Un niño de 8 años está frente a un televisor blanco y negro cuando en la pantalla aparece “un guerrero del espacio exterior”, pero uno que no lleva sables de luz ni armas láser sino una guitarra colgada. Así fue la introducción a la música pop para Simon Reynolds, quien se tomó el asunto en serio: hoy es uno de los críticos y periodistas más reconocidos del planeta, autor de libros venerados y discutidos como Retromanía - La adicción del pop a su propio pasado, Postpunk - Romper todo y empezar de nuevo, y Después del rock - Psicodelia, postpunk, electrónica y otras revoluciones inconclusas. Su trabajo más reciente, publicado en la Argentina por Caja Negra (al igual que los anteriormente mencionados), se llama Como un golpe de rayo - El glam y su legado, de los setenta al siglo XXI, y repasa una historia de búsqueda de la fama, brillantina, “teatralidad, camp, decadencia, apocalipsis, narcisismo, ambigüedad sexual”, maquillaje y, claro, una buena dosis de canciones pop insoslayables.

El libro tiene en su tapa a David Bowie en su período Ziggy Stardust, pero no fue él ese “guerrero del espacio exterior” que golpeó como un rayo la mente del niño Reynolds y la cambió para siempre, sino Marc Bolan, el iniciador del glam rock con su grupo T. Rex. Son Bowie y sus mutaciones, de todos modos, quienes constituyen la médula del trabajo del escritor, que no deja un rastro de brillantina sin revisar, desde Mott the Hopple y Gary Glitter hasta Lady Gaga y el K-pop. “Yo no elegí la tapa de la edición argentina pero es una decisión bastante obvia e inteligente poner a Bowie al frente, porque para las generaciones más jóvenes él es la principal figura perdurable sobre la que saben”, le dijo Reynolds por mail a PáginaI12 antes de viajar a la Argentina. El crítico ya se presentó en la Feria del Libro de Córdoba y el próximo martes a las 19 dará una charla en la sala C de El Cultural San Martín, Sarmiento 1551 (con entrada gratuita, requiere inscripción previa).

“Mi intención original cuando empecé a escribir el libro no era tener a Bowie como una figura tan dominante sino ‘ponerlo en su lugar’, por decirlo de algún modo –continúa Reynolds–. O sea, como una figura importante en un amplio y variado campo que estaba poblado de figuras cautivadoras y músicos interesantes. Pero él es tan insistentemente interesante, con sus diferentes fases y cambios, que terminó apareciendo en cuatro capítulos. De todos modos, salvo el primero de ellos, que es puramente sobre el inicio de la carrera de Bowie, los otros incluyen a otras figuras. En el capítulo sobre el pico de Ziggy / Aladdin Stardust, también están sus aliados y protegidos Lou Reed, Iggy Pop y Mott the Hopple. Luego, el capítulo de Bowie en Los Angeles es en parte acerca de la escena glitter de esa ciudad. Y el capítulo sobre la era berlinesa incluye a Eno y a Krafwerk, sobre quienes afirmo que fueron la mayor contribución europea continental al glam”.

En varios pasajes de Como un golpe de rayo, el crítico aclara que Bowie no fue el artista más exitoso del período inicial del glam: Slade, T. Rex, Sweet, Gary Glitter e incluso Suzi Quatro tuvieron más temas número uno. “Pero Bowie dominó como figura mediática, alguien sobre quien la gente especulaba, analizaba, debatía y escribía artículos”, explica Reynolds a través del mail. “Era un gran entrevistado y sus fotografías cuidadosamente seleccionadas circulaban por todas partes. Así que, aunque T. Rex tuvo singles mucho más exitosos y fue una enorme sensación pop para los adolescentes, Bolan rápidamente se dio cuenta de que Bowie le había ganado en cuanto a credibilidad o ser tomado en serio. En la guerra de discursos, Bowie fue el campeón. Bolan sintió muchos celos sobre esto, y dijo algunas cosas vergonzosamente amargas y desagradables sobre Bowie. Y le da crédito a Bowie como ser humano que nunca haya contraatacado y haya sido siempre muy gentil respecto a Bolan”.

–La ambigüedad sexual como parte de la identidad artística es uno de los legados del glam. ¿Cree que eso influyó en que la sociedad haya avanzado en esos términos?

