Cada vez que en algún lugar del país digo que soy santafesino me preguntan automáticamente si soy de Central o de Ñuls y yo entonces tengo que contar la historia de mi nona María. Antes agrego que en mi pueblo de la pampa santafesina apenas hay hinchas de Central, Ñuls, Colón o Unión. Desconozco el motivo. Ahí somos de Boca, de River y alguno que otro de Independiente, Racing o San Lorenzo.
Mi nona materna se caracterizaba por una cosa: era fanática de Boca. Quizá sea una exageración decir que nunca conocí a una persona más fanática, pero lo siento así. Era tan fanática que su mandato familiar fue no permitir que ni uno de sus nietos fuera de otro club.
Había una foto familiar de un primo con la camiseta de River. Probablemente mi primo respondía a algún otro linaje, creo que al del padre. No bastó. Mi nona lo hizo de Boca y hoy es un fanático más. En realidad, en mi familia todos son fanáticos. Mi hermano, mis primos y sus hijos. Mi vieja era fanática, sin ir más lejos.
Quizá para mi nona poner tanto énfasis en algo lejano y ajeno era una forma de escapar de esas vidas dedicadas a los hijos y al trabajo, con un marido, mi abuelo, que era una cosa seria. Tanto que la llamaba Yala, palabra que nosotros siempre creímos que quería decir Víbora en algún dialecto italiano, cosa que nunca pudimos corroborar.
Además, mi nona había perdido hijos por esas enfermedades que hoy se curan con una pastilla. Es decir que el fútbol era como un recreo. ¿Por qué Boca? No lo sé. Nunca me lo dijo y no había nada en su vida familiar que la relacionara con Italia, los genoveses y cosas así.
Obviamente, odiaba a River. Además, tenía un encono especial con los de Rosario Central aunque quizá esté recordando mal. O fue algún comentario al pasar que hizo cuando ya estaba mayor y un poco ida. Era común oírla decir “esos perros” entre dientes cuando uno hablaba de River. Y no se refería a la capacidad de jugar bien o mal al fútbol. Era un insulto hecho y derecho.
Tuvo una vida al estilo de la época pero sin penurias económicas. Se decía que mi abuelo la había negociado con la familia cuando quedó viudo y con hijos a cargo. No era un hombre poderoso pero tenía una verdulería, un par de camiones y casas que perdió entre rodrigazos y no entender que el mundo no cambiaba a su gusto.
Nunca supe qué tan cierto era que mi abuelo la había negociado cuando era una piba. Quince años, decían. Por esto yo suponía que ella lo odiaba. Pero recuerdo como si lo estuviera viendo ahora, que camino al cementerio, ella acarició su cajón y le dijo llorando: “portate bien”.
Los domingos, ya postrada, mi nona escuchaba dos radios al mismo tiempo, una a cada lado de la cama. En la Spica a Boca y en la radio de circuito cerrado del pueblo al club Americano, del que también era fanática. Tanto que cuando mi hermano se fue a jugar al club contrario por desavenencias con las autoridades de Americano a ella le costó soportarlo.
De ella heredé la costumbre de bajar el volumen de la radio (y luego a cambiar de canal) cuando ataca el equipo contrario. Aún lo hago. Prueben, a veces funciona.
Dije que mi abuelo era un caso serio. En su lecho de muerte comenzó a repetir “morirme ahora, justo que estoy por cumplir noventa”. El asunto es que, según la fecha de la fiesta de los ochenta en ese momento tenía ochenta y seis. Pero cuando murió aparecieron dos documentos suyos donde figuraba con diferentes edades.
Hipótesis uno: se había agregado años para casarse con su primera mujer, ya que ambos (otro mito familiar) se habrían fugado de su casa en la que vivían como hermanastros políticos. Hipótesis dos: se había sacado años cuando fue a negociar a mi nona para achicar la diferencia de edad. En aquella época ibas al Juez de Paz y le cantabas el nombre y la edad y bastaba.
Ya no sabremos la verdad exacta y tampoco importa. Hay fotos familiares que debo rescatar y que pintan bastante bien lo que cuento. En una, mi mamá, mi nona, y seguramente tíos y primos, se están subiendo a la caja del camión de mi abuelo, Un Bedford 350, para ir a ver un partido de Americano a un pueblo vecino. Toda la familia a la cancha. Así vivían el fútbol.
Era también una forma de vivir en familia, algo que se perdió con el tiempo porque la modernidad nos dispersó. Como se perdió el hábito de la bagna cauda anual, herencia del Piemonte de donde venimos. La bagna cauda se hacía en un galpón cerrado en las puntas con lonas de camiones. Esa es otra foto que quizá ande por ahí.
La tercera es la del día que mi nona visitó la Bombonera. Está de pie en una tribuna vacía. Debe haber sido un día importante en su vida. Quizá el más importante.
Sin saberlo, sin pensarlo siquiera, mi hermano, primos y sobrinos les rendimos una especie de homenaje cada domingo. Algunos ni la conocieron, pero aun así respetan su mandato. No es poca cosa, me parece.