“La música siempre estuvo. Mi abuela me regaló la guitarra a mis nueve años, y nunca más salió de mi regazo... los hijos crecieron y ya no estuvieron en mi regazo; la guitarra, sí”. La imagen que pinta Teresa Parodi se hace más dulce en la tonada que arrastra las erres. Y se puede ver hecha foto en la tapa de su flamante disco, en un instante que captó Nora Lezano, con la cantautora tiernamente aferrada a su guitarra. Todo lo que tengo, se llama el disco, y de eso habla la correntina en el tema que le da nombre: “Todo lo que tengo es la canción”. Es uno de los pocos de autoría propia en letra y música, porque Parodi volvió a la fuente de los poetas, a quienes musicaliza en la mayoría de los temas. Lo hace junto a un seleccionado de colegas, algunos de los cuales la acompañarán en el concierto que dará, a modo de primera presentación, hoy a las 21 en el ND Teatro (Paraguay 918).   

“Solo había dejado de cantar, por el trabajo que tenía que hacer, por un año y ocho meses. Pero nunca dejé de tocar la guitarra, tampoco entonces”, explica. Ese trabajo fue el de ministra de Cultura de la Nación, y en lo que hace a la gestión continúa ahora de distinto modo, en otros espacios, Aadi y Sadaic, en defensa de los derechos de autor. “Todos los días estudio, busco en la guitarra formas nuevas de hacer mis canciones. Una de esas prácticas que nunca perdí fue involucrarme con la poesía: tutearla, discutirle, enamorarme, dialogar con los poetas. Sobre todo iba a la búsqueda de poemas que no fueron pensados para la música, pero a mí me provocaban música. En ese trabajo de acercarme a la emoción que me producían, aprendí un montón de cosas, incluso el uso del lenguaje poético en la estructura más estricta de la canción, que obliga a otro tipo de estructuras”, sigue contando sobre el que es su oficio, el de cantora.

Aparece el recuerdo del primer casete que grabó, en 1982, “que nunca llegó a ser disco porque nació casete, nomás”: Canto a los hombres del pan duro, donde musicalizó a poetas como Jorge Calvetti, o a Borges con su “Milonga para un soldado” (que luego volvió a grabar, ya rebautizada por el escritor como “La milonga del muerto”). También aquí la correntina convoca a Borges, con otra milonga con música de Pedro Aznar, “El gaucho”. Y a Julio Cortázar, Armando Tejada Gómez, Manuel J. Castilla, María Elena Walsh, Francisco Madariaga, Juan Gelman o el paraguayo Elvio Romero. Y a Pablo Neruda, en un tema que se abre a otros cauces con el rapeo de Miss Bolivia, y que resuena tan increíblemente actual, en un país en el que desapareció Santiago Maldonado. Así convocados por Parodi, con música suya o de colegas como Aznar o Víctor Heredia, estos autores resultan una suerte de declaración de lugar, un manifiesto, como el tema que da nombre al disco. De allí viene o hacia allí va Parodi, siempre en compañía (Liliana Herrero, Luciana Jury, Nadia Larcher, Chango Spasiuk o Negro Aguirre, entre muchos otros, aportan como invitados, y Ernesto Snajer deja marca en la dirección musical), redondeando un luminoso trabajo. “Esta vez es mayor el porcentaje de poemas musicalizados, sólo hay dos canciones mías. Creo que intuitivamente supe que este era el momento de hacer este disco”, explica.

–¿Y por qué ahora?

– Porque en una parte muy larga de mi vida sentía que podía y debía hacer –y creo que lo hice, sin falsa modestia– un aporte a la música de raíz folklórica de mi región: el chamamé, la canción correntina o el rasguido doble. La música que me alimentó toda mi vida, porque se la escuché al pueblo. Yo no soy chamamecera: el chamamecero sigue una filosofía de vida, como el rockero. Yo compongo chamamé en un alto porcentaje de mi música, pero no soy chamemecera, he desarrollado mi trabajo con otras músicas. De allí vengo, porque una de las cosas que me enseñó mi maestro fue a escuchar la música del pueblo para aprender de los que la crearon: Cocomarola, Montiel, Abitbol. Yo tenía que estudiar esas tres columnas vertebrales de la música de mi región. En las charlas escuchábamos y comentábamos de qué manera se desarrollaban las melodías, hasta qué punto se trabajaban las armonías, cuál era la búsqueda de estos músicos intuitivos, tremendamente talentosos, que crearon un repertorio extraordinario. Amando esta música y aprendiendo de estas fuentes, como autora y compositora trabajé la palabra desde otros lugares, traté de contar el hombre inmerso en su paisaje, pero también con otros asuntos. Fue decidido y conciente.

