“No puedo pensar mi vida si no es en relación con la literatura. Si a mí me dijeran ‘viene la nevada mortal y se acaban los libros’ no sé si tendría ganas de seguir viviendo, el mundo no tendría el encanto que una encuentra en el acto de leer”, dice María Cristina Alonso, escritora, docente y gestora cultural nacida en Bragado.

Alonso se refiere a uno de los libros que la marcaron: El Eternauta, y a la emoción que le provoca que hoy la historia de Oesterheld, escritor desaparecido por la dictadura cívico-militar, esté en boca del mundo. “Nadie que haya pasado por mis aulas se salvó de leerlo”, cuenta. “En un país en donde actualmente impera la crueldad, se le pega a los jubilados y parecería que se pierde la humanidad, es importante que la gente tenga presente el ‘nadie se salva solo’. La literatura nos humaniza, activa esa sensibilidad que tenemos que tener para respetar al otro, para pensar un mundo mejor”, reflexiona.

Con una larga trayectoria como escritora, Alonso publicó tres novelas: Último foco y Aventuras en borrador, ambas editadas por Colihue (la última resultó ganadora del primer premio “Colección La Movida” del mismo sello editorial), y Tías de la infancia, que obtuvo el segundo premio en el Concurso de Novela Edenor, organizado por la Fundación El Libro. También publicó los cuentos infantiles Historia de inmigrantes y el libro de ensayos sobre literatura Tierra de lectores, editado por la Municipalidad de Bragado. Además, su novela Somoa fue finalista del Premio Clarín de Novela 2004.

Al reflexionar sobre su camino en la escritura, la autora nombra la infancia como fuente de inspiración. “Creo que todos los que escribimos tenemos un lugar fundacional en la infancia, en los libros que había en la casa”, dice, y agrega: “La escritora nace porque primero fui lectora”. Los libros de la colección Robin Hood, autores como Louisa May Alcott, Salgari y Verne, una primera edición —comprada por su papá— de El tesoro de la juventud, la célebre enciclopedia infantil del siglo XX, son algunas de las primeras lecturas que la formaron.

“Cuando era chica soñaba con irme del pueblo pero, por muchas razones, aunque fui y volví, me quedé a vivir en él”, cuenta. Alonso estudió Letras en la Universidad Nacional de La Plata y hace ya muchos años volvió a su ciudad natal. Allí da talleres de escritura y coordina distintas actividades culturales, como la Feria del Libro de Bragado, que se realiza todos los años en agosto y dura cuatro días. “Siempre invitamos a gente muy reconocida que el público tiene ganas e interés de escuchar, y también le damos mucho lugar a los escritores de la zona, a talleristas y a espectáculos para chicos. Lo hacemos en un lugar hermoso, el Centro Cultural Florencio Constantino”.

El Cultural Florencio Constantino es un teatro de ópera con capacidad para dos mil personas que lleva el nombre de su fundador, un español que emigró en 1889 a la Argentina y se asentó en Bragado, donde trabajó en el campo. En un momento, su talento para el canto lírico fue descubierto por un periodista, y Constantino pasó a lucir su voz en los teatros más importantes del mundo. Consagrado a nivel internacional, el cantante regaló a su país de adopción el teatro, que se inauguró en 1912.

“Durante la dictadura se resquebrajó, un intendente militar casi lo demuele. Después lo recuperaron, durante el gobierno de Cristina, y se convirtió en el hermoso centro cultural que es hoy”, señala Alonso.

Al ser consultada sobre cómo es ejercer el oficio de la escritura desde fuera de los grandes centros urbanos, donde las posibilidades de publicación y circulación suelen ser menores, la autora explica: “Estás alejada de los lugares donde se generan las posibilidades de publicación, de conseguir editorial. Pero también es la decisión de que tu territorio aparezca y modele tu literatura. Yo, cuando escribo, siempre escribo sobre pueblos, sobre caminos vecinales, sobre gente común. Leo y admiro a Haroldo Conti, que ahora cumpliría cien años, y siempre les digo a mis colegas que todas las personas de Bragado tenemos que leerlo, porque Conti es un escritor que habla de nosotros”.

