María Rosa Martínez asegura que hay una “continuidad histórica” entre su militancia setentista en la Juventud Universitaria Peronista en La Plata, desde la carrera pública de Medicina, y la de hoy, como diputada de Unión por la Patria en el Congreso de la Nación. “Son los mismos objetivos: soberanía y justicia social, los que me guiaron entonces y me guían ahora”, cuenta en un diálogo que Página/12 le propone por varios motivos que también confluyen: su primer testimonio en un juicio de lesa humanidad, su trabajo legislativo en una Cámara donde la reivindicación de la última dictadura desembarcó abiertamente con la llegada de Victoria Villarruel como diputada en 2021, y la posibilidad de que sus ideas lleguen a la Casa Rosada. “Quieren volver a la teoría de los dos demonios como si la democracia hubiera comenzado ayer. Pero -sostiene- tenemos 40 años de camino recorrido, la sociedad no lo va a permitir.”

Para Martínez, las expresiones de les candidates de La Libertad Avanza “no solo desconocen el proceso de Memoria, Verdad y Justicia que está probado por numerosos tribunales en todo el país”, sino que van más allá: “Desconocen a la democracia”, postula. La diputada cree que hay una razón detrás de la reivindicación del terrorismo de Estado: "Necesitan esa lectura de los hechos porque el país que quieren imponer solo es posible con represión feroz”, explica Martínez, quien al tiempo que advierte que “estamos en riesgo” se esperanza en la experiencia de la sociedad argentina. “Hemos dado batallas enormes, Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, resistencia en la impunidad, empuje a los juicios de lesa humanidad, revertimos el 2x1. Vamos a poder con esto también”, concluye.

La palabra del otro

Martínez escuchó desde su banca en la Cámara baja, la tarde del 10 de octubre pasado, a Daniel Gollán relatar las torturas que sufrió durante el genocidio de la última dictadura. Aquella sesión comenzó con los repudios de los bloques de Unión por la Patria y del Frente de Izquierda al negacionismo y la defensa que Javier Milei y Villarruel, su compañera de fórmula presidencial, venían realizando del terrorismo de Estado desde días antes. Martínez no habló ese día, y aunque vivió horrores similares a los que atravesó el exministro de Salud bonaerense, aquella exposición la dejó impactada. “La historia personal se le va haciendo carne a una, pero escuchar a otro es muy fuerte."

“Lo mismo sucede con la tortura”, reflexiona. Lo dijo también durante el testimonio que ofreció en el marco del juicio que el Tribunal Oral Federal de La Plata sigue sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Cuerpo de Infantería de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, “1 y 60”, como se conoció al centro clandestino de detención, y en la comisaría 8ª. En un pasaje de su relato, cuando mencionó los días y noches de tortura en el Pozo de Arana, detalló que "el mayor dolor fue escuchar el grito de los otros”. Que durante las sesiones de picana, mojada y desnuda sobre una plancha de metal, sintió “que podía morir, pero llega un momento en que el cuerpo se acostumbra al dolor, escuchar a los otros sufrir fue tremendo”.

Esa fue la primera vez que María Rosa Martínez declaró como testigo en un juicio de lesa humanidad. Como antecedente ubica sus declaraciones en el juicio por la verdad que se hizo en La Plata a fines de los 90, bajo el reinado de las leyes de impunidad. A ella la secuestró una patota comandada por el comisario Luis Vides, “el secuestrador, el que nos vino a buscar”, relató ante el TOF. “El Lobo” le decían a Vides, comisario de la Brigada de Investigaciones de la Policía bonaerense en La Plata y de la Comisaría 5ª, involucrado en numerosos secuestros, entre ellos los de varias víctimas de La Noche de los Lápices. Fue juzgado y condenado en los 80, y luego beneficiado con las leyes de impunidad. Falleció en 1998.

