Meses atrás, la brillante comediante Tracey Ullman estelarizó un satírico e incisivo sketch de TraceyUllman’s Show, programa humorístico que además de protagonizar, coescribe y coproduce. Allí, la actriz interpretaba a una detective que tomaba la denuncia de un muchacho que acababa de ser asaltado a punta de cuchillo. “¿Estabas vestido como estás vestido ahora?”, espetaba entonces la policía. “Sí, pero ¿qué tiene que ver mi ropa con…”, intentaba responder el estupefacto varón, inmediatamente interrumpido por Tracey cana: “Lucís muy provocativamente... rico. Es casi una invitación a ser robado, ¿no te parece? Como si lo estuvieras pidiendo a gritos”. Abruma luego al joven con preguntas del tipo “¿Habías estado bebiendo? Porque si bebiste, quizás le diste señales confusas al ladrón”, “¿Al menos gritaste? ¿Cómo alguien va a suponer que no disfrutás entregarle tu reloj y tu celular si no se lo dejás perfectamente claro?”… Lo corrosivo del relato es que, aunque impensable en casos de robo, a esa línea de interrogación son sometidas incontables víctimas de violación. En menos de dos minutos, evidencia Ullman la doble moral, demasiado familiar, que afecta directamente a millones de mujeres; y ridiculiza la cruel y extendida costumbre de culpabilizar a las víctimas de violencia de género. Una costumbre que en tantísimos casos las empuja al silencio, que tiene consecuencias lisa y llanamente devastadoras.

Contra la arraigada cultura de la culpabilización apunta What Were You Wearing (en criollo, “¿Qué tenías puesto?”), una instalación de la Universidad de Kansas, en Estados Unidos, que reúne 18 historias de violencia sexual a partir de la ropa que las víctimas vestían al momento de ser abusadas. Con intención, dicho sea de paso, de dar por tierra el ridículo prejuicio que asume que tal agresión es “provocada”, “incitada” por lo que la víctima viste... Organizada por el Center for Education and Prevention Against Sexual Assault de la mentada institución educativa, recalca Jen Brockman, su directora, que la exhibición “busca que cualquier estudiante se vea reflejado/a en los outfits, y ponga la culpa donde corresponde: en el agresor. Ofrecer un poco de paz y compasión a las víctimas y despertar la conciencia en la comunidad, esa es nuestra verdadera motivación”. “Esperamos que de una vez por todas las personas comprendan que ese mito que han escuchado tantas veces es sencillamente falso”, resalta la señora: porque vestir minifalda negra, llevar tacos altos, remera sin corpiño, bikini, un suéter rojo, jeans, una camisa holgada o una musculosa ajustada no es -de ningún modo- sinónimo de consentimiento.

La pilcha, por cierto, no proviene directamente de los percheros de las sobrevivientes: a partir de los relatos anónimos corajudamente aportados por diversas estudiantes, ha sido provista por la universidad amén de recrear los conjuntitos que ellas describen en sus terribles narraciones. Por caso, la de una muchacha, que anota: “Llevaba un vestido de verano. Meses más tarde mi madre se paró frente al armario y protestó porque yo ya no usaba mis vestiditos. Tenía seis años”… O bien: “Un traje de baño. Había remado en canoa por el río todo el día, la había pasado genial. Después ellos entraron a mi carpa cuando intentaba cambiarme”. 

El proyecto, por cierto, recuerda a uno hermanado, de 2016, donde la joven fotógrafa estadounidense Katherine Cambareri capturó las prendas que vestían distintas mujeres al momento de ser violadas. Sobrias, sobre fondo negro, sin artificios, las imágenes tenían símil intención: derribar el mito de la provocación, dar voz a las víctimas, hacer patente cómo “cualquiera puede sufrir un abuso”: “Sin importar las circunstancias, si se produce una violación es porque alguien ha decidido perpetrarla”, dijo entonces la artista.

Que la muestra coincida con el inicio del semestre en Estados Unidos no es precisamente casual: según advierte Brockman, es durante el comienzo del ciclo lectivo cuando se registran las más altas tasas de violencia de género en universidades norteamericanas. Donde, conforme arrojan sucesivas estadísticas, 1 de cada 5 estudiantes es víctima de abuso sexual; y en el 80-90 por ciento de los casos, no informa ni denuncia lo sucedido. Alarmantes cifras que la administración Obama combatió a capa y espada, con medidas que buscaban dar contención y prontas soluciones a las víctimas. Pues, en la era Trump, esas medidas ya no van más: para la nueva ministra de Educación, Betsy DeVos, “imponen una presión inapropiada sobre las universidades y los sospechosos de las agresiones”, razón por la cual ya ha anunciado que en breve las revocará…

En este marco, cobran vital relevancia iniciativas como What Were You Wearing?, que pretenden confrontar y aniquilar las falsas narraciones en torno a la violencia sexual y, en el ínterin, generar consciencia entre el estudiantado. What Were…, de hecho, llega tras la presentación de Guarded el pasado año: una colección de retratos en blanco y negro tomados por la artista Taylor Yocom, donde muchachas posan sosteniendo objetos tan inocuos como llaves, botellas, silbatos, paraguas… Objetos cotidianos a los que ellas dan segunda significación, entendiéndolos como precarias armas de autodefensa en sus caminatas nocturnas por los campus.