La llegada de las neurociencias a las aulas argentinas sigue el ritmo de la proyección política de su referente más conocido: Facundo Manes, el neurólogo y director de la Fundación Favaloro, creador del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco). Manes es especialista en un área concreta de investigación: la neurobiología de los procesos mentales. Y suele relacionar estos procesos con un arco muy amplio de cuestiones que van desde la salud y el mejor uso de las capacidades cerebrales hasta las formas de acceder a la lectoescritura o combatir la pobreza.

Las neurociencias estudian el sistema nervioso, en especial del cerebro, y tratan de desentrañar su relación con nuestros comportamientos. Sus defensores la entienden como un paso decisivo hacia un mejor entendimiento del ser humano. Las neurociencias, según Manes, "han realizado aportes considerables para el reconocimiento de las intenciones de los demás y de los distintos componentes de la empatía, de las áreas críticas del lenguaje, de los mecanismos cerebrales de la emoción y de los circuitos neurales involucrados en ver e interpretar el mundo que nos rodea".  

El Ministerio de Educación que dirige Esteban Bullrich comparte esa visión de Manes, al punto que ha decidido incorporar de forma protagónica a las neurociencias en el sistema educativo. Entre otras cuestiones, para que rija una de sus actos fundantes: la enseñanza de la lecto escritura. Así lo confirmó la secretaria de Innovación y Calidad Educativa, Mercedes Miguel, cuando anunció que se cambiaría el método psicogenético por la “conciencia fonológica”, impulsada por las neurociencias. 

La psicogenética se utiliza desde hace 30 años y está basada en la experiencia del niño con su entorno y la cultura. Las neurociencias, en cambio, rescatan un método enfocado en la oralidad y los sonidos de las palabras.

Miguel es una de las defensoras más acérrimas de esta política y la vocera del Gobierno en este campo. En 2014, durante el Foro de Calidad Educativa – Educar 2050 dijo que “todavía los chicos están condicionados por el vientre en el que nacen y eso se tiene que terminar”. 

Mientras Manes recorre la provincia de Buenos Aires dando charlas de divulgación y el PRO lo mide como candidato en ese distrito, la cartera educativa creó el Laboratorio de Neurociencias y Educación a través de un convenio con su fundación, el Instituto de Neurología Cognitiva. El bautismo fue un encuentro de capacitación a docentes titulado “Mente, cerebro y educación” que se llevó a cabo en mayo de este año, en Tecnópolis.

 

Pekka Rasanen, Florencia Salvarezza, Facundo Manes y Mercedes Miguel

Página/12 pidió hablar con los funcionarios encargados del plan –que tiene dimensiones desconocidas- y acceder al convenio con Ineco, que no figura en el Boletín Oficial. No hubo respuesta. 

Se supo, por informaciones periodísticas, que Corrientes será la primera provincia en desarrollar un taller para docentes sobre prácticas pedagógicas basadas en las neurociencias. “Venta de humo. Manes y toda esta moda que instalan para distraer la atención y no resolver los problemas que tiene nuestra educación. Nos quieren dar neurociencias pero desmantelaron el Conectar Igualdad y las becas Progresar quedaron congeladas en 700 pesos. Los programas nacionales se achicaron un 50 por ciento; todavía no podemos resolver los problemas más elementales como las cuatro comidas y las escuelas se caen a pedazos”, dijo Fernando Ramírez, secretario general del sindicato docente de esa provincia (Suteco). 

Florencia Salvarezza es la directora del Departamento de Lenguaje de Ineco. Egresada en Letras con una especialización en Lingüística, Salvarezza se especializa en los trastornos específicos del lenguaje y su relación con los trastornos del espectro autista, la dislexia y los trastornos cognitivos atípicos. Docente de la Universidad Favaloro, también dicta cursos de capacitación docente en la Universidad San Andrés. Salvarezza aseguró a Página/12 que la relación entre neurociencias y educación es “casi una obviedad”. “En general la gente que se opone al ingreso de las neurociencias, creen que lo biologicista anula lo cultural. La idea es enriquecer al sistema educativo, que no tiene buenos resultados”, agregó. 

