Son las 2 de la mañana y Mala Fama debería subir a las 3 al escenario de Tropitango, la catedral de la cumbia en zona norte. Pero Hernán Coronel, cantante y corazón del grupo, está durmiendo la siesta en la casa de sus viejos, en Virreyes, partido de San Fernando. De a uno, su hijo Bartolo, la hermana y el manager entran y salen del cuarto para despertarlo, pero él tiene sueño pesado y se pone gruñón si lo levantan de arrebato. En el patio, un perro chiquito ladra muy agudo, dos nenas suben a un tobogán y el padre del músico, que toca en la banda, se pasea sin decir una palabra. A eso de las 2 y media se oyen movimientos en la habitación. Es Hernán que se prueba los pantalones de jogging que su hermana le dejó lavados al borde de la cama. Pero no se decide por ninguno. Lo extraño es que no hay divismo en su actitud y menos un mensaje de reviente. Es sólo alguien al que le cuesta arrancar, aunque tenga por delante dos shows al hilo entre las 4 y las 6 de la mañana: uno en el Tropi, de Pacheco, y el otro en Palermo, en la fiesta La Mágica, donde es ídolo indiscutido. Esa vagancia, esa resistencia pasiva (a lo Gandhi del Conurbano), es la bandera de Mala Fama, su manifiesto antisistema y el mensaje silencioso de Coronel, sobreviviente de la cumbia villera, outsider de la bailanta y el más punk de los cumbieros.

El día del show, Hernán estuvo dando vueltas sin parar. Grabó videos para promocionar el recital que dará dentro de poco en Caleta Olivia (además, en diciembre irá a México a tocar, entre otros compromisos, para la hinchada del América) y arengó a sus amigos para que lo ayudaran a difundir la fecha en La Mágica. Pero lo que más ansioso lo puso –y por eso no descansó casi nada– fue un video de Diego Capusotto, en el que el comediante invitaba al concierto de Mala Fama de esa noche en Palermo. Cebado, con riguroso equipo de gimnasia, gorra y anteojos negros, se pasó buena parte de la tarde saludando a todo el mundo, porque tiene récord de gente que se le acerca en la calle a pedirle una selfie o un abrazo. Tan querible es y tanta calle tiene que creó un lenguaje propio, con ortografía, acentos, sonidos, palabras y gestos inventados; el abecedario personal de un mundo de fantasía. En el universo malafamero se celebran frases como “Qué lindo-feo que sos”, “¿Qué te pasó en la cara, whats?”, “Basuuura”, “¡Ja-pish!”, “Amiguerou” y “Mandale mecha”. Hasta este cronista adquirió un nombre nuevo por una noche: “Josezuelo”.


El manager se llama Ariel y es un gran amigo de Hernán, pero se pone bastante ansioso cuando lo ve remolón, sobre todo si se está probando pantalones a minutos de tener que subir al escenario. “No se lleva bien con el negocio de la cumbia porque no le interesa entrar en esa vorágine de tener cinco shows por noche, y salir corriendo de todos lados –NdR: un grupo de moda llega a dar 50 conciertos en un mes–; Mala Fama suele hacer recitales largos y encima Hernán se toma un tiempo especial para saludar y sacarse fotos uno por uno, entonces todo se retrasa, pero está bien que así sea”, explica el representante.

A las 3, Ariel lo mete en su auto para ir al Tropi, donde ya están los músicos queriendo probar sonido (aunque el sonidista todavía no llegó). Durante el viaje, el músico está callado, taciturno bajo su gorrita negra, tomando a sorbos una lata de cerveza. Sigue medio dormido. Sólo si le preguntan, cuenta que escucha “lo más melodioso de Cerati, Soda Stereo y The Police”, y jura que se quiere morir cuando llega a un lugar y están pasando reggaetón. “Es el ritmo menos armónico que hay”, opina. De repente, se obsesiona con una canción de U2, pero no sabe el nombre y no puede hablar de otra cosa en los 20 minutos siguientes. “Dejame que me acuerde y después seguimos”, se tilda. Afuera hace frío y, a las 3 y cuarto puntuales, el auto estaciona en la puerta trasera del boliche.

Tropitango es la catedral de la bailanta desde hace 35 años: por ahí pasan 12 mil personas por fin de semana y tocan los mejores exponentes del género. Pero pese a que la cumbia es el movimiento más juvenil, popular y federal del siglo, mucho más que el rock, pareciera que sigue siendo un circuito bastante invisibilizado. Pese a su enorme convocatoria (o tal vez justamente por ella), locales como Tropitango no anuncian sus shows en las agendas de los medios gráficos grandes, sino a través de redes sociales o directamente en el programa de tevé Pasión de sábado.

De repente, como caminando, los músicos de Mala Fama suben al escenario sin probar sonido. Trepan a sus instrumentos y el padre de Hernán queda como segundo frontman, agitando un güiro imaginario, mientras su hijo canta con un cigarrillo en una mano y el micrófono en la otra. Suenan La resaca de tu amor (un manifiesto de cumbia indie), La marca de la gorra y Made in Argentina, el himno de la cumbia villera del nuevo siglo.


