En la obra El Paraíso perdido, la trama se va armando como un álbum familiar, imágenes de la vida hogareña que exponen y cuestionan el arquetipo: son las frases, las miradas, las escenas fundantes de una dinámica que, bullying incluido, pasa por todas las instancias. Dentro de las cuatro paredes de una casa –simbolizada por una pequeñísima maqueta puesta en el centro del escenario–, los personajes irán construyendo sus identidades como una sumatoria de signos que van desde el amor tierno o sensual hasta el maltrato y la discriminación. Derribado el mito de la familia heteronormativa, estable y feliz, en esta obra todo termina estallando en una metáfora que impacta: alegres globos de colores que al  explotar reproducen el sonido de una balacera. Su director, César Brie, ex integrante del Odin Teatret de Dinamarca, pasa una temporada aquí y otra en Italia. En estos días, en los que varias de sus piezas ocupan en simultáneo las salas porteñas, habló con Soy: “Le pedí a cada uno que me traiga un cuento de su propio paraíso perdido. Había tanto material que les propuse hacer una obra. El tema es el de la infancia o la adolescencia. El escritor Pablo Ramos dice en un libro que la adolescencia es el origen de la tristeza. Es la edad en que perdés la niñez, pero tenés la falta de algo brutal. Cuando uno de los actores contó su historia sobre el momento en que les contó a sus padres que era gay, me conmovió muchísimo y después encontré el recurso para dar la idea visual: que se pusiera un vestido, que se vistiera con algo femenino”. 

El personaje sigue conservando su identidad de varón aunque tenga puesto el vestido…

–Exacto, nunca trata de ser otra cosa. De golpe lo blanqueó con los padres. Yo tengo tantos amigos gays que han sufrido porque lo han escondido por años. El actor dice: mi papá me miraba con una cara, mi mamá me abrazaba y lloraba. Después han venido los padres a ver la obra. Yo le dije al elenco que puede ser uno quien actúe la historia de otro si así prefieren, él primero dijo: no quiero que se sepa, y después: lo voy a asumir. Hay otra persona que cuenta una historia muy dura de su familia y cuando vienen sus padres, su papel lo hace otro. A mí lo que me llamó mucho la atención de ellos fue la honestidad y la frescura. 

Decidiste que la historia de Orfeo y Eurídice, que pronto volverás a reponer, la protagonizaran dos mujeres…

–Decidimos que no nos importaba. Si hay una ley de matrimonio igualitario, ¿por qué no? El tema de la obra es la muerte digna. Una de las dos tiene  un accidente y la otra lucha 17 años para poder apagarla en cumplimiento de una promesa mutua. Es una historia real, pero ocurrió entre un padre y una hija en Italia, es el caso Englaro. Me parece un acto de amor inmenso darle la muerte a un ser querido que sufre así. Yo quería mostrar cómo una historia de amor puede resolverse de formas distintas a las canónicas. Hay un momento en que una de las actrices de Orfeo se coloca sobre la otra y parece que queda en el aire, apoyada sobre sus rodillas, y el texto dice: No les ofrecemos el cuerpo, no les ofrecemos el beso, sino el espacio entre los cuerpos, todo eso que sienten una por la otra antes del acercamiento físico. A mí una cosa que me da fastidio es cuando los actores y/o actrices se besan, ¿por qué no encuentran una metáfora? 

Mayormente en el teatro hay un apego al binarismo, en general hay una creencia de que los roles de género tienen que ser respetados...

–Podría ser exactamente al revés. Chejov se prestaría mucho. Kurosawa lo hizo en Rey Lear. Y los clásicos para existir tienen que ser transformados. Hace poco vi una obra muy conmovedora, El amor es un bien. Es el Tío Vania en Carmen de Patagones.  

¿Cuáles son los temas que te preocupan tratar en estas épocas teatralmente?

–Uno de los temas que me interesan son las relaciones humanas. Yo considero que lo íntimo es plural. Lo que me ocurre a mí te ocurre a vos, mi soledad te pertenece. Todo eso que nosotros llamamos íntimo –que no es lo privado, se usa mal esta palabra– es social. Cómo el pequeño yo es el pequeño yo de miles de personas frágiles, grupos de personas que creen estar solas. Detesto la palabra privacidad. El método con que se juzga todo es el dinero, y el dinero sí es privado. 

¿En qué obra estás trabajando actualmente?

–En un texto sobre el puto de mi pueblo, se llama El sacrificio. Es una figura que me obsesionó en Dolores, donde yo vivía. Era un chico al que yo sabía que violaban, lo llevaron a los matorrales. Una hora después llegó a casa, mamá era la rectora del colegio, y estaba mi papá. Y me acuerdo que mi papá le preguntó: ¿quiere que lo acompañe a denunciarlos? Y él respondió, no, porque sino Robertito (de quien estaba enamorado), no me va a saludar más, pero dígale a su señora que no me maltraten, uno tiene la desgracia de ser así. Yo le pregunté a mi papá por qué le hacían eso y me dijo: porque son unos reprimidos. Después se dio cuenta de que estaba hablando con un chico y dijo, de esas cosas no hay que hablar.

Orfeo y Eurídice: Viernes, a las 23, en El Extranjero, Valentín Gómez 3378.

El Paraíso perdido: Domingos, a las 17, Santos 4040, Santos Dumont 4040.