El catálogo de interrogantes cae como una guillotina que no dispensa prórroga. “Poetas, narradores, cronistas, ensayistas, dramaturgos, ¿somos trabajadores? ¿Gozamos de los mismos derechos –servicios sociales, jubilación– que cualquier trabajador? ¿Qué lugar ocupa nuestra producción en el sistema de intercambio de bienes? ¿En qué condiciones trabajamos los que participamos de la creación de estos bienes y servicios culturales?”, se pregunta la Unión de Escritoras y Escritores, un nuevo colectivo integrado por Selva Almada, Clara Anich, Guadalupe Faraj, Marcelo Guerrieri, María Inés Krimer, Julián López, Enzo Maqueira y Alejandra Zina, en una solicitada. “Más allá de las características propias de un mercado que sabemos muy complejo, y del que participa una larga cadena de intereses, parece naturalizada la costumbre de asumir que a veces escritoras y escritores somos el último eslabón en la sucesión de pagos”, se lee en el texto de esta solicitada que ha sido firmada por Griselda Gambaro, Mauricio Kartun, Marcelo Cohen, Guillermo Martínez, Luis Cano, Sylvia Molloy, Claudia Piñeiro, Tamara Kamenszain, Alicia Plante, Federico Jeanmaire, Alejandro Tantanian, Marcelo Figueras, Gustavo Nielsen, Lucía Puenzo, Gabriela Massuh, Eugenia Almeida, Fernando Noy, Betina González, Romina Paula, Santiago Loza, María del Carmen Colombo, Samanta Schweblin, Lola Arias, Alberto Giordano, Miguel Ángel Molfino, Washington Cucurto, María Sonia Cristoff, Félix Bruzzone, Cecilia Szperling, Leonardo Oyola, Gabriela Cabezón Cámara, Federico Falco, Romina Doval, Patricia Suárez, Alejandra Laurencich y Luis Mey, entre otros.

“Tenemos que hablar”

“¿Y qué lugar ocupa el Estado respecto de la promoción y producción literaria, la traducción, becas, subsidios, concursos nacionales y municipales, financiamiento de la participación en ferias y festivales, compra de títulos para bibliotecas públicas? ¿Es admisible que los autores seamos los convidados de piedra en la discusión y votación de leyes vinculadas con el libro? ¿Cómo es y cómo podría ser la relación de los autores con los sellos editoriales, grandes, medianos y pequeños’”, se pregunta la Unión de Escritoras y Escritores en la solicitada que se puede leer completa en el blog del colectivo: https://uniondeescritorasyescritores.wordpress.com/

Julián López escribió –el 6 de junio pasado– en su muro de Facebook: “Queridas editoriales independientes, ser independientes no habilita a manejos poco claros y abusivos. No se enojen, las quiero a todas, pero tenemos que hablar”. Todavía perdura la onda expansiva que sacudió el avispero literario con esa invitación a hablar. “Personalmente no tuve ningún problema con los editores con los que me tocó trabajar, pero tengo amigas y amigos que se quejan de los tratos y los contratos a los que acceden. En ese post se empezaron a multiplicar los comentarios, opinaron muchas escritoras y escritores y algunos editores que se sintieron malamente aludidos. Selva Almada terció y de alguna manera especificó y profundizó más la cuestión. Alejandra Zina también participó y la cantidad de participaciones un poco nos sorprendió: acá está pasando algo, hay que hacerse responsable”, advierte el autor de Una muchacha muy bella a PáginaI12. “Entonces decidimos invitar a todos los que de alguna manera habían participado del debate, primero por inbox, y después organizamos reuniones en mi casa. Así empezó todo, por supuesto que en una tradición que no inauguramos nosotros y que tiene un siglo de historia pero por alguna razón, por muchas razones, nunca terminó de cuajar. Hace pocos años Luis Mey había hecho algo parecido, había convocado a colegas a pensar las cuestiones comunes, pero es muy difícil la cosa colectiva y en general la gente empieza a demandar acción directa, cosas concretas. Por el momento a nosotros nos interesa que se sepa que estamos debatiendo, que estamos hablando y que nos estamos juntando, nos interesa decir, esto es un trabajo, en estas condiciones, y hay cosas que es necesario que empecemos a revisar”, agrega López.

