En estos últimos días, la poesía “El beso”, de mi amada Susy Shock resonó mucho en mi cabeza.

Besarse en los rincones oscuros

Besarse frente al rostro del guarda

Besarse en la puerta de la Santa Catedral de todas las Canalladas

Besarse en la plaza de las Repúblicas

(o elegir especialmente aquellas donde todavía te matan por un sodomo y gomorro beso)

Besarse delante de la foto del niño que también fui

(y sentir que me nace un guiño para que siga, que no pare, que no interrumpa, porque le gusta ese beso).

(…)

¿Coincidimos en que hay pocas cosas tan hermosas, deseadas o esperadas como el primer beso? Recuerdo practicar frente al espejo, o con mi brazo fingiendo que era Nicolás, un compañero de colegio. Era nuevo en el cole y cuando lo vi en su primer día de clases, sentí que el tiempo se detenía. Me resultaba perfecto, hegemónico, su rostro masculino y aniñado, típico de los 14 o 15 años. Todo en él era maravilloso: su espalda y brazos enormes, sus dientes blancos como la nieve, su piel trigueña, sus ojos pardos enmarcados por cejas tupidas que los hacían resaltar como piedras preciosas, su mandíbula, que parecía tallada. El modo en que sonreía amplificaba todo. Si hubiera vivido en la era de Miguel Ángel, estoy segura de que le habría hecho una estatua.

El flechazo fue instantáneo, nunca había experimentado algo así. Amor a primera vista. Se volvió parte de mi mundo y todo el día pensaba en él. Le escribía poemas que luego rompía, pintaba nuestras iniciales por todos lados y soñaba con besarnos como lo hacían mis heroínas de novelas. Imaginaba nuestra boda: yo con vestido blanco, por supuesto. Soñaba en volver, como la vengadora que regresaba transformada en otra persona para vengarse, pero yo no quería venganza: solo deseaba que él se enamorase de mí, sentir sus labios húmedos junto a los míos.

Cuando creía que mi fantasía se podía volver realidad, reaccionaba: todo era un sueño. ¿Cómo podía pretender que algo así fuera a suceder? ¡Estaba loca! Eran los años 90, eso no pasaba en nuestra adolescencia; los homosexuales solo podían esperar bullying. Las demostraciones de amor solo eran permitidas para los privilegiados, los normales, para la gente de bien, las personas cis. Ellas sí podían tener o expresar su amor sin miedo a ser lastimadxs o agredidxs y en absoluta libertad. ¡Y lo hacían! En el edificio de secundaria, no había lugar en el que no se besaran. ¿Hay algo más hermoso que besarse en la adolescencia? Podías pasar horas en la misma posición, esa mezcla de inocencia y despertar sexual. Nicolás enseguida se puso de novio y era habitual verlo besarse en todos los rincones. Uno de mis lugares favoritos era el patio del colegio, junto al mástil, con la bandera flameando, como si esa postal le diera un marco de legalidad a ese mundo cis en el que nosotres solo éramos espectadores: no merecíamos ser besades, amades o deseades.

Pero un día algo cambió. Tropezamos en un pasillo y nada fue igual. Nos miramos diferente, sentí que nuestras miradas se congregaron, que había visto su alma. Fue un instante eterno, incómodo y erótico, todo al mismo tiempo. El corazón me latía como si se me fuera a escapar del pecho. Los nervios me llevaron al baño y me encerré en el último cubículo. ¿Es mi cabeza o esto pasó realmente? Sentí pánico, vergüenza. No quería que se burlaran de mí.

