Desde Barcelona 

UNO El sol y el eclipse del 1 de octubre viene asomando y mejor no mirarlo sin gafas oscuras. ¡Revolución! ¡Ruptura! ¡Nuevo orden! ¡Neo-Cat! ¡Catalexit! Y sí: efeméride redondísima que hace comulgar a soviets centenarios con separatistas año cero. 

Y, ah, Rodríguez está tan cansado de tanto tiempo de vientos de cambio y de pedos mentales. De puños en alto y dedos medios erectos. De idas y vueltas. De amenazas y retos de uno y de reprimendas y desafíos de otros. De vitales urnas y de cadáveres políticos. De difusos oasis y de claros espejismos. De euros y de Europa. De erratas de Assange y de tweets graciosos. De presos políticos o de políticos presos. De mossos de escuadra Marvel o de guardias civiles en crucero Loony Tunes. De yo pisaré las calles nuevamente, pero cuidado con la mierda de los perros que ladran y muerden. 

De ahí que, puesto a elegir, Rodríguez prefiere avanzar/retroceder medio siglo y plantarse justo a mitad de camino y honrar revoluciones tanto más armoniosas. Sí: este ‘17 como medio siglo desde el ‘67; cuando se escucharon por primera vez Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles, The Piper at the Gates of Dawn de Pink Floyd, The Velvet Underground & Nico de The Velvet Underground y The Doors de The Doors (evocados por todos); Something Else de The Kinks y Songs of Leonard Cohen de Leonard Cohen y Bee Gees’ 1st de The Bee Gees (recordados por algunos); y Leonard Nimoy Present Mr. Spock’s Music from Outer Space de Leonard Nimoy (rescatado nada más y nada menos que por Rodríguez). Percepciones interestelares y anocheceres londinenses y factorías de N.Y. y musas acuáticas y todo eso que se necesita para amar a alguien y encender tu fuego con una ayudita de tus amigos encontrando la mejor manera de decir adiós. Y de vivir mucho y prosperar. En resumen: todo lo que acaba configurando una revolución revolucionaria. Es decir: una revolución que sale bien. Lo que no suele suceder muy seguido y, mientras tanto y hasta entonces, entonar pegajosos –que no es lo mismo que pegadizos– jingles-slogans-mantras partidistas en partidos que sólo juegan ellos con balón de oxígeno pagado por el dinero público. Y hay cada vez menos: menos oxígeno y menos dinero y menos público y tantas ganas de pertenecer a ese club en el que New York no es USA, París no es Francia, Roma no es Italia, y Barcelona no es España. 

Pero, claro, Barcelona tampoco es Catalunya, que no está fuera de España pero (ahora partida por la mitad) sí está fuera de sí.

DOS Aún así, Rodríguez lee acerca de la abundancia de libros intentando explicar esos nueve meses y diez días en la vida de aquella revolución soviética que conmovieron al mundo para  distraerse de las miserias de años que han venido a dar a esta revolución local que enerva a casi todos por aquí sin importar del bando dónde se formen o deformen. El “bando” de Rodríguez es el más nutrido y surtido. Y podría denominarse como Yabastismo. Una mayoría silenciosa pero suspirante que ya no da más y que está tan cansada de que le den tanto de nada, día a día, noticia a noticia. Ayer es el póster barredor de la iluminada y encandilada CUP & Co. (con guiño a original leninista; pero cayendo en el machista acto fallido de poner a barrer a una mujer). Después son los tiras y aflojas entre Gobierno central y el Govern lateral. La semana pasada son las detenciones en operativo con nombre de dios egipcio de la muerte. Y el domingo que viene no se sabe nada salvo que algo se sabrá. 

Y que puede saber amargo. 

Así que imagina que no hay países, es fácil si lo intentas. 

Pero el imaginar es, también, pura imaginación.

