque es un personaje complejo. Se muere por sus hijos, lucha y trabaja y quiere llegar a algo mejor, y también está presente el dinero y el poder que éste da sobre los demás. Es un ser humano que está metido en un negocio fuera de la ley; si estuviera dentro de la ley hablaríamos de un ser humano normal. En este caso está perseguido por la ley y la justicia, hasta que lo atrapan. Y está en la cárcel y va a estar hasta los noventaitantos y es complejo retratar eso. Si vamos a estar en la cárcel en nuestros mejores años y en la vejez, vale preguntarse si valió la pena hacerlo por la familia, intentar apaciguar Colombia, darle impulso a la economía de Cali, aunque no hay manera de expanderse a todo eso. 

–¿Cómo puede colaborar esta serie en un contexto en el que ha quedado demostrado por enésima vez que la “guerra contra las drogas” nunca se gana?

–No lo sé, pero puedo decir que la audiencia ve este tipo de historias, se interesa y las visibiliza. Lo peor sería tratar de ocultarlas: en México muere un montón de gente a diario por esta infamia. De todos modos, como boom tarde o temprano va a pasar, como las películas de karate. Que no es algo que pase con las de guerra, siempre están de moda y son una maravilla, y es lo mismo, gente matando gente. Estar uno contra otro, querer matar al otro es una cosa por desgracia universal. La ficción debe tomar todos los temas porque hay que descubrirlos todos. 

–¿Fue difícil emular esta guerra siendo mexicano?

–No. El problema es regional, Colombia es un país pequeño. En Jalisco y Michoacán tenemos más gente que todos los colombianos juntos... y hay tanta gente pobre, la mitad del país es un desierto. Y eso la gente parece que lo sabe pero no lo sabe, cuando estás un tiempo ahí lo ves. No hay lluvia, no hay riego, los campesinos no tienen nada y cuando pasa el narco están dispuestos a lo que sea. 

–Habló de la complejidad de los personajes. Hay un par que ayudan a salir del estereotipo, el jefe de seguridad y el lavador de dinero.

–Son muy importantes. Esta temporada se basa en un libro que escribió  justamente el jefe de seguridad. Que era un cochinazo y un asesino, pero para zafar tuvo que ser un sapo, delatarlos. Si hubieran tomado otro libro, El Cartel de Cali, o los casetes secretos del Cartel, sería otra historia.

–Si fuera el escritor, ¿como le gustaría que terminara esta historia?

–Yo creo que sería muy interesante encontrar quiénes son los responsables de que el narco siga imperando más allá de los capos. Si le das al campo mexicano otro aire, la gente no se vuelve mala. Pero la gente no tiene nada. Encontrar quiénes son los que lavan el dinero, los que se enriquecen y tienen dinero en Suiza, los políticos embarrados. Esa es una buena historia, más allá de las balas y los bombazos que vemos en muchas series.