El movimiento LGBT+ en Argentina se gestó en la calle. Para ser más precisxs en una garita del Tren Roca, estación Gerli, año 1967. Desde aquella reunión iniciática en el conurbano nació la primera organización de diferencia sexo genérica en América Latina que lejos de ser un reflejo de la Revuelta de Stonewall fue articulación de luchas locales conectadas con las experiencias catalanas que en aquel entonces eran aplastadas por el fascismo de la Falange del Generalísimo Franco. 

Entre cartas de ida y vuelta vía militantes de izquierda y republicanos, activistas locales idearon la necesidad de organizarse. Y lo hicieron, con los costos que muy bien describe Héctor Anabitarte en su libro “Estrechamente vigilados por la locura” (despromoción de su militancia partidaria, amenazas varias) y las ganancias que el devenir de la historia hoy muestra como producto de esas luchas. Nuestro movimiento es pre-Stonewall y al igual que la revuelta gringa nació como expresión de lucha popular contra la represión y la discriminación por lo que vuelve imposible toda ecuación, que no sea fraguada, en la que nuestro movimiento pueda hoy ser parte de la misma escalada reaccionaria que viene a repetir el gesto de abyección.

Orgullo y democracia

En la comunidad LGBT+ porteña posdictadura se engendró la nueva etapa del movimiento. Con gays y lesbianas mayoritariamente alfonsinistas y, en menor medida, peronistas y trotskistas se realizó en junio de 1985 un volanteo por el “Día de la Liberación Gay” y “Día Internacional de la Dignidad Homosexual” en el Parque Lezama. En ese momento, luego de las apariciones públicas durante el último gobierno peronista junto con movimientos populares y revolucionarios o en manifestaciones con feministas contra medidas gubernamentales de la administración Isabel Perón, se volvía a la calle con el significante “orgullo” lo que implicó una relectura de la historia de nuestro movimiento y, por lo tanto, un reposicionamiento que llevó peligrosamente al olvido nuestro origen antifascista y anticonservador que los rechazos institucionales de la izquierda institucionalizada, el progresismo, denominaciones religiosas y los movimientos nacionales y populares de Argentina lamentablemente le llevó décadas incluir en sus demandas. Pero lo hicieron porque lo hicimos.

Sebastián Freire


Orgullo y neoliberalismo

Con la llegada el modelo neoliberal que desembarcó con la traición menemista a su propio movimiento y muchos de sus votantes, sumado a la caída del Muro de Berlín y la crisis de la versión mecanicista del marxismo y la izquierda en general, Argentina se alinea (literalmente) a la derecha con la política de EEUU y del Vaticano bajo la conducción de Juan Pablo II.

Esto convirtió a nuestro país en una trinchera de la derecha neoconservadora y pasamos a votar en toda instancia internacional contra toda iniciativa de Derechos Sexuales y Reproductivos o “derechos de minorías” con la excusa de la necesidad de un marco normativo internacional “universal” y con el latiguillo que hoy la derecha de La Libertad (no) Avanza y Juntos por el (no) Cambio no temen graznar: “las minorías son gasto”. Claro, “gasto” es para estxs paleopolíticxs la diferencia que le da la calculadora inmediata tilinga que se cree que vive sola a puro mérito y callan sobre cómo obtuvieron su educación, sus cloacas, viajar en bondi sin renunciar al subsidio, recibir acompañamiento médico en procesos de transición, medicaciones las personas LGBT+ con vih, etc.

Con esa tormenta de fondo, se multiplican en Buenos Aires las organizaciones y aparecen formaciones en las provincias, con excepción de Rosario que ya se había organizado en los 80 el Movimiento de Liberación Homosexual. Estas nuevas constelaciones de organizaciones gravitaron en torno dos: la CHA, que se negaba a la noción de “orgullo” con los mismos argumentos paquis que todavía hoy no lo entienden como respuesta a la vergüenza; y Gays y Lesbianas por los Derechos Civiles, que supo comprender el rol de los medios en la nueva era globalizada que se inauguraba.

Sebastián Freire

La mayoría de los nuevos grupos que surgieron por intereses en común y/o como desprendimientos de la CHA acudimos a Paraná 157, la mítica sede de GaysDC y allí comenzó a gestarse una compleja unidad de “activistas” que rechazábamos la noción de “militante” por su sabor milico en una época en que todavía andaban en libertad los chacales a los que hoy les hace mimos la candidata a vicepresidenta Villarruel. En este caldero que siempre comenzaba con reuniones y terminaba en comilonas de pastas que hacíamos en la cocina del loft de César y Marcelo se armó la iniciativa de la Primera Marcha del Orgullo con la consigna “Libertad, igualdad, diversidad”.

A esta productiva “cocina” se sumaron militantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que en aquel entonces éramos conducción del Centro de Estudiantes: compañeros de Base que proyectábamos el desembarco en la política partidaria con la experiencia del Frente Democracia Avanzada que llevó al abogado de Gays DC, José Luis Pissi, como candidato a diputado. La nueva versión del “orgullo” articuló así las agendas diversas de organizaciones y militancia crítica al neoliberalismo y al neoconservadurismo tan caro hoy a una de las fórmulas presidenciales.

Orgullo y la encrucijada nacional

Fue la COMO (Comisión Organizadora de la Marcha del Orgullo) la que propuso este año hacer un homenaje a “lxs históricxs” que todavía debatimos cómo denominarnos (mariscalas, pionerxs, primeros pasos… léase con humor). Y a ese llamado respondimos todxs lxs que atravesamos juntxs y no tanto estos treinta y dos años.

