El discurso ortodoxo que asocia la inflación como resultado de la emisión y a ésta última como la herramienta para financiar cuentas públicas en crisis por la corrupción política parece imponerse en estas elecciones. Por una parte, es la base del argumento económico-político sobre el que construye su campaña Javier Milei y Patricia Bullrich. Del otro lado Sergio Massa, si bien relativiza el peso de la corrupción como causa central del déficit público, sigue sosteniendo que es la emisión monetaria la causante central de la inflación y plantea como objetivos a mediano plazo un presupuesto equilibrado y entregar la dirección de la economía y de la mitad del directorio del Banco Central a la oposición como muestra de su compromiso para detener el aumento de los precios.

Pero mientras los discursos políticos corren por un carril, la realidad económica lo hace por otra. Sin detenernos en detalle en la cuestión de las cuentas públicas, los gastos centrales del Estado están basados en la seguridad social (45 por ciento de los gastos aproximadamente), deuda pública (12 por ciento) y los salarios (10 por ciento). Como señalamos en el Manual de “mitos e impuestos” recientemente publicado, aún en una hipótesis de máxima corrupción donde el 15 por ciento del gasto de capital, el 10 por ciento de los subsidios a las empresas y el 10 por ciento de los sueldos de los nuevos empleados se desvíe por mecanismos de corrupción, la misma no llegaría a explicar más que el 2 por ciento de los gastos anuales de los últimos años. De esa manera, el equilibrio de las cuentas públicas requiere mucho más que una supuesta dosis de honestismo que implementaría la banda de dudosa moral que se presenta como oposición.

Pero más relevante es la falta de causalidad entre emisión monetaria e inflación. Paradójicamente, todos los últimos intentos de restricción del gasto y la emisión para frenar la inflación, tanto el que intentó Mauricio Macri a partir del acuerdo con el FMI como el que comenzó Massa al asumir como ministro en el marco de una fuerte corrida cambiaria, tuvieron desastrosos resultados en materia de precios. 

El plan de emisión cero de Macri terminó duplicando la inflación llevándola a valores por encima del 50 por ciento, mientras que la gestión Massa vió acelerarse los aumentos de precios de esa cifra a más del 120 por ciento. ¿Por qué fallaron ambos intentos ortodoxos de contener la inflación? El primero porque dejó escapar el dólar y el segundo por el impulso de los precios internacionales dados por la guerra de Ucrania, shocks que fueron amplificado brutalmente por los mecanismos de indexación implícitos en la dinámica inercial de la actual inflación argentina.

La emisión monetaria y el déficit público tienen un efecto indirecto sobre la inflación. Por un lado, la expansión de la demanda que impulsa el gasto, facilita un ambiente de alto nivel de empleo y consumo, que no amortigua la capacidad empresarial de pasar los aumentos de costos a precios. Ello se fortalece por estar la economía protegida de las importaciones, por lo que la competencia externa no es una amenaza grande para los empresarios locales. 

Por otra parte, la emisión monetaria es parte de la liquidez que alimenta la demanda de dólares en una economía bimonetaria, hecho que genera presiones sobre el paralelo y ciertos comportamientos especulativos que repercuten en los precios. Pero ambos fenómenos no mueven el amperímetro en una economía donde la inercia, por sí misma, tira un piso de inflación del 120 por ciento para el próximo año.

@AndresAsiain