Cuando lo cruzaba me ponía roja, trataba de evitarlo. Él actuaba igual que siempre. Quizás había sido fruto de mi imaginación, me explicaba a mí misma. Todo siguió su curso habitual hasta que un día cuando salíamos del colegio, me habló: “Hoy juego al fútbol en el club, ¿te gustaría venir a verme?”. Fui, y desde ese momento nos volvimos inseparables. Iba a su casa casi todos los días, hacíamos la tarea y mirábamos la televisión. Nos reíamos a carcajadas, nos mirábamos hasta quedarnos en silencio. Había incomodidad, pero ninguno daba el primer paso. Esto sucedió por varios meses. Tenía miedo, nunca habíamos hablado del momento incómodo del pasillo y no quería arruinar lo que estábamos viviendo. Me preguntaba constantemente si todo era fruto de mi fantasía, y no sabía qué pensar. Estar cerca de él para mí era suficiente. ¡Qué fuerte esta frase! Era tan evidente la homofobia y cómo estaba instalada y naturalizada, que nos hicieron creer que no merecíamos ser amades.

Un sábado estaba en su casa mirando una película. Sus padres se habían ido a un casamiento y estábamos solos. La luz del televisor era tenue. Daban Tacones lejanos. Recuerdo estar muy juntxs en el sillón, tanto que nuestros cuerpos se tocaban. Las manos se buscaban tímidamente, en la seguridad de su living. Con Luz Casal de fondo, nos miramos y nos besamos como si no hubiera mañana. No había pupitres, ni compañeres, ni mástil, ni bandera. No había testigos de ese beso, solo él y yo. Esa noche desaparecieron los prejuicios, los miedos: éramos dos adolescentes viviendo el amor en libertad.

Ese fue nuestro secreto. De día nos volvimos dos desconocidxs y de noche, nos confesábamos nuestro amor. Me parecía muy injusta la vida: ¿por qué no podíamos besarnos como lo hacían los demás adolescentes? ¿Por qué no teníamos permitido andar tomados de la mano? ¿Por qué no podíamos contarle al mundo que nos amábamos? ¿Por qué no podía llorar cuando nos peleábamos? ¿Qué había de distinto en nuestros besos? ¿Solo porque éramos personas del mismo sexo?

Hace unos días, repercutieron en varios medios las “explicaciones” ofrecidas al periodista Luis Novaresio por Carlos Rodríguez, el economista y jefe del Consejo de Asesores Económicos de La Libertad Avanza, sobre su “problema” con los gays: “No me gusta, ustedes tienen que entender que es la testosterona. Hay un problema hormonal, que si yo veo dos mujeres besándose me encanta, si yo veo dos hombres besándose me duele la barriga.”. No es casual que este señor haga público un pensamiento como este hoy; quizás unas semanas atrás lo hubiera evitado o lo dejaba para la intimidad. Estamos frente a un nuevo peligro de esta nueva era que enfrenta la Argentina: la propagación de un pensamiento homofóbico naturalizado, que va a comenzar a florecer disfrazado de opinión personal.

Cuando se dice que con ideología de género y con ESI intentamos manipular e implantar doctrinas y gustos sexuales me pregunto: ¿acaso no es ideológico excluir a las disidencias? Quienes se creen los dueños del mundo y los derechos nos dicen: se pueden casar, pero no se besen en público. Las demostraciones de cariño las guardan para ofrecérselas a las cuatro paredes de la intimidad.

Deseo que ninguna infancia o adolescencia se sienta que no merece un amor o ser amada y besada en libertad. Con Nicolas viví una hermosa historia de amor clandestina.

Podrán expresarse representantes de cuanto quieran, de las derechas más extremas, de las causas antiderechos que se imaginen para intentar detener algo que va a ser inevitable. No sé cuándo y no creo que vaya a estar viva para verlo, solo sé qué va a ocurrir como mi beso con Nicolás: nada lo pudo evitar.

Besarse sabiendo que nuestras salivas arrastran besos denegados/

opacados/ apagados/mutilados/hambrientos/que no son solo los nuestros

Que tus labios y los míos mientras rajan la tierra la construyen

y hay una historia de besos que el espanto no ha dejado ser

y que por eso beso.

Lxs beso, me besás, besaremos.

Gracias, Susy.