Para la especialista en educación e investigadora del Conicet, Carina Kaplan, “es una barbaridad afirmar que el fracaso escolar está en el cerebro”. Kaplan indicó que el problema no son las neurociencias, que pueden aportar elementos valiosos para profundizar algunos métodos, sino la intención de imponerlas como una explicación del éxito o la deserción en las escuelas. “No se puede permitir que se produzca una biologización de lo social”, exigió.  

En el mismo sentido se expresó la ex ministra de Educación bonaerense, Silvina Gvirtz: “Son muy interesantes los aportes que pueden hacer las neurociencias, siempre y cuando no reemplacen sino que se complementen con la psicología educacional y la pedagogía”. Gvirtz puso el acento en que esta disciplina no puede utilizarse para comprender el contexto socioeconómico y tampoco la dinámica de 30 niños y niñas en el aula, con sus diferentes realidades. “Sirve para pensar en líneas generales, pero me parece que la mirada de las neurociencias sobre la educación no está tan desarrollada como para tomarlas como modelo, no pueden decirnos cómo pensar el aula. Eso sería errar el camino”, advirtió.

Para Diego Golombek, doctor en Biología, investigador del Conicet y profesor de la Universidad Nacional de Quilmes, el aporte que pueden hacer las neurociencias a la educación es “legítimo”. “Hace unos 20 años se pensaba que los avances de esta disciplina estaban muy lejos de llegar a las escuelas, hoy no es así”, dijo a Página/12

¿Cuáles son esos aportes? “Algunos avances relacionados con la memoria, la atención, la concentración, el manejo de las emociones, las cuestiones fisiológicas, el estrés, el ritmo circadiano, cuestiones que tienen que ver con la lectoescritura”, enumeró Golombek. Sobre las críticas que se formulan desde otras corrientes opinó que “toda mirada sesgada no es buena”. Y recomendó no exagerar: “No se está frente a cerebros, sino frente a alumnos. Si hay una mirada excesivamente biologicista, se dejan afuera un montón de cosas; si prevalece una mirada más conservadora, se olvida de que se está frente a cuerpos, que responden a estímulos. Hay que llegar a un punto de intercambio”. Desde ese punto, añadió, el aporte puede ser positivo teniendo en cuenta que cada niño y niña está inmerso en una historia, un contexto, indisoluble de su condición frente al aprendizaje.

La directora de la Maestría en Escritura y Alfabetización, Mirta Castedo, explicó a Página/12 que la “educación es un proceso social, ante todo”. “La práctica en el aula es complejísima, donde intervienen muchos factores: 30 chicos y uno o dos docentes interactuando. Aún si tuviéramos una máquina para ver cómo funciona el cerebro: ¿qué estaríamos viendo? ¿Las emociones, sentimientos?”, preguntó. 

Salvarezza no está de acuerdo: “Este país tiene mucha impronta del psicoanálisis. Se considera lo biologicista como malo. Somos seres biológicos. Lo que heredamos se va a ir moldeando. Ambas cosas cuentan”, concluyó.

Desde su vasta experiencia en la clínica psicoanalítica de niños, Juan Carlos Volnovich, ofreció una opinión contundente: "Cubiertas por un manto de cientificidad, las neurociencias transitan todo un proyecto ideológico –viejo, anacrónico y reaccionario- que desembarca en el amplio campo de la educación con la clara intención de reforzar las diferencias de clase social que el propio sistema intentó y debería seguir intentando atenuar". 

Volnovich acusó a esta disciplina de ser un "caballo de troya", cuyo objetivo sería el de "responsabilizar al cerebro por éxito o el fracaso en el aprendizaje". "Al mismo tiempo se inocentiza al sistema económico social, al sistema educativo, a las maestras, a las familias y hasta a los propios alumnos. Si la cosa no funciona, si el niño o la niña no aprenden es porque está fallado de fábrica y, por lo tanto, nadie es responsable de esa falla", explicó.