Hay un ensayo de la serie Sombras breves (1929), del filósofo Walter Benjamin, que empieza con el relato de un sueño. "En sueños en la ribera izquierda del Sena, ante [la catedral de] Notre‑Dame: allí estaba yo, pero nada había allí que se pareciese a Notre‑Dame", cuenta en su crónica de turismo onírico el creador de la categoría estética de "aura". Para luego reconocer asombrado que: "Sólo una edificación de ladrillos se alzaba con las últimas gradas de su mole por encima de un revestimiento de madera. Y sin embargo, yo estaba subyugado ante Notre‑Dame. Y lo que me subyugaba era la nostalgia. Nostalgia precisamente del París en el que, en sueños, me encontraba".

El fotógrafo rosarino Héctor De Benedictis formula una aporía semejante en los montajes de objetos y fotografías que creó a su regreso de un paseo por Italia, y que expone en Estudio G (Galería Dominicis, Catamarca 1427, locales 12‑24) hasta comienzos de octubre.

La aporía es la noción de una paradoja insoluble, como la de esa nostálgica lejanía que aparece precisamente al acercarse. "¿De dónde venía esa nostalgia? ¿Y de dónde su objeto desplazado, irreconocible?", se pregunta Benjamin. Los objetos que expone De Benedictis junto con sus fotos vienen de Italia; salen de unos paquetes de fideos ("pasta para turistas", subraya el viajero) y son precisamente eso: fideos, que representan imágenes esquemáticas del Coliseo de Roma, la Basílica de San Pedro en el Vaticano, la Torre de Pisa y el "Duomo" de Milán.

Lo que brindan esas imágenes es una especie de pictograma, la información visual mínima para poder adivinar con un mínimo de cultura general a qué sitio turístico se refieren. En ese viaje hecho un año antes del comienzo del uso de las selfies, a De Benedictis lo dejaba perplejo la insistencia del turista típico en atiborrar su tarjeta de memoria con torpes versiones de las miles de postales ya existentes.

A lo cual él responde con fotos de los cielos de esos lugares, tan irreconocibles como cambiantes. La doble broma de disparar al cielo y atesorar la imagen típica en forma de souvenir comestible es lo que constituye estos pequeños montajes objetuales y fotográficos, que reproducen en su escala algo de la reliquia sacra puesta bajo una campana. También el color que en ocasiones le añade De Benedictis a sus fideos crudos alude a lo religioso: "el dorado de las iglesias, el plateado de los cálices", rememora. Una versión de la serie de cuatro los muestra en estilo brutalista con sus colores de pasta y de bandera italiana: verde espinaca, blanco trigo, rojo morrón y el "nero di sepia", ese negro grisáceo que proviene de la jibia, un fruto del mar.

La nostalgia de Italia es un lugar común de la mesa familiar de pastas al tuco en el banquete caníbal dominical de los rosarinos descendientes de inmigrantes. "Los fideos que traje nos los comimos", confiesa el artista. "Tuve que pedirle más a una amiga que viajaba", recuerda en su recuento de un proceso creativo que le llevó varios años de experimentación cocinar, por así decirlo. El título de la muestra es bien benjaminiano: Fetiche italiano. Un catálogo ilustrado de bolsillo, acorde con el formato de las obras, regala iluminadores textos de Roberto Echen y del fotógrafo Alejandro Lamas.

Ir a visitar los lugares sagrados de la memoria ancestral, banalizados en sitios turísticos, siempre decepciona un poco al peregrino. Lo que se fue a buscar no se encuentra ahí, y lo que se encuentra ahí resulta extraño. El aura es del nombre, no de la cosa. El soñador que creía estar ante un templo encontró sólo sus ladrillos, unidos por la fuerza del nombre. "Ya está: me acerqué demasiado a él en mi sueño --deduce Benjamin--. La inaudita nostalgia que me había sobrecogido en el corazón mismo de lo que añoraba no era esa que desde lejos apremia hacia la imagen. Era la venturosa que ha traspasado ya el umbral de la imagen y de la posesión y sólo sabe aún de la fuerza del nombre por el cual lo que vive se transforma, envejece, se rejuvenece y, sin imagen, es el refugio de todas las imágenes".