La pregunta por la diferencia entre moderno y contemporáneo puede ser respondida desde lógicas extra‑artísticas. Hace 10 años, el Museo de Arte Contemporáneo de San Pablo expuso Fani dark, una obra participativa de Alexandre Vogler invitando al público a intervenir copias de un afiche editado por la revista Playboy. Cuando Vogler iba a mostrar los resultados del experimento en el Museo de Arte Moderno, la institución se lo impidió porque la modelo de la foto había hecho valer su derecho a decidir sobre la exhibición de su propia imagen.

Allende las fronteras de Brasil, más precisamente en los túneles del Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río), puede verse esa y otras "obras‑caso" por más de 30 artistas y grupos de artistas latinoamericanos de trayectoria internacional. Con curaduría de Juliana Gontijo y Raphael Fonseca, la muestra Dura lex sed lex presenta hasta el 21 de octubre piezas y documentos de acciones por la vanguardia de los '60 y de años recientes. Inauguró el 2 de septiembre como parte de Bienalsur, Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de América del Sur, ideada en la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

Cuando el artista salvadoreño Crack Rodríguez, integrante del colectivo The Fire Theory, se comió la mitad de su papeleta electoral y depositó en la urna la otra mitad como una acción de protesta contra el hambre causado por el poder, estaba preparado para afrontar la dura sanción judicial que le cayó encima, pero quizás no se imaginaba que la prensa lo apodaría "el comepapeleta" en innumerables caricaturas.

Un poco mejor predispuestos al ridículo, el colectivo rosarino CatEaters (traducción al inglés del gentilicio despectivo "comegatos") no soñó ni en sus más kafkianas pesadillas la paradoja legal que les esperaba: tener que donar al Museo Castagnino‑Macro el expediente de la causa que le iniciara a uno de sus integrantes una empresa de televisión por cable, por una acción urbana donde parodiaban en forma creíble la retórica de la publicidad para invitar a "compartir" el servicio. La materialidad del expediente prestó sustancia legalmente verosímil al alegato de la defensa de que sólo era una obra de arte.

Cuando las ficciones del arte ponen de manifiesto el carácter de ficción consensuada que posee aquello que convenimos en llamar "la realidad", parecen invitar implícitamente a la ley y sus agentes a confirmar, en lo real de la sanción sobre la libre circulación de los cuerpos, la tranquilizadora idea de que la Matrix es todo lo que hay.

La sanción puede venir de la lectora que reclamaba en un diario a la municipalidad quiteña por el robo de la tapa de alcantarillado público que el ecuatoriano Adrián Balseca llevó a un horno de fundición popular y luego expuso transformada en una campana con la leyenda "Todo ladrón será quemado". La lectora contribuye a la publicidad de la obra dando la dirección de la galería, que es la misma del faltante. Todos los artistas de la muestra son eficaces archivistas de la documentación propia y mediática de sus acciones, en muchos casos su única prueba tangible, y lo que permite incluirlas en el circuito del arte contemporáneo sorteando la fina línea que intenta separarlas del vandalismo. Para Arthur Danto, la diferencia entre una caja de jabón Brillo y una obra de Andy Warhol es filosófica, al tratarse de dos objetos idénticos; para la argentina Luciana Lamothe (Intervenciones clandestinas), el guatemalteco Aníbal López (El préstamo) o el costarricense Habacuc Vargas (Santa Claus en Walmart), el delito menor se vuelve obra en virtud de una declaración formal y escrita de intención artística, junto con un registro de la acción ilegal que puede servir de prueba incriminatoria: el mismo testimonio que consagra al autor, lo hunde como autor del ilícito.

El parentesco entre arte y crimen, o al menos entre arte y provocación, es de linaje vanguardista. Se remonta al dadaísmo y atraviesa tanto el dandismo pródigo de Federico Peralta Ramos como la experiencia El encierro de Graciela Carnevale. Dos obras emblemáticas de la vanguardia son el Parangolé y el estandarte Sea marginal, sea héroe, ambas de Hélio Oiticica. El Parangolé hunde sus raíces en la cultura afro cuya expresión popular moderna es el samba. Consiste en ponerse cierta capa creada por el artista, y devenir arte. Así lo hizo Lourival Cuquinha, pero se olvidó de devolverla al museo.

Un billete en la falsa privacidad de una cámara Gessell por Cildo Meireles, lo mismo que los cheques al portador emitidos por Horacio Abram Luján, tientan la moral del público y juegan con eso de que "la ocasión hace al ladrón". Meireles reduce a cero los valores de sus irónicos dólares o reales inventados, mientras que la artista boliviana Narda Alvarado investiga los infortunios de los portadores de los billetes para la buena suerte en el rito de la Alasita. Su archivo de prensa expone el choque cultural entre la magia aborigen y las instituciones modernas que miden con exactitud el dinero falso.

La sanción legal asume formas crueles en América Latina, cuyas cárceles son el infierno mismo, y cuyas figuras de autoridad conservan mucho de la arbitrariedad colonial o dictatorial. De investigar tanto a policías como a poblaciones carcelarias o en riesgo, colaborando con ellos en acciones o colecciones que resaltan la creatividad popular, se ocupan otros autores de la muestra, como Yoshua Okón (México), Regina José Galindo (Guatemala) o Jhafis Quintero (Panamá). El artista Marcio Almeida y el colectivo Filé de Peixe vinieron de Brasil a trabajar con organizaciones y con poblaciones vulnerables de Rosario. Otro brasileño, Willyams Martins, continúa aquí desollando paredes con un sistema que le permite apropiarse de sus "pieles" urbanas tatuadas.