En Estados Unidos, Keith Mann es el hombre del momento. Nadie sabe cómo luce, cuántos años tiene, cuáles son sus antecedentes laborales, y cierto es que nunca nadie lo sabrá. Porque Keith Mann no existe: es un ser de mentirillas que ha servido para poner en evidencia el sexismo en la industria tech y arty…Su historia es, en realidad, la historia de dos entrepreneuses de Los Ángeles, Penélope Gazin (28) y Kate Dwyer (29), que el pasado año lanzaron Witchsy: una tienda de venta online especializada en piezas artísticas extrañas, border, macabras, feministas, obscenas, toda la variedad, amén de dar visibilidad a creaciones originales y conectar a artistas independientes con potenciales audiencias. Sin embargo, mientras daban forma a una iniciativa que costearon de su propio bolsillo, se toparon las muchachas con constante obstáculo, perenne patrón: una avalancha de agresiones ciento por ciento machistas. Notaron que ni los diseñadores gráficos ni los programadores que contrataron, ni muchos de los artistas que convocaron para formar parte de su catálogo visual, las tomaban en serio: eran condescendientes con ellas, vagamente irrespetuosos; les daban consejos que ni necesitaban ni pedían, cuestionaban su visión; tardaban añares en responder un simple e-mail y, cuando lo hacían, era con una cortante línea. Qué va, incluso un web developer llegó a amenazarlas con dar de baja el sitio entero si una de ellas le negaba una cita…

Entonces, un poco a modo de experimento, un poco a modo de broma, un poco a modo de estrategia, decidió la dupla fundadora de Witchsy inventar un tercer socio fundador al que pusieron por nombre “Keith Mann”. Un varón de ficción al que “delegaron” la tarea de interactuar con los proveedores y parte de los artistas, siempre por correo electrónico (en tanto y cuando, sobra decir, Keith era Gazin y Dwyer). “Tristemente, fue como el día y la noche. Mientras a nosotras nos costaba una barbaridad recibir una respuesta de diseñadores y desarrolladores, a Keith le contestaban inmediatamente, con tono afable y bien dispuesto, cumpliendo inmediatamente cualquier requerimiento que solicitase”, cuentan Penelope y Kate, que corroboraron -misiva tras misiva-la abismal diferencia en el trato.

“Si bien el hecho de que las personas tratasen con más respeto a un tipo imaginario que a dos empresarias podría habernos desalentado, decidimos tomar a Keith por lo que era: un medio para alcanzar un fin; y en el ínterin, lo usamos para mofarnos de estas hermandades de machos alfa que continúan siendo los mundillos tecnológicos y artísticos”, añade el dúo. El engaño -ahora develado- fue su petite revancha… Lo cual no quita que sigan lógicamente encrespadas por un estado de situación “que día a día afecta a tantas artistas y mujeres de negocios, a las que ¡para colmo! les dicen que la misoginia que padecen cotidianamente no es real, que están locas, paranoicas, que todo está en sus cabezas” (Dwyer dixit). De hecho, como apunta la web Gizmodo, “aunque está extensamente documentado el alcance y la profundidad del sexismo en el universo tech, los hombres del sector lo niegan ferviente y sistemáticamente. Así, Silicon Valley, obsesionado por la recolección de data, hace caso omiso a las cifras y constantemente obliga a mujeres profesionales a ‘probar’ que el machismo imperante no es mero producto de su imaginación” (en Google, a modo de ilustración, el 70 por ciento de los empleados son hombres, y en el caso de perfiles técnicos llega el número al 80 por ciento).

La historia, por cierto, recuerda a otra reciente, de comienzos de año, también acaecida en Estados Unidos. Dos colegas blogueros, un hombre y una mujer, decidieron hacer una prueba: intercambiar sus cuentas sin avisarle a nadie. Durante dos semanas, Martin respondió sus correos como Nicole; Nicole como Martin. Y, al finalizar los 15 días, concluyó Martin que no podría haberla pasado peor: “El mismo cliente que antes me daba respuestas positivas, me agradecía las sugerencias y respondía rápido, pasó a cuestionar todos y cada uno de mis comentarios. Fue un infierno. Las mujeres claramente no reciben el respeto laboral que merecen”.

Volviendo a Witchsy, aclaran estas Rosalindas 2.0 que “ni bien la web estuvo operativa, jubilamos a Keith Mann”. La web, por cierto, vende piezas de arte (desde lienzos y esculturas hasta telas, artesanías y accesorios fashion) “agradablemente disruptivas”, que otras webs e-commerce jamás osarían a sumar a sus catálogos, o aún más: del tipo que suelen censurar. Por caso, ilustraciones donde se ve el vello púbico femenino, parches con frases como “Los hombres muertos no pueden piropear” o, por qué no, un jarro repleto de uñas (reales). En fin: amplia variedad. Y tan bien les ha ido a sus creadoras con el transparente modelo de negocios, tan exitosa y bien plantada la propuesta de generar un espacio para manifestaciones alternativas, que ya han firmado contrato de exclusividad con Justin Roiland, creador del show sensación Rick and Morty, para producir y vender productos del programa animado.