La pregunta del título no atiende, por supuesto, a los incidentes tras la marcha en Plaza de Mayo, con clara infiltración servicial más allá de un algún grupejo de trastornados que nunca faltan y que siempre son funcionales a los intereses de lo que dicen combatir. De todas maneras, es un escenario que debe contemplarse porque son provocaciones que irán in crescendo. Montar un clima de violencia que el Gobierno y sus medios puedan ligar al “venezolanismo” kirchnerista es un ejercicio de manual. Los mínimamente avispados que se percatan de esas operetas burdas tienen enfrente a amplias franjas sociales. Algunas son indiferentes a todo lo que ocurre a centímetros de sus narices y otras, presas de su odio tilingo, incrementan la afirmación de meter bala. Se puede discutir cuál de estas dos últimas es más peligrosa.

Cumplido un mes de la desaparición forzada de Santiago Maldonado, uno de los interrogantes que acompañan al de cuál es su destino remite a si se producirá el quiebre no de sino en Gendarmería. En estas horas se levantará el secreto de sumario. Tal vez se sepa algo más, aunque hay igualmente la percepción de que la justicia protagoniza  una  investigación plagada de extravíos y tendenciosidad, en línea con el firme paso gubernamental de culpabilizar a la víctima y a sus entornos y con la basura mediática que desde un primer momento sembró su cobertura con pescado putrefacto. Muchas de las preguntas que el viernes se hizo Carlos Girotti, secretario de Comunicación de la CTA de los Trabajadores, en su virtuosa columna publicada por este diario, no sólo circulan en los ambientes progres, militantes e intelectualmente inquietos sino también (con sus variantes, claro) en esferas del oficialismo que advierten al tema como escapado de sus manos. La salvedad sería que fuera veraz, a más de verosímil, lo denunciado por Leopoldo Moreau: un pacto entre el ministerio de Seguridad y la cúpula de los gendarmes, para que ésta dirija las pericias por la muerte de Alberto Nisman a favor de la hipótesis del asesinato del ex fiscal. En contrapartida, el Gobierno le garantiza impunidad a Gendarmería por la desaparición de Maldonado. Es decir, impunidad para sí mismo. Aun así, no todas las variables son necesariamente controlables en episodios como éstos y allí es cuando surgen las preguntas de Girotti que resumen aquella incógnita central. “¿Acaso estaba en los cálculos de los gendarmes de los escuadrones patagónicos la posibilidad de secuestrar y tal vez matar a un detenido desarmado? (…) ¿Qué habrá pasado por las mentes del grupo de uniformados que atraparon a Santiago Maldonado cuando ese día, después de la represión, regresaron a sus casas y a sus familias y ya sabían lo indecible? (…) ¿Es posible que, hasta hoy, ninguno de los implicados haya comprendido que el pacto de silencio a que los obligan es, también, una condena de por vida; y que el día en que este secuestro sea esclarecido esa condena será irrevocable? ¿Tiene sentido ese pacto de silencio cuando los únicos beneficiarios son los verdaderos criminales, los que han dictado las órdenes y se ocultan tras una cortina de humo mediática? (…) ¿Y los familiares de los gendarmes patagónicos qué dirán de los suyos cuando el nombre de Santiago Maldonado les atruena en los oídos? ¿Y los vecinos de los gendarmes que no quieren cruzarse de vereda cuando los enfrentan, aunque todo los compele a ello? ¿Y los compañeros de sus hijos en las escuelas, en los clubes de barrio, en las iglesias del pueblo, se mantendrán próximos o se alejarán irremisiblemente?”.