Otras influencias literarias importantes podrían ser Raymond Chandler, Hemingway, Faulkner… “Toda esa literatura necesaria para escribir”, dice Alonso, que puntualiza: “me di cuenta de que en un momento mi biblioteca estuvo compuesta por todos escritores varones. Después, con el tiempo, empezó a convertirse en una biblioteca de mujeres. Hoy es muy potente la literatura escrita por mujeres. No quiero decir ‘feminista’, no me interesan los rótulos del mercado editorial. Me gusta mucho Selva Almada, por ejemplo”.

Tanto para leer como para escribir prefiere el género de la novela, porque le interesa “lo que se demora”. Nombra a la novela negra como una de sus favoritas, y sobre su poética explica que trabaja “lo que pasa con este mundo, con esta realidad. Me importa hablar de personajes que no son grandes celebridades, me interesa la gente común, la gente más bien marginal. Hace un tiempo empecé a trabajar, todavía no la puedo terminar, una novela que escribí pensando en mi padre: la historia de un hombre común, completamente común, de pueblo, que está atravesado por todo lo que le pasó al país, y la novela muestra cómo eso lo determina”.

El padre de Alonso era dibujante de planos y constructor de casas. La autora recuerda que le encantaba contar historias de sus antepasados, y dice que cree que fue él quien le enseñó el arte de narrar. Su historia guarda un parecido con la del padre del escritor Ray Bradbury, quien —según explica en su ensayo Cómo alimentar a una musa y conservarla— era “un hombre ordinario, de lo más común, un trabajador de la tierra”, pero que, cuando hablaba de su infancia en el campo y de las aventuras de su niñez, se transformaba en el poeta Robert Frost.

“Me interesa que la ficción, de alguna manera, interprete los tiempos que vivimos. En 2001 escribí una novela que salió finalista en el Premio Clarín —Somoa— que nunca se publicó, pero que me parece muy actual. Es la historia de un país donde se pudre todo (lo debo haber escrito con El Eternauta en la cabeza), un país donde se fueron los gobernantes, no hay luz, se corta internet, no hay nafta, la gente se va, pero hay alguien que se queda: la protagonista, que tiene que encontrar a un hombre que conserva un cuaderno de su mamá, que había sido chupada en La Plata y que, antes de que la asesinaran, le dejó al hombre el cuaderno donde ella escribió una historia. Es una cosa muy distópica, la protagonista sale con una camioneta vieja a buscar el lugar donde, le han dicho, vive el hombre. Es la historia de alguien que se queda para saldar su propia historia, porque es hija de una desaparecida. Hoy quiero escribir algo que refleje estos tiempos crueles, los actuales”.

Alonso no escribe “novelas políticas”, pero su trabajo siempre está atravesado por su ideología, su contexto y su territorio. Últimamente, dice, está trabajando historias infantiles porque se convirtió en abuela y se interesó por la ilustración.

“Acabo de terminar un libro basado en la historia de Alfonsina Storni. El libro cuenta su aventura en el mar y las cosas fantásticas que va viviendo cuando definitivamente se muda al mundo submarino. Lo ilustré, y ahora estoy trabajando las imágenes con Teté Cirigliano, una ilustradora bragadense muy conocida. Estoy buscando editorial, la idea es tenerlo listo para presentarlo en agosto, en la Feria del Libro de Bragado.”

“Siempre digo que si dejamos de leer estamos muertos”, agrega, un poco entre risas. En un contexto atravesado por la velocidad, el barullo y la desmemoria, apostar a la palabra, a eso que "se demora”, es una forma de quedarse —como su protagonista— para contarla.