A un agua, a dos aguas, a cuatro aguas. Techos rojo cálido, los de siempre, inconfundible marca conurbana; firmes, sobreviven aún al reemplazo por la chapa gris.

Mixta, curva, flamenca o plana. La teja es hito, barro cocido con el calor del hogar. El techo propio.

Conseguirlas es una verdadera batalla que se dirime al costado de la ruta, en el compra venta que superpone una y otra, y otra más.

Rejas blancas o verdes, lajas o ladrillos, un jardín delantero lleno de flores. Una santa rita fucsia se cuela hasta llegar al alero que, como todo techo, protege los días de lluvia.

Cada vez que cae agua aparece una gotera, pero ¿qué querés? ¡si lleva 70 años resistiendo!

El chaparrón se larga y entonces se vuelve a escuchar por algún chalecito del barrio: “vieja, ¿por qué no te dejás de joder y ponés chapa de una vez?”. Comienza otra batalla, ya no a la vera del camino sino en el comedor.

Mesa de vidrio y madera, un repasador gastado. Pava humeante, mate de por medio:

- ¿Acanalada o trapezoidal? Pregunta un hijo que aunque sabe que chapa y teja no son lo mismo, no se quiere dar por vencido.

-Ni creas que voy a poner chapa, yo no le voy a poner eso a mi casa. Prefiero cambiar algunos de los clavadores, a lo mejor algún que otro tirante, porque la cumbrera está sólida. Además, es la que puso tu papá.

- Ya sé, ¿te acordás que cuando estábamos ahí arriba, vino el vecino y dijo “no se olviden de adintelar”? ¡Como si fuese algo de lo que uno pudiera olvidarse, es fundamental!

- Pero no siempre se hace. El otro día hablé con la parejita de acá a la vuelta que está refaccionando su casa. Me dijeron que iban a tirar todo el techo y poner chapas. Les pregunté si les daba muchos problemas y me dijeron que no, pero que de vez en cuando los hace renegar. Así que les conté mi experiencia, que no hay con que darle a algo bien hecho desde las bases.

En ocasiones, puede ser tentador derribar ciertas estructuras. Claro está, a veces hace falta. Pero ojo, hay que tener cuidado de no apuntar contra los pilares del cobijo.

Ese resguardo debe ser colectivo porque, como decía Jauretche: "o es para todos la cobija o es para todos el invierno". Por eso, mejor apuntalar donde falte, extender la limatesa, eliminar los puntos donde el agua se estanca. Porque no sólo arruina lo que está, sino que además, empieza a haber olor a podrido.

Sustituir las piezas que se volvieron porosas, permeables, dúctiles ante la humedad. Buscar entre esas pilas que de izquierda a derecha ofrecen al techo una chance más. Siempre, una vez más.

Asegurarse de que la zinguería que conecta las partes que drenan lo que se debe esté bien. Sin asco, poner manos a la obra hasta sacar toda la mugre que obstruye el buen funcionamiento del sistema.

Algo escapa a esa pregunta llena de preocupación por lo que puede significar un nuevo arreglo: Cada teja es un pedacito de orgullo obrero. Un entramado de clavadores y cumbrera que sujetan los recuerdos de una familia que ascendió en la escala social.

Realidad tangible de épocas prósperas, de renunciamientos, esfuerzos y no menos importante, de oportunidad.

Cientos, miles, decenas de miles, millones. Una teja tras otra se va ensamblando para aportar su individualidad a un todo que las incluye y necesita, sin ser más que otra ni menos que ninguna.

Hay una nueva batalla. Y ahora sí, en cada camino, en cada andar.

Nuevas generaciones, nuevas elecciones, en las que la simplificación, los costos y el estilo que parece disruptivo toman viejas formas, otros colores, misma densidad.

¿Qué materiales se van a usar? ¿Cómo serán los moldes? ¿Cuáles funciones cumplirán? ¿Teja sí o teja no? Cada elección define futuras circunstancias.

Aunque a veces el objetivo del techo propio parece imposible como querer subir losa de dos pisos sin escalera, la ilusión permanece. Cuando está en juego que la arrebaten, la opción que queda es defender a la vivienda convertida en política.

El Estado de las cosas muta. Puede transformarse en dignificación o deformar la esperanza hasta convertirla en pesadilla. Y nadie quiere monstruos merodeando por ahí.

Ese destino fluctúa por ambos lados en la cornisa de la historia, pero es posible incidir en el rumbo.

Hay algo que vence al tiempo: una concepción en la que el techo es para la familia y no para los sueños.

Como siempre, lo que se debe cuidar es que la conciencia de los méritos, el porvenir de las suertes y el valor del contexto no se resbalen por las canaletas de la memoria.

Que no se te venga el techo encima.