Semanas atrás me encontraba sentado junto a otras personas en una sala de espera, mientras dejaba pasar el tiempo absorto en mis pensamientos entró una mujer. Como en el espacio no había sillas disponibles, me incorporé para ceder el asiento. La señorita me miró con cara extrañada y casi con fastidio me hizo un gesto que lo decía todo, o sea: ni gracias. Decidí no volver a sentarme y permanecer de pie. Ahora pienso que esa silla vacía era una metáfora de las nuevas relaciones de convivencia entre los sexos que sólo hombres y mujeres pueden construir en el devenir de los días. Algo parecido sucede al subir a un colectivo o tomar un ascensor: en ciertas ocasiones el gesto de dar prioridad a la dama es considerado una actitud machista, sexista y paternalista que atenta contra la igualdad entre los sexos. No descarto que sea así, y que las damas en cuestión tengan sus fundadas razones para actuar de esta manera, solo que también hay muchas otras cuya manera de pensar es diametralmente opuesta: aprecian el gesto de cortesía y en caso de que no se les conceda, descalifican al varón en cuestión por mal educado o desconsiderado.

Cito estos ejemplos que no generan mayores consecuencias respecto de algún posible ejercicio de poder o manipulación sobre la voluntad de una mujer. Insisto, considero tan válida la posición de las mujeres que rechazan la cortesía sexista como las que la agradecen y esperan. Sólo me interesa destacar la encrucijada en las que hombres y mujeres quedan atrapados ante el vértigo con que los nuevos tiempos y acontecimientos reformulan códigos y expectativas de convivencia. Quizás los tiempos convocan a la plasticidad, la inventiva y un saber hacer allí sin quedar muy tomado por reglas o normas preconcebidas. Algo fácil de decir pero difícil de poner en práctica. Por el lado de los varones, Lacan sugiere que hombre es quien por amor a una mujer renuncia a las imposturas masculinas, es decir: alguien más sensible a los matices que ansioso por cumplir con estereotipos, más atento a registrar el propio deseo que a dejar contenta a la partenaire.

Eric Laurent observa: "La idea del psicoanálisis es tratar de inventar una figura de mujer que no sea la virgen, la dama de hierro o la madre sino una mujer que ocupe un lugar en el fantasma del hombre, cada mujer quiere ser una mujer particular. La mujer quiere ser amada por lo que ella es. Ella no es todas las mujeres. El psicoanálisis intenta producir ‑lejos de las antiguas identificaciones ‑ una nueva versión de la mujer. El psicoanálisis puede ayudar a los hombres que piensan este cambio como una castración insoportable a su autoridad. Y evitar, de esa manera, las explosiones de agresividad contra las mujeres sobre las que leemos todos los días".