“Cada vez que la situación económica estaba a punto de explotar por causa del despilfarro populista, venía el golpe militar que hacía el ajuste. Eso permitía ordenar la economía y restituir la caja para que un nuevo populismo pudiera hacer de las suyas”, señala Ricardo Esteves en una reciente columna de opinión. Para el empresario, “el hecho de que los procesos de ajuste abortaran precozmente para ceder el paso a nuevos populismos hizo que la sociedad sólo percibiera los costos y nunca los beneficios de los proyectos ajustadores”. Por eso ve “una ventana de esperanza” en el último resultado electoral, que entiende como un respaldo de la sociedad a un gobierno que “con la ayuda masiva de crédito externo” aplica “un moderado proceso de ajuste”.

Esteves mete en una misma bolsa dos ciclos político-económicos muy diferentes. Su relato se corresponde con la interpretación liberal de los ciclos de freno y arranque propios del proceso de industrialización sustitutiva que rigió entre 1940 y1975. Bajo la mirada liberal, los gobiernos populares generaban un consumo y gasto público excesivos provocando inflación y pérdida de competitividad. Los gobiernos militares “corregían” esos desequilibrios con devaluaciones que transfieren ingresos a los grupos exportadores, disminuyendo el mercado y la actividad interna.

Tal como señaló Marcelo Diamand en su El péndulo argentino: ¿hasta cuándo?, esa interpretación liberal confunde el problema del déficit comercial de la industrialización sustitutiva, con una cuestión de déficit públicos y exceso de consumo en desmedro de la inversión. Por eso, el ajuste ortodoxo sólo generó contracciones de la actividad económica que en nada contribuyeron a resolver el problema real de la falta de competitividad de las exportaciones industriales. La sociedad nunca percibió “los beneficios de los proyectos ajustadores” no por la escasa duración de las dictaduras, sino simplemente porque esos beneficios no existían. 

Pero ese relato no encaja con la historia económica posterior. El amplio desarrollo de los mercados financieros a nivel global permitió a la última dictadura dejar de lado la política de ajuste. En su lugar implementó la plata dulce que consistía en tomar créditos externos y fomentar el ingreso de capitales especulativos para financiar importaciones con un dólar barato. Los efectos nocivos de la avalancha importadora sobre la industria nacional eran contrarrestados con el empuje de la obra pública aún a costa de abultados déficits públicos. Esa política insustentable, ensayada también por el menemismo e incipientemente por el macrismo termina en una crisis de fuga de capitales y cesación de pagos de la deuda.

A contramano del relato de Esteves, fueron los gobiernos “populistas” de Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner los que debieron afrontar la pesada herencia del despilfarro liberal. Las diferentes condiciones internacionales –muy difíciles para el alfonsinismo y muy favorables para el kirchnerismo– y la respectiva capacidad de negociación con los acreedores permitieron hacerlo con una década pérdida y otra ganada para la economía nacional.

@AndresAsiain