–Es difícil decir cuánto cambia las cosas la música y cuánto refleja los cambios que ya están ocurriendo. La declaración de Bowie en 1972 de que era gay –que fue una gran exageración– tuvo un impacto enorme porque ninguna estrella de rock había salido antes del closet tan explícitamente. Pero, como lo muestro en el libro, fue una declaración oportuna y emergió en un contexto donde había varias obras teatrales y películas recientes que trataban sobre la homosexualidad y las ideas transgénero en modos tan francos como nadie lo había hecho antes. También había existido “Lola”, de The Kinks. Así que las actitudes estaban cambiando, el sentido de qué era posible y permitido se estaba ampliando, y Bowie surfeó muy inteligentemente esta ola de cambio. Pero no se puede negar que sus declaraciones fueron inmensamente liberadoras. Para muchas personas jóvenes gays que emergían a su sexualidad en ese momento, que una estrella pop tan grande –y tan talentosa, interesante y culturalmente central– dijera que era gay fue increíblemente fortalecedor y alentador. Y el resultado realmente apareció, creo yo, a principios de los ‘80, particularmente en el pop británico, con toda una ola de cantantes y músicos que eran abiertamente gays: Boy George, Frankie Goes to Hollywood, Soft Cell, Marilyn, Bronski Beat y Pete Burns. Esos eran los hijos de Bowie.

–En el libro, usted marca que el punk fue la reacción contra la brillantina y la fantasía del glam, pero hay muchos vínculos entre ambos movimientos, desde Raw Power de los Stooges hasta Malcolm McLaren, manager de los New York Dolls que terminó “armando” a los Sex Pistols en su boutique. ¿No reaccionó el punk más contra el rock progresivo y los hippies?

–Creo que el punk tuvo una relación dialéctica con el glam. Por una parte, rompió el escapismo del glam –la imaginería fantástica de la súper estrella de rock and roll– y la reemplazó con realismo social: letras sobre la vida de chicos comunes en la calle, imaginería gráfica de monoblocks y carencias urbanas. El punk también rompió con la decadencia y la frivolidad del glam, reemplazándolas por urgencia política y una fe renovada en el poder del rock para cambiar las cosas. Al mismo tiempo, los vínculos musicales en común entre el glam y el punk son muy fuertes: es rock’n’roll básico y aguerrido. Y hay otros vínculos entre las tácticas de rock de impacto y la imagen macabra de Alice Cooper, y la estilizada fealdad del punk. También hay una teatralidad sumergida en el punk que puede verse en músicos como Rotten, Sid Vicious, Siouxie Sioux, Rat Scabies o Billy Idol. Estos son personajes que ellos crearon: todos los punks habían estudiado a Bowie y sido sus fans. El rock progresivo y los hippies fueron otra clase de enemigos para el punk, aunque quedó claro en pocos años, con el postpunk, que muchos punks habían crecido escuchando rock progresivo. Rotten amaba a Van Der Graaf Generator, Third Ear Band y Can, había ido a conciertos de Hawkwind y, a pesar de que usó una remera de Pink Floyd con la frase “Odio a” escrita encima con marcador, hace algunos años reveló que en realidad siempre le había gustado Pink Floyd. Los Sex Pistols consideraron pedirle a Syd Barrett que produjera su álbum debut. Keith Levene, de PiL, era un gran fan de Yes. Así que cuando el punk evolucionó hacia el postpunk, muchas de las ideas del underground progresivo reptaron de regreso hacia la música y la cultura.

–Muchas bandas de glam rock pensaban en volver al rock’n’roll de los ‘50. ¿Cuál cree que fue el principal aporte del glam en términos musicales?

–En términos de la evolución del rock, el glam fue un movimiento dialéctico, una suerte de maniobra tipo “un paso atrás y dos adelante”. Así que, por un lado, el glam reaccionó contra la autoindulgencia amorfa y el virtuosismo sin sentido de la música sofisticada y progresiva de fines de los ‘60, y llevó al rock de regreso a la estética del single pop: canciones cortas con ganchos poderosos y un groove bailable. En ese sentido, era volver a la simplicidad directa del rock’n’roll de los ‘50 y el feroz ataque de la música británica del primer lustro de los ‘60 (por ejemplo, The Sweet amaba a The Who). Pero el glam también usó los avances de estudio del rock progresivo y el heavy de fines de los ‘60: varios tracks de guitarras, efectos y acordes de quinta, sonido de batería enorme. Así que eran estructuras de canciones de los ‘50 y comienzos de los ‘60, pero con una claridad y un poder que esas eras del rock’n’roll nunca podrían haber tenido. Hay en el glam un tono de histeria y sobrecarga que se siente definitivamente de los ‘70. Pero el glam es un amplio espectro de música: el entusiasmo pop puro de Sweet, Slade, Suzi Quatro y Gary Glitter; el art-pop de Bowie y Roxy Music; el eclecticismo casi inclasificablemente excéntrico de Cockney Rebel y Sparks; la agresión y crudeza protopunk de Alice Cooper, New York Dolls y los Stooges. Y en algún lugar en medio, en una suerte de perfecto punto en el que se encuentran el pop y la psicodelia, la simplicidad y la pretensión, está T. Rex. De modo que, más que en cuanto a música, diría que el glam llegó a su coherencia a través de la imagen y las ropas, y también de sus preocupaciones y sus temáticas: teatralidad, camp, decadencia, apocalipsis, narcisismo, ambigüedad sexual. Una cualidad a la que llamaría posmodernismo avant la lettre. 