¿Por qué el escritor en tanto autor de un libro –ya sea poeta, dramaturgo, ensayista, periodista, cronista o narrador– es “el último eslabón de la sucesión de pagos”, como explicitan en la solicitada? El autor suele firmar un contrato de edición por el 10 por ciento del Precio de Venta al Público (PVP) de cada ejemplar -o el porcentaje que se acuerde, hacia arriba o hacia abajo- y la editorial se lo paga anticipadamente, antes de que se publique el libro. Si este procedimiento se cumple al pie de la letra, el escritor sería el primer eslabón de la cadena de pagos, aunque ese primer lugar no significa que esté bien pago y que no haya que discutir el porcentaje que percibe. “Rara vez un escritor cobra adelanto, eso se da solo en algunos casos, y los contratos son tan singulares y variados como son quienes los firman –explica Clara Anich–. Hay que tener en cuenta que estamos pensando en pos de una gran gama de autores, no sólo los que firman contrato con editoriales grandes, sino también los que lo hacen con editoriales medianas, chicas y micro. Los que firman, los que acuerdan de palabra, los que pagan para editar, los que aportan o garantizan venta de ejemplares. Para nosotros, todos son trabajadores”. Anich, narradora, poeta, dramaturga, aclara algunas cuestiones. “Nos encontramos con casos donde el 10 por ciento no es sobre el precio de tapa sino sobre el costo del libro, y eso no es un detalle sobre todo si el autor se entera a la hora de cobrar; o casos donde esos derechos no se cobraron nunca; o se cobran en libros. No sabemos por qué pero rara vez un autor consulta a un abogado a la hora de firmar un contrato. No decimos que sea obligatorio hacerlo, pero sí que el autor sepa que es su derecho –plantea la escritora–. Para los contratos editoriales rige la libertad de forma, por eso es importante estar informados”.

Un ejemplo puede “ilustrar” el asunto de la distribución del ingreso en la cadena conformada por el autor, el editor, el distribuidor y el librero. Un escritor publica una novela de unas 200 páginas aproximadamente. La tirada es de 1.000 ejemplares. El precio de venta al público, el PVP, es de 250 pesos. Si firma un contrato de edición por el 10 por ciento, el autor cobrará 25.000 pesos de anticipo. En caso de que no cobre adelanto, el cálculo es que tendrá 25 pesos por cada libro vendido. ¿Se vende la tirada completa, los 1.000 ejemplares? En general, no. Pero si se vendiera, no sería en un mes. Quizá, con suerte, la tirada total se agote en doce meses. ¿Cuánto tiempo le llevó escribir esa novela? Si lo hizo en un año –una estimación optimista porque el tiempo de escritura suele estar más cerca de los dos o tres años– habría que dividir los 25.000 pesos por 12 para calcular lo que recibiría por mes: 2.083 pesos; cifra apenas por encima de la Asignación Universal Por Hijo (AUH), que a partir de septiembre será de 1.412 pesos, y muy por debajo de la jubilación mínima: 7246. La escritora o el escritor que vive de la publicación de sus libros es la excepción y no la regla. En el blog del agente literario Guillermo Schavelzon, en una “trilogía” de 2014 titulada “De qué vive un escritor”, escribió un dato que tomó de La condition littèraire. La double vie des ècrivains de Bernard Lahire: “En Francia, el 68, 5 por ciento de los escritores publicados vende menos de 1.000 ejemplares, el 15,3 por ciento vende entre 2.000 y 4.000, el 13 por ciento vende entre 4.000 y 10.000, y solo el 3,2 por ciento vende más de 10.000 ejemplares”.

¿Cuánto debería percibir un escritor? ¿Qué porcentaje sería el ideal? 