Algunas, varias o todas de las preguntas como éstas admiten reparos desde una mirada que no tienda a la generalización, porque la realidad sociológica, diríase, no es homogénea. Todo lo contrario. Tanto en las comunidades pequeñas como en las grandes ciudades, los sectores movilizados contra la arbitrariedad organizada conviven con otros cuyo imaginario pasa solamente por la paz de los ocultamientos. Los escuadrones de Gendarmería comprometidos en la desaparición de Maldonado cohabitan –se remarca: sin exclusividad geográfica alguna– con gente políticamente sensible y entonces indignada, artesanos cuentapropistas, miembros de etnias aborígenes; y con el empresariado hotelero, turístico, pequeños comerciantes, propietarios de tierras, que, con cuanta excepción corresponda, sólo ven en tragedias como ésta una complicación no prevista para su mundo de negocios tranquilos. Este segundo cuerpo social no quiere saber nada con la imagen de Maldonado interpelando a sus buenas conciencias de ciudadanos que pagan los impuestos, y compite en cantidad hasta favorable con aquellos que sienten a esa imagen como un desafío humanístico antes, si vale el contrasentido, que político propiamente dicho. Pero ese empate o desventaja en el clima social no quita, ni en Esquel, ni El Bolsón, ni en ninguna gran urbe ni donde sea, que los imprescindibles sean capaces de gritar y moverse para ponerle límites a un gobierno que no es la dictadura, por cierto, pero que sí se le parece demasiado en sus grandes rasgos de orientación económica y represión focalizada. El viernes no hubo una marcha sino muchas, en casi todo el país, numérica y nuevamente conmovedoras, junto al reclamo internacional que tampoco para de crecer. Esas acciones de quienes activan el señalamiento y la denuncia, sea a través de las redes, de manifestaciones periodísticas a las que se pretende aisladas, en la calle, son lo que sirve para frenar el abuso completo. La impunidad completa. Y por ahí es que emociona tanta gente que produce y reproduce el dónde está Santiago Maldonado. En las aulas, en las guardias de los hospitales, en los aeropuertos, en cada lugar y oportunidad que pueda aprovecharse. Y por ahí es que se cuelan preguntas como ésas de si acaso en la Gendarmería no habrán de quebrarse implicando con ella a la cadena de mando, siendo que todos los indicios y testimonios apuntan a esa fuerza y que el propio comandante mayor Diego Balari –jefe del operativo que terminó con la desaparición de Maldonado– reconoció haber seguido instrucciones del ministerio de Bullrich. Ese es el entramado que actúa desde un gobierno generador de clima represivo, que tuvo en Córdoba otra de sus brutales expresiones con el allanamiento simultáneo de varios locales populares, de diferente signo político, por el solo hecho de estar activando para la marcha por Maldonado. Ese clima de poder sacarse con la fuerza de las armas; de patotear y reprimir sin tanta vuelta porque tienen habilitación discursiva oficial, sin necesidad de que alguien les haya dicho literalmente que maten o que procedan a costa de lo que fuere. Lo que podría desbandarse no es la Gendarmería, en rigor y de seguro. Bastaría que lo haga un “suelto”, un arrepentido, un atormentado por lo que sabe, y eso es lo que los preocupa porque podrán controlar a la institución pero no -o no con certeza total- a alguno de sus integrantes al que la minoría intensa de la sociedad lo arrincona en sus probables pesadillas.

Esos límites para la impunidad absoluta del Gobierno se trazan asimismo en otras cuantas concreciones y sirven para demostrar la falsedad de que la movilización y el compromiso no alcanzan para nada. Cuidado con esa inclinación bajoneante. A la presa política Milagro Sala la mudaron por fin a una cárcel domiciliaria con cámaras de vigilancia y alambres de púa, rodeada de gendarmes y policías cual si fuera un rostro desconocido en condiciones de escaparse a no se sabe dónde y como si pudiera ocurrírsele una aventura descomedida. Pero ni siquiera habría podido lograrse este paliativo de la infamia, que el cabecilla Gerardo Morales debió cumplir en medio de su venganza racista contra la obra de la Tupac Amaru, de no haber sido por la persistencia de luchadores sociales que llevaron su caso hasta organismos internacionales. También se les escapó que la Afip esté con un pico hipertenso por la filtración de los funcionarios y ricachones gubernamentales que entraron al blanqueo de sus bienes nunca declarados. Como si fuera poco, en la lista no aparece corrupto K alguno con el que desviar o licuar la atención. Y no previeron la reacción contra el 2x1, ni pueden prever lo que vaya a deparar un grueso significativo de una sociedad con altos reflejos rebeldes, protestatarios, con perfiles enrevesados para llevarla por delante así como así. 

Y después del viernes qué tiene respuestas como la de estar atentos a cualquier terreno que puedan preparar para sacarse el peso de encima. Cualquiera. Para lo que podrían haber hecho en un primer momento, que era apartar al jefe de Gabinete de Bullrich presente en el operativo y a los gendarmes intervinientes, ya es tarde so pena de que el esquema discursivo se les derrumbe con eventuales costos políticos. Pero, sobre todo, tiene la respuesta de repreguntar con más fuerza que nunca dónde está Santiago Maldonado. No son momentos de pretensiones de originalidad, sino de originar más firmeza de resistencia todavía.