–¿De qué se enorgullece, en ese sentido?

–Acabo de sacar mi disco 31 y creo que hice un aporte verdadero. He creado canciones que han quedado en el corazón de la gente. Y hoy sentí que era el tiempo de volver a estos poetas. Estoy muy feliz con este disco, tiene mucho de mí, y además está trabajado con el cuidado total de la palabra, que es la protagonista. Snajer es el aliado perfecto, supo captar cada idea y potenciarla, también la de los invitados, con los que yo quería compartir, que fuera colectivo. Por eso quise que hubiera muchos invitados, queridos y admirados artistas que eran necesarios para este canto colectivo, recurriendo a estos poetas que son parte de nuestra memoria más entrañable.

–Entre ellos, en su caso Madariaga no podía faltar...

–¡Ah, Madariaga! El siempre está, musicalicé mucha obra suya, es más, tengo un trabajo pendiente, una cantata, Llegada de un jaguar a la tranquera. Es un libro de poemas maravilloso donde está “Canciones para D. H. Lawrence”, que grabé aquí. Y otras que también grabé, como “Viejo Narciso”, que está en El purajhei, mi primer disco conocido, o “El bayo ruano”... todo eso era parte de una cantata que ahora quiero grabar. Me va a faltar Francisco, porque yo la hacía con él en vivo, por todas partes... La poesía de Madariaga es muy reveladora para mí: me revela Corrientes, me hace descubrirla. Porque el de mi provincia es un paisaje que te tiene metido adentro, no lo podés contemplar de lejos: estás en el paisaje. La poesía te hace mirarlo de lejos y conocerlo. Cuando él dice “tembladerales de oro”, son las lagunas y los pantanales, el temblor de esas aguas, esos humedales, bajo sol... Son de oro, ¡sí! Y tiemblan, ¡sí! Leés eso y podés mirar tu tierra. Es un vuelo onírico, son como relumbrones, pantallazos, pinceladas de colores. Y vos vas al estero, ¡y es así! Estás rodeada de Madariaga. O vas a la poesía de Madariaga y estás rodeada del estero, de esas plantas acuáticas, esa selva, ese canto de pájaros, ese misterio...

–¿Y Tejada Gómez, con “La lucha”, tan actual?

–Trabajé con él y fui su amiga. Y ese poema siempre me gustó. Sintetiza tan bien lo que significa la lucha de los pueblos; es increíble lo que dice y cómo lo dice. Ese poema y “Aguafuerte”, de Elvio Romero, estaban hace muchos años en mí, y yo no podía terminar de sacarlos. Los dos poemas siguieron trabajando en mí... y de golpe, una mañana empecé a cantar sin guitarra “La lucha”, y un día antes de irme a un recital, agarré la guitarra para afinar y empecé a cantar “Aguafuerte”. A fuerza de trabajo de años, de oficio, dejo que muchas cosas que me provocan emociones salgan en algún momento, con la música que les pone el corazón. Aprendí a confiar en eso, instintivamente.

–¿“Todo lo que tengo” es un balance personal?

–Sí, y lo que queda es la poesía y la música. Creo que hasta en la foto del disco, que fue muy espontánea, surge eso. Por eso era muy importante hoy el refugio que es esta poesía, esta música popular, y estos compañeros con los que grabé. Todos los rincones de este disco, los silencios y palabras, tienen una síntesis de mi vida. Es un antes y un después. En diciembre voy a cumplir setenta. Soy una mujer agradecida y feliz con lo que tengo.