Decía Audrey Hepburn que visitar París siempre era una buena idea, pero –en honor a su memoria– habría que modificar destino porque, en estos días, ir a Londres resulta aún mucho mejor. Al menos el 27 del corriente mes, cuando la sede central de la casa de subastas Christie’s ponga en coqueta exhibición más de 400 tesoritos que antaño pertenecieran a la legendaria actriz. Un archivo extraordinario de maravillosas maravillas que incluye: misivas de su puño y letra, fotografías inéditas, memorabilia de films que estelarizó, además de –como no podía ser de otra manera– algunos de sus conjuntitos Givenchy, Valentino, Yves Saint Laurent, Salvatore Ferragamo, Burberry. Ítems puestos por primera vez a disposición por sus hijos, Sean Ferrer y Luca Dotti, amén de que hordas fetichistas pujen con montos que –se estima– podrían alcanzar varias decenas de miles de libras (por objeto). 

No es para menos: solo en las más locas fantasías podría una pensar en adquirir el guión de Desayuno en Tiffany’s de la propia Hepburn, con sus anotaciones personales en tinta azul. O bien, negativos de cándidas imágenes, nunca antes vistas. O cartas que recibiera la eterna damisela de Katharine Hepburn, Truman Capote, Fred Astaire, Ralph Lauren. Sin dejar de mencionar uno de sus varios pares de zapatitos de bailarina, su polvera, su prístino teléfono a rosca de La Paisible, el hogar en Suiza, entre otras bondades que Audrey usó, guardó, amó.  

“Una persona que no cree en los milagros, no es realista”, concedió en cierta ocasión la adorada intérprete, de natural sofisticación, ícono tanto del cine como de la moda; y esta oportunidad es, para muchos, un milagro. Siempre que el realista sea pudiente, sobra la aclaración. Entre ellos, el director de colecciones privadas de Christie’s, Adrian Hume-Sayer, que ha explicado que “si bien han habido objetos de Audrey Hepburn en venta a lo largo de los años, esta es la primera vez que vienen directamente de su familia. Es uno de esos eventos que suceden una vez en la vida”. 

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