Arde brillante en los bosques de la noche es la última obra de Mariano Pensotti, en la que el autor y director recupera y lleva al extremo algunas de sus obsesiones. La revolución rusa, por ejemplo. “Vengo de una familia de izquierda. Mis viejos eran militantes en los 70. En varias de mis últimas obras aparecía levemente tematizada la historia de la izquierda argentina o algo en relación con la Unión Soviética. Cuando me di cuenta de que este año era el centenario de la revolución, dije ‘ésta es la mía’”, cuenta Pensotti a PáginaI12. Pero la primera aclaración que hay que hacer es que Arde brillante... no es exactamente una obra sobre la revolución, sino sobre sus “repercusiones específicas en el ahora”. 

Una segunda aclaración es que la revolución de 1917 no es el tema central del espectáculo. Y esto es porque, en el proceso de investigación, Pensotti se topó con los escritos de la revolucionaria y feminista soviética Alexandra Kollontai. “Fue una relevación leer su obra. Me llevó a conectarla con muchas de las cosas que vienen pasando en la Argentina en los últimos años, en que el feminismo ha cobrado una potencia y vitalidad que no tenía en años previos”, explica. “La revolución quedó en un lugar anecdótico y narrativo, y empezó a ganar más importancia la idea del rol de la mujer, del cuerpo, de cómo es modelado de determinada forma por el capitalismo. Y cómo la opresión hacia las mujeres es equiparable a la opresión de una clase por otra”.

Estrenada en enero en Berlín y por estos días presentada en el marco del FIBA (de jueves a domingos en el Teatro Sarmiento, Avenida Sarmiento 2715), Arde brillante... es “una creación colectiva”, en la que Pensotti ha trabajado con sus colaboradores habituales del grupo Marea: la escenógrafa Mariana Tirantte, el músico Diego Vainer, el iluminador Alejandro le Roux y la productora Florencia Wasser. Juntos conforman una compañía independiente que recibe apoyo de distintos festivales internacionales para la realización de sus espectáculos. En esta obra, a diferencia de otras anteriores, no destaca un gran dispositivo escénico, pero sí otra particularidad: tres lenguajes artísticos distintos. Marionetas, teatro y cine para contar “tres historias de mujeres contemporáneas cuyas vidas están atravesadas en mayor o menor medida por la Revolución Rusa”, resume el director.

El elenco lo conforman Susana Pampín, Laura López Moyano, Inés Efrón, Esteban Bigliardi y Patricio Aramburu. “Mis obras son muy de actuación. A veces resaltan los dispositivos, pero para mí es totalmente secundario”, se define Pensotti, después de contar que Arde brillante... es resultado de un proceso de dos años, de los cuales siete meses estuvieron dedicados a los ensayos. “Conté con tres actrices que, además de ser buenísimas en lo que hacen, tienen mucha capacidad de conceptualización. Incorporé sus opiniones y experiencias”, destaca. Por otro lado, escribió esta obra influido por el hecho de ser padre de “una joven hija” de 7 años. “Siempre necesito encontrar algo que me una mucho personalmente a las obras. El componente de ser padre me empezó a hacer pensar sobre cómo la sociedad construye una mujer, sobre los moldes predeterminados para determinadas cosas en relación a lo femenino. Experimentar esta problemática no desde un punto de vista teórico, sino desde uno afectivo, emocional, cercano, me motivó a hacer esta obra”, expresa.

–¿Cómo se hace para no bajar línea cuando se tiene una posición firme sobre cierto tema?

–Me interesaba que la obra no fuera neutral. Sabía que había dos peligros: por un lado, ser muy baja línea; por otro, ser distante, cínico y no dar ninguna opinión, que era peor. Prefería bajar línea a ser canchero, cool y posmoderno. Pero no me interesaba hacer un teatro político que se volviera de un “panfletarismo” burdo, sino una ficción donde los personajes hablaran de política, donde hubiera un conflicto político y que la obra no manejara un único discurso sino que produjera sus contradicciones. Fue muy importante cuando apareció la idea de los tres formatos, que tiene que ver con el cuerpo, tema central de la obra. El control de los cuerpos, sobre todo. Es una especie de matrioshka de historias dentro de historias. 

–¿Hubo otros motivos por los cuales se abocaron a trabajar en estos tres formatos?

–Decidí llevar al extremo obsesiones que estaban tímidas en otras obras. Trabajar sobre la revolución rusa fue una excusa para revolucionar la forma en que producimos teatro como grupo. Esta obra es muy diferente a las previas: no hay un dispositivo escenográfico grande ni un narrador omnisciente. Está protagonizada por tres mujeres, aparece una película. En otras obras yo usaba procedimientos cinematográficos. En esta, la idea fue contraria: “hagamos una película”. No un pequeño video, sino que una parte de la obra sea una película. Surgió leyendo sobre el arte de vanguardia en la revolución rusa. Descubrí que Einsestein antes que cineasta fue director de teatro y que su última obra terminaba con un corto. Cien años atrás. Fue el disparador. Y la película nos enfrentó al realismo que implica el cine. Porque en mis obras hay muchos eventos: los personajes dicen ‘vamos al carnaval en Paraguay’, y con un cambio de luces y dos plumas que caen del techo, ya están ahí. El teatro tiene esa flexibilidad, el cine no. Ellas van a las cataratas del Iguazú, y bueno, tenemos que ir a las cataratas del Iguazú. Ya no alcanzaba con que la luz se pusiera más azulada.

–Una constante en sus obras pareciera ser la conexión de las historias de los personajes con el contexto histórico.

–Lo fundamental de mis obras son las historias. Me veo como un narrador y son lo primero que aparece. Tengo cierta obsesión con contar historias que transcurren ahora, en el momento en que las obras se hacen. No hago obras que transcurran en los ’80, ’90 o en 1910. No escribo con el diario en la mano, pero me interesa que los personajes tengan vivencias atravesadas por lo social, lo político y lo económico.