Recuerda Pedro Paradiso Sottile, histórico militante rosarino “… este reconocimiento hay que ubicarlo en la política de la memoria que nos enseñaron las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. La memoria es un compartir colectivo maravilloso y afectuoso que retoma la historia de nuestras luchas y de compañeros que siguen en nuestra lucha: Carlos Jáuregui y César Cigliutti entre ellos. Este homenaje es para todxs lxs que marchamos con perspectiva federal, unidxs por la pasión, ganas y deseo de sentir orgullo. Particularmente cuando subí al escenario recordé a César que para mí fue como un hermano.”

Como sostiene Pedro, el “orgullo” fue el sentimiento y la posición política que nos aunó a lxs que en aquellas épocas nos congregamos y organizamos, casi manualmente, las primeras marchas. Marcelo Ferreyra, uno de los fundadorxs de las aventuras de Paraná 157, recuerda: “Nosotrxs organizamos la primera marcha con gran esfuerzo. Ni en nuestros más afiebrados sueños imaginamos que esa iniciativa se convertiría en una marcha de 1.700.000 personas. En aquel momento con nuestras manos hicimos máscaras, banderas, carteles. La marcha 32 años después la marcha superó lo que imaginamos.”

Sebastián Freire


Orgullo y derechos conquistados

Marcelo Feldman, abogado y militante en aquel momento de Gays y Lesbianas por los Derechos Civiles recuerda: “Desde 1983 marcho con mi marido. En los primeros años teníamos que cuidarlo de las cámaras porque era un riesgo para su trabajo (es docente). En lo que a mí me toca también era un desafío salir del clóset como profesional y de un campo tan conservador como es el Derecho. Tengo un recuerdo que nunca olvido: marchaba de la mano con mi marido y entre la alegría y el desafío escuchó por altoparlante, a gritos, mi nombre: era Carlos Jáuregui que me pedía hacer algo de organización mientras yo caminaba cual Laura Ingalls… Así se gestaron las primeras marchas, entre valor y desafíos.”

Julio Talavera se sumó de jovencito a las primeras marchas opina “La emoción de ver más de un millón de personas respondiendo a aquel llamado que hicimos y que se materializa en un recorrido que incluye organizaciones, leyes, derechos, políticas públicas… Yo comencé en un espacio politizado que insistió con otras cuestiones transversales como la clase social. En todos estos años estas luchas y logros son puestos en valor frente al avance de lxs antiderechos. Esto requiere recordar que nuestros derechos se inscriben en un modelo de país que como activistas LGBT+ debemos seguir discutiendo. La presencia de tantos jóvenes y familias demuestra que el proceso social acompañó las luchas y los derechos logrados.”

Orgullo y fe

En esta marcha hubo una novedad: la carroza de Centurión, un grupo de creyentes pertenecientes al catolicismo. Pero hay que recordar que ya antes hubo organizaciones religiosas: las primeras marchas arrancaban con la bendición de la ICM (Iglesia de la Comunidad Metropolitana). Norberto D’Amico, militante histórico del cristianismo y el movimiento LGBT+, recuerda: “Llevamos la primera convocatoria a nuestra comunidad de fe, nuestra Iglesia, y al proponerlo se generó un estado de agitación que no fue ningún impedimento para volver a pensar nuestra fe y los modos en que podíamos sumarnos a esta lucha. Es así como comenzamos a hacer carteles con frases como “Dios conoce mi rostro”, “Dios me ama”, “Dios sabe que soy gay”. Las máscaras fueron criticadas por algunxs que no entendieron que no era un símbolo de vergüenza, sino de la brutal discriminación que sufríamos y ponía en peligro nuestras vidas, trabajos, relaciones. Yo ya había perdido mi trabajo y problemas en mi familia por lo que me puse la máscara en el hombro.”

Keraná Castro, militante lesbiana indígena guaraní recuerda otro aspecto de estos treinta y dos años: “La marcha fue y es un proceso de aprendizaje, de construcción de visión del mundo más allá de nosotres mismos. De la necesidad de articular con otras demandas y luchas. Mi recuerdo personal ata este proceso con la voluntad que le pusimos con nuestros cuerpos y manos. Las Fulanas, nuestro grupo de lesbianas, junto con los colectivos trans no teníamos ningún financiamiento por lo que lo aquellas marchas fueron muestra de una voluntad que hoy vemos multiplicada en todxs lxs participantes, organizaciones y logros que no vamos a ceder.”

Orgullo y memoria

Treinta y dos años son poco tiempo para una historia que se amasó décadas antes, pero en los nombres propios que forman toda lucha que es colectiva, son “el” andar posible donde se inscribe la historia como experiencia y testimonio, como memoria y “no olvido” que hoy se actualiza frente a una fórmula presidencial y una alianza política (Milei/Macri) que no teme anunciar que viene por nuestros derechos. ¿Alguien cree que el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género son irreversibles? ¿Qué podemos esperar de un candidato que votó contra la ley de jubilación para personas con vih? ¿Podemos convalidar con nuestro voto a una alianza conservadora y facha que considera curros a las potestades estatales que se necesitan para construir un país donde los derechos humanos sean núcleo ético de las políticas públicas?

La “pulsión de muerte” no es biológica, es cultural y política y alcanzó en las complejas sociedades actuales un vigor de temer. Por eso, hoy como ayer, lxs “históricxs”, “pionerxs” (o como terminemos llamándonos) venimos a decir #NoAMilei. La mayoría votaremos por Sergio Tomás Massa con la bandera de “ni un ajuste más, ni un derecho menos.”