TRES Por eso –puesto a intentar entender lo complejo por encima de lo incomprensible– Rodríguez se dio una vuelta por su librería amiga y allí se paseó por tantos y tantos títulos octubreanos. Y no es que a Rodríguez Rusia lo haya tenido sin cuidado: allí estuvieron y siguen estando y estarán Tolstoi (pero no Dostoievski), las pelucas de The Americans, el gato parlante de Bulgákov y los jinetes rojos de Isaak Babel, el Evento Tunguska, los thrillers de John le Carré y de Martin Cruz Smith, Doctor Zhivago (es decir, Julie Christie; nunca Irina Shayk), el “Alexander Nevsky” de Eisenstein en la cinemateca y la “Perspectiva Nevsky” de Franco Battiato sonado en las verbenas de verano de su adolescencia, Speak, Memory y Nabokov y, allá lejos y hace tiempo, las periódicas aventuras de bailarines rusos dando un salto de cisne sin ganas de seguir muriéndose hacia un Studio 54 donde todos eran lechuzas de pupilas dilatadas.  

Y están, entre tantos otros, las inevitables reediciones del romántico John Reed y del sentimental Eric Hobsbawm. Y Richard Pipes. Y E. H. Carr. Y Orlando Figes. Y ese otro libro increíble pero real de Peter Pomerantsev, periodista británico pero nacido en la URSS de 1977, titulado Nada es verdad y todo es posible: La Nueva Rusia. Ahí –en un paisaje sofocado por gángsters que se convierten en productores de sus propias series de tv, buscadores de oro que recitan a Pushkin, motociclistas convencidos de ser santos de ícono, mesías de la auto-ayuda, escorts descartables a los diecinueve años y trolls interfiriendo en políticas exteriores– Pomerantsev se dice convencido de que la Rusia de ahora es el futuro inmediato del resto del planeta. Un cementerio temático de todas las ideologías donde todo será apariencia y fachada y postverdad. 

Pero Rodríguez busca otra cosa. Una especie de manual de instrucciones para un modelo ya desarmado. Una didáctica centrifugación de Zar y Flía, Guardia  Roja, mencheviques y bolcheviques, Lenin & Trotsky & Kerensky, San Petersburgo y Petrogrado y Estación Finlandia, constructivismo y rompan todo, amotinamientos y purgas y gulags y gulas y hambrunas y... Sorpresa: Rodríguez descubre October: The Story of the Russian Revolution firmado por China Miéville, el escritor inglés de literatura fantástica y puntal del movimiento New Weird. El creador de territorios imposibles pero tan verosímiles como New Corbuzon, Un Lun Dun, Beszel/Ui Qoma, Embassytown y la surrealista Nueva París abordando la Revolución Rusa como si se tratase de otro de esos convulsionados mapas suyos. ¿Qué le atrajo al mega-fabulador y multi-imaginativo Miéville para meterse en todo esto y presentarlo con gracia novelesca? Sencillo y complejo: “Jamás se me hubiese ocurrido algo así”, confesó en entrevista el mega-ocurrente Miéville. 

“Cree demasiado en sólo una cosa y no te queda espacio para ideas nuevas”, escribió Ray Bradbury en uno de los cuentos de un libro sombrío y otoñal titulado El país de octubre.

Rodríguez lo leyó cuando era niño. Y lo ve en la misma librería. Y también lo compra para recordar los tiempos en los que el futuro tenía futuro y se creía en muchas cosas al mismo tiempo. Aunque ya estaba clara la paradoja de que la revolución para un cuerpo celeste es el riguroso seguimiento de un ciclo predeterminado mientras que, en la Tierra, la revolución es caos e improvisación y Big Bang y agujero negro y, si hay suerte, luz al final del túnel y 2 de octubre. 

Pero antes –Rodríguez ya en casa– toca y suena “Sunday Morning” y “A Day in the Life” y “One of Us Cannot Be Wrong” y “Death of a Clown” y “I Close My Eyes” y “The End”.

Y después –porque, como adoctrinaba la ibérica Familia Telerín, hay que descansar– vamos a la cama, camaradas.