Battlefield 6 arranca con una promesa que suena familiar: volver a las raíces. Después del tropiezo de Battlefield 2042, Electronic Arts y DICE dijeron haber escuchado a la comunidad y apostaron por un regreso a la guerra moderna, la que se juega con botas en el barro y el cielo cubierto de humo y metralla, como en los viejos tiempos. El desarrollo reunió varios estudios (Criterion Games, Motive Studios y Ripple Effect Studios) bajo la marca colectiva Battlefield Studios, con el objetivo de conseguir la escala, el presupuesto y el equipo para un proyecto de múltiples frentes: desde la campaña single player hasta los distintos modos de cooperación y confrontación. El juego, ya disponible en PlayStation 5, PC y Xbox Series X|S, habría superado los 400 millones de dólares de presupuesto, convirtiéndose en uno de los más caros de la historia. Y, sin embargo, apenas empieza la campaña, la promesa del regreso a los orígenes se desvanece como una granada arrojada al vacío.
Corre 2027 y el mundo está al borde del colapso: la OTAN se desintegra y una corporación privada, Pax Armata, aprovecha el vacío de poder para ofrecer "protección" a los países más poderosos. Tomamos el control de distintos miembros de un escuadrón de élite norteamericano que intenta frenar a la corpo después de un ataque injustificado en suelo estadounidense. Lo que sigue es el típico thriller ciber-militar con héroes de mandíbula cuadrada, frases patrióticas y poca autoconciencia. Nadie parece tener una vida psicológica más allá del uniforme, los integrantes del escuadrón podrían ser intercambiados unos por otros y no habría diferencia, los diálogos rozan la autoparodia ("No hay nadie con quien prefiera estar en esta pelea") y el esfuerzo bélico del guión está más bien puesto en esquivar cualquier comentario político. Es un juego de guerra que no quiere hablar sobre la guerra, como si transmitir un mensaje fuera peligroso para el negocio multimillonario que sostiene la franquicia. Así las cosas, Electronic Arts ya confirmó que Battlefield 6 es el estreno más grande de la saga, con más de 172 millones de partidas disputadas en su primer fin de semana y más de 7 millones de copias vendidas en sus primeros tres días.
Una alianza desintegrada, la privatización de la guerra, el futuro de la geopolítica –sobre todo en un momento sensible a nivel mundial– y todo lo que podría haber sido interesante de la campaña principal queda en la superficie. Pax Armata no es más que un enemigo genérico, sin ideología ni rostro, un espejo vacío donde Estados Unidos vuelve a reflejar su heroísmo. En cierta forma, se vuelve a comprobar la teoría del cineasta francés François Truffaut, que afirmaba que no existen las películas antiguerra. Tampoco los videojuegos: si bien decir que intenta transmitir un mensaje antibélico sería un exceso, es evidente que Battlefield 6 se suma a la lista de videojuegos que convierte a la guerra en un set piece de alta coreografía donde los misiles se mueven a cámara lenta y el presidente de los Estados Unidos es víctima de un ataque sorpresa en 4K.
La verdadera razón para jugarlo –es decir, para gastar 70 dólares en un Battlefield– está en el multijugador, el modo donde el juego recupera la gloria perdida. Los cuatro modos principales (Conquista, Irrupción, Asalto y Escalada) forman el corazón del nuevo Battlefield. Conquista sigue siendo el clásico indiscutible: dos equipos que luchan por controlar varios puntos del mapa en una guerra abierta, repleta de tanques, jets y helicópteros. Irrupción divide el terreno en sectores y propone un tire y afloje entre atacantes y defensores, donde la coordinación y el uso de vehículos pueden cambiar dramáticamente el curso del combate. Asalto eleva la tensión: exige plantar o desactivar explosivos en zonas específicas en una carrera contrarreloj de alta adrenalina. Y Escalada, el modo más nuevo, concentra todo el ADN de la saga en un campo de batalla que se reduce a cada minuto hasta terminar en un enfrentamiento final caótico, casi cinematográfico. Lo mejor: en modo rendimiento, todos los modos alcanzan los 80 FPS en PlayStation 5.
A diferencia de las críticas que recibió el último Call of Duty, estrenado en 2024, Battlefield 6 vuelve a apostar por la escala. En sus modos multijugador todo respira: hay espacio para moverse, para planear, para improvisar. Cada partida se siente como un ecosistema propio, con miles de piezas en movimiento y la sensación constante de que una milésima de segundo separa al jugador de la victoria o la catástrofe. Los escenarios (de Brooklyn al desierto de El Cairo) están diseñados con un nivel de detalle que roza lo obsesivo, al punto de que da lástima que la campaña no les haga justicia. Todo vibra, suena y se siente con precisión quirúrgica: el rugido de un tanque, la onda expansiva de una explosión, el eco de una bala perdida.
La otra gran diferencia con su competidor histórico está en la filosofía. Mientras Call of Duty multiplica sus micropagos hasta lo obsceno –skins, bundles, pases de temporada y todo un ecosistema de consumo–, Battlefield 6 mantiene una política más contenida: las armas, mapas y modos son accesibles para todos, y las microtransacciones se limitan a lo estético o lo opcional.
En suma, Battlefield 6 deja claro que la historia es lo de menos. Electronic Arts sabe que el verdadero valor no está en un guión sólido ni en un protagonista con densidad psicológica, sino en la experiencia compartida: en ese caos organizado que sólo cobra sentido cuando un grupo coordina para capturar un punto de control, arrastra a un compañero herido hasta una zona segura o pide apoyo aéreo en el momento exacto. Al final, todo se sostiene en la experiencia colectiva. Con amigos –o con el azar de buenos desconocidos–, cada victoria cobra sentido; en solitario, la épica del relato se diluye. Battlefield 6 lo asume sin culpa: la campaña es apenas una excusa, un accesorio del frenesí colectivo que se juega y se decide en segundos.