–Usted menciona que el glam rock fue el inicio de la música pop hablando sobre sí misma. ¿Fue sólo una cuestión de ego o tenía raíces más profundas?

–Creo que tuvo que ver con el modo en que la música rock, en la era glam, decidió que era una forma del negocio del entretenimiento. En los ‘60, el showbiz –Hollywood, Broadway, Las Vegas, el cabaret, las variedades británicas y el music hall– era el enemigo para el rock. Pero gente como Bowie y Alice Cooper amaba los musicales y la idea del espectáculo del showbiz. Voy a hablar en más profundidad de esto en mi charla en Buenos Aires, pero una de las características del show business es que ama celebrarse a sí mismo. De ahí los musicales como Cantando bajo la lluvia y The Bandwagon, que son sobre la industria del entretenimiento. De ahí canciones como “Make ‘Em Laugh”, “There’s No Business like Showbusiness”, “That’s Entertainment!”, o la canción que le da título a Cabaret (que apareció en 1972 y fue una influencia enorme en el glam). O una película como Nace una estrella, que se ha vuelto a filmar tres veces y está por ser rehecha por cuarta vez, con Lady Gaga en el papel principal. Creo que dentro del showbiz hay una tendencia autorreflexiva que está vinculada a la ideología del entretenimiento como un fin en sí mismo: un escape del mundo antes que un intento de cambiarlo.

–La actualidad está dominada por una suerte de fantasía de la imagen, desde las redes sociales hasta YouTube. ¿Hay una conexión entre el modo en que el glam rock se presentó a sí mismo como parte del mundo del entretenimiento y este presente con un mundo de personas entretenidas?

–Creo que la música pop pasa por fases glam y no glam (o incluso anti glam). Los ‘90 fueron muy anti glam, con el grunge, el gangsta rap y la cultura rave (que inicialmente tenía que ver con el anonimato, con la gente que bailaba más que con el DJ estrella). Pero el siglo XXI vio el regreso de los valores glam en la cultura popular y todavía no ha terminado. El presente parece ser el período más largo que ha existido en que la ideología del showbiz domina la cultura pop. Ha existido incluso una suerte de resurrección casi zombie del musical, con La La Land, Hamilton (un híbrido de hip hop y teatro musical), y demás. Parece como si se hubiera atrasado demasiado alguna clase de equivalente de este siglo del punk o el grunge. Pensé que el grime iba a ser el grunge del siglo XXI, pero todavía no ha sucedido.

–Usted ha dicho que los temas del libro son la fama, el narcisismo y el exhibicionismo, y mencionó a Kanye West como el ejemplo actual de todo eso. En ese sentido, ¿están los artistas que se comportan de ese modo condenados a una suerte de desajuste en sus vidas, más allá de las drogas?

–Creo que la fama es una droga adictiva similar a la heroína. Hay abundante literatura acerca de la heroína, que muestra cómo arruina la vida de las personas y destruye sus relaciones. Sin embargo, la gente todavía se hace adicta a la heroína. Del mismo modo, a pesar de toda la evidencia que existe en la historia del pop del siglo XX acerca de los daños que provoca la fama en la psiquis –cómo corrompe, distorsiona y aisla al afamado hasta la más grande de las confusiones–, mucha gente todavía piensa que ser famoso es lo único que vale la pena conseguir. Cree que de algún modo va a resolverle sus problemas. Para seguir con la analogía de la heroína, si Marx viviera, diría que la fama es el opio de los pueblos, no la religión. En primer lugar, en el sentido de que observar las vidas y las hazañas de la gente famosa es una distracción narcótica. Y además, en el sentido de que el sueño de volverse famoso se ofrece como el seudo remedio individualista a problemas que serían mejor resueltos a través de la esperanza y la lucha colectivas.