Uno de los discos que unió al notable cantautor uruguayo Fernando Cabrera y el hombre de apellido tan difícil como Eduardo Darnauchans se llamó Ambitos, y se grabó en vivo en el teatro Solís, durante 1991. Por entonces, “Darno” reclamaba en las calles para frenar la guerra del Golfo, y venía de publicar uno de sus discos más significativos: El trigo en la luna. El otro trabajo compartido (Entre el micrófono y la penumbra, editado en 2001), lo tuvo a Cabrera como productor y a Darnauchans como musico. Seguramente habrá muchos compositores y amantes de la música del Río de la Plata esperando con el cuchillo entre los dientes Darnauchans, poesía y compromiso de un cantor popular uruguayo, libro publicado por Ediciones del Empedrado, sobre vida y obra de semejante figura del arte, la cultura y la política celestes que será presentado por su autora, Silvia Sabaj, hoy a las 18.30 en Malabia 1784 y el sábado a la misma hora en el Café & Restó Rimbaud, de la ciudad de La Plata (Calle 50 Nº 734). 

Si bien el foco de la obra, de cuya presentación también será parte el cantor Tabaré Leyton, está puesto en la obra poética de “Darno”, también enlaza inevitablemente con su tenaz militancia comunista, que le provocó una más tenaz –y violenta– persecución política durante los doce años que duró la dictadura militar en el Uruguay, entre 1973 y 1985. La autora, investigadora y profesora de literatura nacida en 1961, también pone la lupa en el carácter estéticamente inquieto de este atormentado artista, que lo llevó a viajar por músicas medievales y renacentistas, tanto como por milongas, bluses y rocanroles. Un rasgo movedizo que lo liga con la idea de un Fausto uruguayo. O con un dicho del que él mismo se hacía cargo: “somos el Darno y yo...”, una forma de definir la coexistencia entre la sesuda militancia por un mundo más justo, con la imagen de ese tipo que recorría las calles de Montevideo con sombrero, sobretodo oscuro y lentes negros.    

Un breve repaso por la biografía explicita que Darnauchans, artista maldito si los hay, nació el 15 de noviembre de 1953 en Montevideo, y murió de un paro cardíaco –excesos y tristezas mediante– el 7 de marzo de 2007, en la misma ciudad. Tuvo una infancia entre rural y urbana que lo hizo transitar entre el pueblo de Rivera (Minas de Corrales) y Tacuarembó, donde hizo las inferiores militantes en el Partido Comunista... y también su debut en seccionales policiales, a causa precisamente de ello. El golpe militar lo sorprendió cuando tenía apenas veinte años, y el primer arresto bajo esas circunstancias fue cuando intentó tomar las instalaciones de un magisterio de ese departamento. La detención derivó en un primer exilio, que lo depositó en la ciudad de La Plata. Fue en la Universidad de las diagonales donde Darno se anotó en la carrera de Letras, donde cursó hasta que el posperonismo (o el peronismo sin Perón, a partir de agosto de 1974) ordenó cerrar esa casa de estudios.  

Tras ese segundo y severo cachetazo en su vida, el compositor se mudó al barrio de Once, trabajó en el puerto, en una fábrica de balas y en una juguetería, hasta que su padre, el médico pediatra de Tacuarembó Pedro Darnauchans, lo hizo retornar a Montevideo, en 1975. Al año lo metieron otra vez preso, acusado de un inexistente viaje a la Berlín comunista. Así vivió, fuera del calabozo, pero bajo un régimen de “libertad vigilada” que duró dos años y medio, y llegó a consecuencias como su internación en una clínica neuropsiquiátrica. La estadía no fue larga, pero sí el peso de tener que vivir presionado por un leviatán que tardó mucho en irse, y que hizo estragos en su sensibilidad, con intentos de suicidio e internaciones recurrentes. Las canciones de Darno, que para entonces ya tenía cuatro discos publicados (Canción de muchacho, Las quemas, Sansueña y Zurcidor), podían escucharse en la radio pero no en vivo, dado que se le prohibió aparecer en conciertos hasta 1983, cuando la dictadura bajó un cambio. Años después sobrevino una etapa más lumínica, en la que bellos discos como Nieblas y neblinas; el mencionado El trigo en la luna y el último en vida (El ángel azul), se combinaron con una aparición como telonero de Bob Dylan y también de Paul Simon, a principios de los noventa, y un disco en vivo que otra vez corría su péndulo vivencial: Noches blancas.