¿Arriba de un 20 por ciento, cerca del 25? ¿O más? Hay que tener en cuenta que el incremento del porcentaje que se llevaría el autor implicaría que algunas de las otras partes tuvieran que “resignar” su porcentaje, que actualmente es el 30 por ciento para el editor, el 40 por ciento para el librero y el 20 por ciento para el distribuidor. Anich subraya que no piensan en porcentajes ideales. “Un autor puede decidir donar lo que corresponde a sus derechos para que la editorial publique a otro autor, también puede cobrar en libros si así lo desea, o puede pretender un 20 por ciento –sugiere una de las creadoras del grupo Alejandría–. Eso es personal, es un acuerdo entre el escritor y el editor. Ese contrato debe ser acordado, no tener clausulas implícitas, ni dobleces. Como tampoco creemos que el contrato deba incluir puntos que la editorial ya sabe que no va a ser capaz de cumplir. ¿Por qué una editorial pide derechos para todos los idiomas si no va a hacer el esfuerzo de conseguir una traducción?  O derechos para todos los países de habla hispana cuando publica 300 ejemplares que sabe que no van a cruzar la frontera? O pide derechos por adaptaciones al teatro o al cine, pero tampoco trabaja en pos de eso?”. 

“Somos trabajadores”

Los miembros de la Unión de Escritoras y Escritores se reconocen como trabajadores. “Estamos en un momento difícil para el país en general y crítico para el sector editorial. Cierran librerías, la venta bajó drásticamente, la importación amenaza. Para una actividad simbólicamente tan importante como la nuestra, reconocernos trabajadores significa tomar un rol activo no sólo en el reclamo de derechos que nunca tuvimos, sino también en la recuperación de aquellos que se fueron perdiendo –propone Enzo Maqueira, autor de Electrónica–. Como construcción colectiva, organizarnos nos permite enfrentar con mayor fuerza los tiempos difíciles que estamos atravesando e intentar, desde nuestro lugar, una defensa de la industria a la que pertenecemos, que es generadora de trabajo, de ingresos, pero también de cultura, esa cultura nacional que necesitamos para repeler la retórica de los discursos hegemónicos”. 

López, el escritor que con su posteo de junio pasado en su  muro de Facebook generó tanto revuelo, reflexiona sobre el hecho de identificarse como trabajadores. “Nosotros somos parte de una industria muy compleja y muy interesante que tiene muchas instancias de producción. Sin embargo, los autores parece que estuviéramos al margen, nosotros no cobramos un sueldo por nuestro trabajo, escribimos de todas maneras a nuestro costo y riesgo y si logramos entusiasmar a una editorial con nuestro material cobramos recién de acuerdo a lo que venden nuestros libros. Reconocerse trabajador bajo estas circunstancias es también complejo porque no hay condiciones para que la situación cambie. Hay muchas cosas que hacemos los escritores que no están nomencladas y que generalmente nos las demandan ‘de onda’, una contratapa, una presentación, una columna en el diario a cambio de la firma. Decidimos decir somos trabajadores, esa enunciación, empezar el debate por ahí”.

¿Cómo sigue la Unión de Escritoras y Escritores? ¿Presentarán algún proyecto de ley? ¿Qué medidas concretas acompañarán la visibilización del trabajo del escritor? “Lo que viene surgiendo a lo largo de las reuniones es plantearnos objetivos a corto plazo, objetivos que sentimos que podemos abarcar –dice Marcelo Guerrieri, autor de Farmacia–. Redactamos una solicitada planteando el tema y convocamos adherentes, armamos un blog donde publicamos un texto que da cuenta del marco en el que se generó el grupo, y una serie de recomendaciones sobre qué mirar a la hora de firmar un contrato editorial. Lo que nos proponemos con estas acciones es instalar el debate sobre la figura del escritor en tanto trabajador; lo que sigue, en lo inmediato, es una breve investigación sobre algunos aspectos de la situación actual del escritor en su relación con el mercado editorial y el Estado. Pero no podemos responder mucho más allá de eso.”