El 17 de mayo de 1976 hacía frío; era el mediodía y María Rosa Martínez estaba en una parada de colectivos de la Plaza Moreno, pleno centro de la capital bonaerense. Cita de control con Adolfo Bergerot y Mariano D'Annunzio. El día anterior, el grupo de Montoneros que integraba había querido llevar a cabo una acción de denuncia de la dictadura en la cancha de Estudiantes, en un partido contra Huracán que terminó en represión y la muerte de un hincha. “Cuando llegó la patota, dije que estaba esperando el colectivo, que no entendía qué pasaba. Casi me salvo”, testimonió.

Los llevaron a les tres a la Brigada y de ahí a 1 y 60. Las torturas llegaron con el traslado a Arana. “Tardé un día en dar mi domicilio”, dijo. De todos modos, dio indicaciones, calle 59 entre 7 y 8, pues “el número nunca” se lo aprendió. Trabajaba en otro lado, cuidando a la abuela de un compañero de militancia que sufría de arteriosclerosis, estudiaba tercer año de Medicina. Aguantó el dato pues la noche anterior a su secuestro había dormido en su casa una compañera perseguida. La patota cayó cuando ella ya se había ido. “Estaban mis padres, revolvieron todo, se llevaron mis libros de medicina”, recordó María Rosa.

Embarazo en cautiverio

De Arana, la llevaron a la comisaría 1ª de La Plata. Allí se dio cuenta de que estaba embarazada, “lo empecé a sentir”, dijo. A mediados de agosto del 76 fue blanqueada, pero en julio ya la había ido a ver su papá. También recibió la visita de su compañero, el padre de su hijo, Sergio Yovovich, quien entonces estaba clandestino. “Vino con una identidad falsa, yo estaba aterrada”, contó María Rosa. Yovovich sería capturado y asesinado en octubre de 1977, en una casa de Almirante Brown. Sus restos fueron identificados en 2011. “Recién cuando lo enterramos dejé de soñarlo”, detalló.

María Rosa fue mantenida encerrada en la Comisaría 1ª durante todo su embarazo, mal alimentada, con frío. La patota que la había secuestrado la fue a buscar a poco de parir y la llevó de regreso a la Brigada y, cuando empezó trabajo de parto, al hospital. Del miedo que tenía, la mujer no quería que naciera su hijo. Pero nació. “Yo no me despegaba un minuto de Juan Pablo, lo llevaba hasta al baño, sentía que era lo único que tenía que cuidar”. Juan Pablo pasó con ella cautiverio en el hospital, en la Comisaría 8ª y seis meses en Devoto. Y fue, de adulto, quien muchos años después se encargaría de hacer todo lo posible para dar con los restos de su papá.

El testimonio permanente

A 47 años de aquel horror, la diputada dice que “nunca” se sintió víctima: “Siempre supe que era una militante que estaba dispuesta a dar pelea contra una dictadura feroz y asesina”. Mientras la dictadura estuvo en pie, durante los años de impunidad y hoy, con “los juicios que nos dan la posibilidad de aportar lo que vivimos, por nosotros y por los 30 mil que no pueden”, remarca.

Antes de ser legisladora, Martínez fue secretaria de Derechos Humanos de Almirante Brown, donde aún vive, una experiencia que le permitió vivir de cerca parte de los efectos de los juicios de lesa humanidad: el crecimiento de personas que se acercan a denunciar los crímenes de los que fueron víctimas: “Cuando asumí eran 89 las víctimas en Brown, hoy son más del doble”, asegura.

Días pasados acudió a la Comisión de Derechos Humanos de Diputados, en el marco del debate sobre los proyectos de ley sobre negacionismo, porque lo considera "fundamental” en estos tiempos. También reconoce que el debate “llega a destiempo, aunque nunca es tarde”. Ella misma, junto a la Red Interuniversitaria de Derechos Humanos, presentó una iniciativa el año pasado para establecer como obligatoria la capacitación de funcionarios y trabajadores de los tres poderes del Estado en la materia.