En Ecuador hemos tenido dos mazazos electorales en línea, un tercero sería evitable, siempre y cuando se amplíe la base del voto duro que la Revolución ciudadana tiene, alrededor del 36%. La CONAIE, la Confederación de Nacionales Indígenas, potente movimiento social, anti extractivista, antineoliberal, con fisuras internas, posee ese porcentaje que desde hace dos elecciones nos ha venido haciendo falta.

Una tercera derrota sería fatal, nos pondría a las puertas de una pesadilla histriónico-fascista al estilo Milei en Argentina.

A la luz del más reciente resultado electoral, en la misma Argentina, con Massa primero, 7 puntos por delante del engreído Milei, queda claro que torcer a las encuestas, con la foto de un determinismo electoral pesimista, solo es posible, como el mismo Kicillof lo dijo, con más política, no con anécdotas, lección que Ecuador, su progresismo primero, debe aprender. El cotilleo, las veleidades, es la trampa que la media canalla nos ha tendido. Oye, que el ecuatoriano se haya casado dos veces, que el de allá viva con el perro, que su peinado luce estrafalario, al carajo, eso no nos permite leer por qué votamos por otro niño rico que le huye a las palabras, a las definiciones, a los compromisos.

Acá nos hizo falta hablarle al otro, ese que necesita definiciones muy concretas: como parar la olla en el día a día, qué de la educación, la salud, pero en serio, con datos contados con algo de alegría y mucha chispa.

En Ecuador hemos vuelto a lo gris, medio taciturnos andamos, la mirada al piso. Dicen que después de Brasil y Argentina, venimos nosotros, ¿o sea, que con Lula y Fernández completamos el tridente? Es que no, lo dicen después de la segunda fecha de las eliminatorias. Ah, de fútbol hablaban. Entonces por qué no recuperamos el desenfado de los once que se paran en la cancha, venidos de muy abajo, eternos excluidos y que se cansaron del chamullo. Sí se puede, gritan en el estadio; si se puede debemos ensayarlo también desde las plazas, con cánticos, bombos, con baile.

Argentina no es Ecuador, no porque los 40 años del fin de la cruenta dictadura les impide hacer lo que acá se hizo: asesinar a un candidato de la derecha, montar en las redes una narración acusando al “correísmo” del horrendo crimen. Eso impidió, aunque se desmontó el perverso relato, el triunfo en primera vuelta de Luisa González. Luego asesinaron, en la segunda vuelta, a ocho de los sicarios que gatillaron las certeras armas usadas en la escena del crimen. Todo muy sórdido, de espanto, que nos ha metido mucho miedo en nuestra vida cotidiana. El miedo dificulta pensar y hemos llegado a esto: un presidente electo que está de gira en el exterior y que no sabemos para qué, con quién se ha juntado, cuál es su discurso. Es de locos, pasó una campaña electoral, que es como la Odisea (el viaje nos transforma); ha sido electo; está de gira y, de no creerlo, luce todavía inédito.

Hay pistas sí, sobre todo por quienes lo han rodeado en sus primeras fotos de reuniones oficiales, como un tal Dahik, fundamentalista neoliberal que está en el principio de la dolarización de Ecuador, porque siendo vicepresidente impulsó medidas que relajaron el control de las instituciones financieras, los bancos y, entonces, sobrevino la brutal crisis bancaria que nos impuso la incautación de los depósitos de la gente y luego la dolarización. Fue pocos años después cuando Jamil Mahuad era presidente.

Dahik debió refugiarse en Costa Rica, pasó 20 años, hasta que Rafael Correa, en la presidencia, impulsó una amnistía que le permitió volver; Mahuad ya lleva más de 20 años en Estados Unidos, sin poder regresar porque no hay quien lo perdone, quién sabe si ahora con Daniel Noboa, quien dice recordarlo bien por sus conversaciones en Harvard.

Así ha sido la reciente historia de mi país andino, con trazas caribeñas, en el centro de todo esto el brutal neoliberalismo, con un interregno progresista que no fue suficiente, con memoria frágil porque la política ha estado casi ausente.

* Comunicador, cientista social y ex vicecanciller de Rafael Correa