Frotar dos palitos y encender el fuego. Bruce Springsteen asegura que en ese gesto primitivo radica toda la magia. “La gente no acude a los conciertos de rock para aprender algo. Vienen a que se les recuerde algo que ya saben porque lo llevan en las entrañas”, escribe. Esa conciencia sobre el vínculo entre él y su público es fundamental para entender cómo un chico de clase baja de Nueva Jersey se convirtió en una estrella planetaria. Sin embargo, la explicación se amplifica ya que, además, Springsteen siempre ha concebido la música popular como una zona de excelencia. Al fin –con 67 años, 18 discos y recitales que llegan a prolongarse por cuatro horas–, consideró que podía responder a la pregunta ¿cómo lo hiciste? El resultado es Born to run, una autobiografía de 500 páginas edificada sobre los huesos de alguien que se sabe único pero también, vulnerable.

El libro abarca una línea cronológica a través de ochenta capítulos breves. A no temer por este número: están escritos con la misma prosa amable de sus canciones. Y remedan esa plasticidad rítmica que surge de combinar rockabilly, rythm and blues y soul, que son para Springsteen una santísima trinidad.  Pasó su infancia y su adolescencia en un suburbio fabril de Nueva Jersey llamado Freehold. Ahí se levantaban varias casas de irlandeses; entre ellas, la de los Springsteen. También los edificios que ocupaba el ala italiana: los Zerilli, su familia por línea materna. La luminosidad de su madre Adele, a la que describe vital y fuerte “como una mini Muhammad Ali” -quien, además, le regaló su primera guitarra- contrasta con un padre oscuro, retraído y alcohólico. En esa época, los episodios maníaco depresivos del señor Douglas carecían de diagnóstico pero se traducían en una distancia abismal con Bruce. 

El punto de quiebre se produjo cuando su padre subió todas sus pertenencias a un antiguo Rambler y decidió mudarse intempestivamente de Nueva Jersey a California en 1969. Adele también se subió al auto (ella amó a su marido hasta el último día con una incondicionalidad que el hijo entendió mucho más tarde) y se llevaron además a la hija menor de la familia, Pamela. Mientras tanto, su hermana del medio, Virginia, se convirtió en madre a los 17 años y se mudó con su novio.

El joven Bruce se sintió solo pero también, libre. Entonces se metió de lleno en la música con The Castiles primero y Steel Mill después. El disco Chapter and verse, que se editó en paralelo a este libro, registra algunas grabaciones inéditas de esas bandas, previas a la grabación de su primer álbum, Greetings from Asbury Park, N.J, en 1973.

Ahí empiezan a aparecer grandes amigos, con los que luego formaría la E Street Band: entre ellos, el tecladista Danny Federici y el imperecedero guitarrista Steve van Zandt. Al tiempo conocería a Clarence Clemons. En la mítica foto de tapa de Born to run en 1975, Springsteen se recuesta en la espalda -gigante, negra, protectora- de su amigo saxofonista, que le otorgaría una identidad sonora muy precisa a su banda. Explica que se trató de una toma clara de posición sobre el vínculo que tendrían: el de hermandad absoluta. Y de paso, fue una advertencia frente a cualquier atisbo de segregación racial, tan frecuente en tierras norteamericanas hasta hoy. Su nuevo árbol genealógico se completó con el crítico musical Jon Landau (el mismo que en 1974 vaticinó “he visto el futuro del rock and roll y su nombre es Bruce Springsteen”). Con el tiempo, él se convirtió en su manager y productor de varios de sus discos. 

Desde Greetings… a High Hopes –su último álbum– el libro se detiene en el modo en que cada disco fue concebido y grabado, desde la necesidad de usar una pequeña grabadora de cuatro pistas para transmitir el minimalismo acústico de Nebraska a comienzos de los ochenta hasta la magnificencia creativa de The Rising, con el que el músico buscó plasmar el pavor tras los atentados del 11S. “Fui encontrando palabras que pudiera cantar: siempre mi primer, último y único criterio para seguir adelante. En estas canciones está el origen de los personajes cuyas vidas desarrollaría en mi obra durante las tres décadas siguientes”, dice sobre la composición de las canciones de Born to run, cuando tenía apenas 24 años. El libro toma ese nombre porque Springsteen aún se siente muy cómodo con un álbum que le abrió el camino a la consagración. Incluso, asegura, sigue creyendo en el espíritu libre y desclasado de esa canción donde el narrador le propone a una chica llamada Wendy que se vayan por las rutas ya que “los vagabundos como nosotros fuimos hechos para correr”.

En un artículo publicado en el suplemento cultural del New York Times, Richard Ford sostiene que Born to run es una carta de amor a sus fans porque allí están las claves que echan luz sobre una vida que el músico ha mantenido en reserva. Pero el amor también tiene lado B. Así que Springsteen evoca  además las veces que el mundo se le vino abajo. Por ejemplo, tras el éxito inesperado del álbum Born in USA, editado en 1984, que lo obligó a asumir que el rock puede denunciar las miserias del american way of life pero también ser un negocio colosal y antropófago. O cuando se separó de su primera mujer, Julianne Philips. O cuando falleció su gran aliado Clemons, en 2011. 

Admite que los tratamientos psiquiátricos y ciertas pastillas bien administradas resultaron bálsamos necesarios. Nunca tan efectivos como los recitales y las giras donde brinda la mejor versión de sí mismo: un Jefe carismático y tierno, que suavizó su rudeza juvenil pero que no cedió una pizca de fuego magnético. Y que se siente feliz de tocar con sus amigos de siempre, los enormes músicos de la E Street, que incluyen a su mujer, la vocalista Patti Scialfa. Springsteen adora la ruta como los beatniks, a quienes leyó y admira, pero al fin decidió construir un hogar en el cual cobijarse. Y ese hogar volvió a ser Nueva Jersey: la familia vive en una granja en el condado de Monmouth, cerca de su Freehold natal.

El mérito de Born to run es que se trata, sin vueltas, de un gran libro. El rasgo autobiográfico convive con una escritura diáfana y llena de ritmo. Su autor sabe que la literatura es el diálogo entre dos desconocidos que se necesitan y por eso quiere ser honesto pero no desagradable con sus lectores. En las fotos que acompañan el epílogo se ven, por ejemplo, imágenes de un recital reciente con el mundo a sus pies. Pero también aparece un niño que sonríe a la cámara con sus dientes de leche, un adolescente de pelo largo en versión polaroid, un hombre hermoso que abraza a su chica con los ojos cerrados. No sabemos si todos fuimos hechos para correr. Pero al leer a Springsteen, hay una sensación clara: la de ser parte de un fuego común, rockero y sagrado a la vez. 

Born to run, Bruce Springsteen, Literatura Random House; 568 páginas