El destrato, la burla por la espalda, la zancadilla, forman parte del arsenal de odio que una lesbiana visible enfrenta en su vida cotidiana. Participar de la militancia por los derechos lgbtiq fortalece, pero no construye una armadura. En la Argentina existen leyes antidiscriminatorias y derechos concretos, pero en lo cotidiano todavía hay muchas resistencias a respetarlos. Laura López Tamasco, taxista en la ciudad de Viedma y lesbiana militante, denuncia que tuvo que irse de su trabajo porque sus compañeros de radiotaxi le hacían la vida imposible. En un panorama que no ayuda a reubicarse fácilmente en el mercado laboral, vende comidas caseras hasta que aparezca otra salida. Pero no quiere volver a manejar un taxi.

Una semana antes de haber logrado la implementación del cupo trans en la provincia de Río Negro, por el que tanto luchó, Laura tuvo que tragar saliva y morderse la lengua para no insultar al empleador que la maltrató -gritándole de mal modo- en un día nefasto. Ese día se enteró de que sus compañeros choferes hacían circular una publicación en Facebook donde se burlaban de ella por lesbiana. Y no solo eso: supo por un amigo que le hacían fama de “lesbiana violenta” con algunos pasajeros. Las leyes ayudan, pero no garantizan. 

Laura decidió no quedarse de brazos cruzados soportando burlas y mentiras. Los discriminadores medran con el silencio de las víctimas. Situación disciplinadora al borde del abuso. “Qué va a decir algo si es torta. Se la tiene que comer callada y agachar la cabeza”, sería la regla a aplicar.

Frente al desafío del silencio y la mansedumbre, Laura (38, integrante de La Colectivx Lgbtiq Viedma-Patagones) decidió irse y denunciar legalmente a los responsables. “Como militante me siento en la obligación de demostrar que, si luchás, alguien puede escucharte y las cosas pueden cambiar. El silencio solo ayuda a los nefastos.” Esa es la violencia que detectaron los discriminadores del volante y el reloj electrónico: la muchacha no se oculta, da la cara. Lo del reloj electrónico no es una metáfora aleatoria. Laura se quedaba con muchos viajes nocturnos, porque las pasajeras la elegían.

“El 80% de mis clientes telefónicos a la noche son chicas que no quieren viajar con hombres. Están cansadas de que las acosen, se las quieran chamuyar, les pregunten el número de teléfono o las lleven por otro camino”. La torta molesta. La torta se queda con buenos viajes. La torta es violenta porque nos toca el bolsillo.

La gota que colmó el vaso fue una foto que le tomaron en una fila de taxis. Se la ve dormitando contra el vidrio. Fueron cinco minutos. Uno de sus compañeros aprovechó la situación para “robarle” la foto y subirla a su muro de Facebook. En el comentario la apodó “La Raulito” y la operadora del radiotaxi la etiquetó con nombre y apellidos. 

“Yo no tenía confianza con ese taxista, es un hombre mayor. Y ya venía de otras situaciones. La frecuencia de la radio está liberada y escuchás las conversaciones con la operadora. Te cuento una. La operadora pide chofer femenino porque una pasajera lo solicita. ¿Sabés cuáles fueron las respuestas de algunos compañeros? ‘Esta tiene menos de mujer que un jugador de fútbol, ‘Ni que le pongamos peluca’.” El clima de trabajo. Pura camaradería. En el primer radio taxi donde trabajó, la llamaban “Cumbio” sin pedirle permiso. ¿Laura?, bien, gracias.

La Defensoría del Pueblo de la ciudad de Viedma lleva el caso de Laura López Tamasco. Lxs denunciadxs son la dueña de la empresa (no acepta que haya discriminación) y el chofer que le tomó la foto sin consentimiento. 

“Quiero conseguir otro trabajo donde me dejen ser. No molesto a nadie. Entonces, ¿por qué me discriminan?”

Laura salió del armario hace veinte años. Reconoce que, gracias a la militancia por derechos, hubo muchos avances en la ciudad de Viedma. “Me doy cuenta, comparando con otras ciudades del sur, que en Viedma avanzamos. Por eso no hay que agachar la cabeza. Recorrí toda la Patagonia a dedo, la Ruta 3, la 40. Los que más te levantan en la ruta son los camioneros. Me preguntaban por qué llevaba el pelo cortito. Mi respuesta era ‘qué te importa’. En Santa Cruz tuve un breve amorío con una señora divorciada con hijos. No había manera de sacarla del closet ni para que tomara aire. Viedma es una ciudad de 70 mil habitantes donde 20 mil están en nuestro equipo y apenas veinte personas están en La Colectivx Lgbtiq. Imaginate en un pueblo de 5 mil habitantes donde todos se conocen. En Santa Cruz me volví a encontrar con la Viedma de cuando salí del closet. En Viedma ya no te molestan en un boliche cuando te besás con una mina. Antes, te sacaban los de seguridad. Eso se consigue luchando y no callándose.”