Lo singular del sonido malafamero es que tiene una estampa “sinfónica” (ayudada por la función pizzicato de los teclados) y una marcha que por momentos se traba o se enrosca a propósito, con muchos arreglos percusivos y de los tecladistas Nacho Godoy y Bartolo Coronel. “Cuando tocamos por primera vez La marca de la gorra en Pasión de sábado, las bailarinas no sabían cómo moverse y se terminaban pisoteando”, recuerda. “Hay grupos de cumbia que sacan tres discos al año y viven de los covers. Para mí la música es muy sagrada y me parece que si no agarrás una lapicera y hacés lo tuyo, le estás faltando el respeto. Los que solamente hacen covers son ladrones sin revólver”, sostiene, y termina de saludar a todos a la salida, aunque le pidieron mil veces que no se cuelgue.

Cecilia Salas

Mala Fama se formó en 2000 en la ciudad de San Fernando, provincia de Buenos Aires, y su primer disco, con el que la pegaron y terminaron tocando en el programa de Tinelli y en cancha de Racing (en los festejos por el Apertura 2001), se llama Ritmo y sustancia. En esos tiempos hacían hasta ocho shows de 20 o 30 minutos por noche. Sus letras se metían con los temas comunes de la cumbia villera (delincuencia, drogas, policía, etcétera), pero desde un costado más humorístico. Un ejemplo de justicia poética es La motito de Carlitos, del quinto y último disco del grupo, Lo peor (2013), en la que acusa a un ladrón de “atrevido” por haberle birlado la moto “al boludo de Carlitos”. “Ahora la querés vender, nada te quieren dar, no vale mucho dinero todo es sentimental”, dice la letra.

De aquella camada de bandas de cumbia villera que surgieron alrededor de la crisis de 2001, casi se podría decir que sólo tres siguen hoy sumando elementos a su universo original y reinventándose constantemente: Pablo Lescano con Damas Gratis, el Pepo como solista y Hernán con Mala Fama.

“Hernán es un artista con una magia creativa especial para todo lo que se propone. Se lo relaciona con el rock, entre otros ámbitos, porque su sensibilidad va más allá de la cumbia”, entiende el productor y músico Martín Fanta Roisi, del grupo Fantasma y conductor del programa de tevé Los planetas. Roisi y Coronel están haciendo juntos un nuevo ciclo de entrevistas, que en principio se emitirá en la web, en el que los conductores son ellos y un perro que habla, llamado El Corto; y el musicalizador en vivo es Bartolo. Lanzar el programa por Internet no es casual: casi sin quererlo, Coronel se fue transformando en youtuber (¿un influencer?), con videos que se vuelven virales desde el minuto en que los sube a las redes sociales.


Terminado el show en Tropitango, Mala Fama sale por el estacionamiento y los músicos suben a sus autos para la siguiente escala: La Mágica, en Palermo Groove. Son las 4 y pico cuando Hernán sube con su papá al auto del manager. En camino por la Panamericana vacía, sigue obsesionado con encontrar el nombre de la canción de U2, y llama al hermano para preguntarle si la conoce: “Decile a esos mascarillas doble hilo de tus amigos que me vengan a ver”, lo apura. Por fin, descubre que el tema es New Year’s Day y se pone feliz como un chico, mostrando videos de Bono cuando tenía jopo y usaba camperita de jean sin mangas. Ahora sí se lo ve en su mejor forma, haciendo chistes y poniendo apodos, pero su padre permanece en silencio como un Darth Vader de la cumbia. “Dejalo así, no despiertes un monstruo que no puedas controlar”, avisa Luke Coronel.

El año pasado, cuando se hizo el festival A Pura Cumbia en Tecnópolis, el cantante de Mala Fama pasó un mal momento. Al final del show se le acercó Hernán Lombardi, titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, para sacarse una foto haciendo el típico gesto malafamero de ponerse una mano en la cara, con tanta mala suerte que Mauricio Macri estaba cerca y se sumó de apuro a la foto. La imagen de los tres se hizo viral enseguida y Coronel salió a responder con una carta larguísima, escrita en su propio lenguaje, con una poesía muy singular.

Una parte del texto dice (y no hay faltas de ortografía sino un uso distinto del lenguaje): “Pa mi nou existe la sátrapa llamada grieta, lou Ke si existe ya en proporción desmedida es el libertinaje para molestar al projimou ablandou mal y sin utilizar los puntos de vista para konvivir y ser felices ayudandou y amandou a los pares y progimos. Segurou también le tokan bocina al autou de adelante apenas el semaforou se pone en verde, Ramones impacientes”. Y una posdata: “Viva la gente humilde y los guisos de mi vieja”.

Entrando a Groove, a las 4 y media, se repite el ritual de los saludos en la puerta. Aún no terminó el show de Dalila y los Mala Fama suben por un pasillito que va detrás del escenario hasta el camarín. Se nota que acá son tan o más locales que en el Tropi. Viéndolo a Hernán saliendo otra vez a escena, se podría pensar que aquello de la vagancia es solo una coartada. No es ningún vago ni un “bizarro” (gran etiqueta del sistema para ningunear fenómenos populares), ni tampoco un eterno adolescente que inventó su propio jeringoso para caer simpático. Es ahí, en las grietas de esa pared de fantasía, donde se entiende que el activismo de la desidia también es una forma de oponerse.