Este Día de la Raza fue más que nunca de esa idea de la llegada de los conquistadores y la Raza, de lo colonizado y reprimido, incluso de lo desaparecido. La conquista no fue como otras, de cooptación de las culturas conquistadas, sino que sentó la cultura de la desaparición de lo diferente y antagonizado. Fue desaparecer a las culturas derrotadas por ese Occidente avasallador, choque de civilizaciones y exterminio, anticipándose a Samuel Huntington, dándole letra. Por lo menos así fue en esta parte de Latinoamérica. Pero en estas décadas de democracia, lo que estaba desaparecido e invisibilizado, empezó a resurgir como conflicto, está en los trasfondos del escenario con viejos reclamos que implican nuevas conciencias, miradas que ahora pueden recuperar lo que se quiso desaparecer. En poco menos de dos años, el gobierno de Mauricio Macri puede exhibir dos galardones que antes describieron lo peor: presos políticos y desaparición forzada.   

Día de la Raza con presos políticos y un desaparecido, porque esta vez las dos situaciones son emergentes de conflictos relacionados con pueblos originarios que se encarnan en la misma sociedad que mantuvo a lo largo de los siglos la práctica de ocultar lo que sobrevivió a la desaparición. Milagro Salas y sus compañeras de la Tupac Amaru prisioneras en Jujuy. Su contraparte es la libertad de Carlos Blaquier, acusado de complicidad en la Noche de los Apagones en su feudo de Ledesma o Libertador General San Martín, o la exoneración en Salta del empresario Marcos Levín, que había sido condenado por el secuestro y las torturas a trabajadores de sus empresas durante la dictadura.

La misma justicia condena pueblo y trabajador y exonera oligarcas y empresarios. La soledad del amplio espacio donde los pobladores del “Cantry” que construyó la Túpac festejaban el Inti Raymi representa el desamparo de sus constructores. La destrucción inusitada de las fábricas bloqueras de la Túpac, de la inmensa pileta de natación del barrio popular, de las salas de salud, de la casa de rehabilitación para jóvenes con adicciones y la expropiación de las escuelas que antes eran cooperativas donde se estudiaban además de las materias obligatorias, otras como historia del movimiento obrero y de los pueblos originarios y una que se llamaba “Autoestima”, todo ese ensañamiento aparentemente sin sentido, representa la herencia desaparecedora de los antiguos conquistadores.

Santiago Maldonado es un joven blanco. No es pueblo originario. Pero estaba acompañando a la comunidad mapuche en el reclamo de sus tierras ancestrales cuando desapareció en el marco de la represión a esa protesta por parte de Gendarmería. Representa a la nueva sociedad real que se ha formado en ese entramado de mixturas e independencias, de mutuas influencias interferidas por el impulso conquistador de los grupos económicos dominantes, siempre animados, como sus antiguos antecesores, por el afán de saqueo disfrazado de negocio y civilidad.

Es una sociedad donde pugnan siempre dos modelos: el que establecen los pueblos sobre la base de la convivencia y el trato del igual con el igual y el modelo del saqueo que bestializa al adversario, lo presenta como el estereotipo del ignorante y del atraso. En los dos modelos se presenta el conflicto, como en cualquier conjunto humano. Pero se diferencian en la forma de resolverlo. O se parte del respeto a los derechos que están en juego, desde materiales hasta simbólicos o culturales, a veces cruzados, a veces coincidentes. O desde la ley de la fuerza, que siempre favorece a los poderosos. Las tierras que reclama la comunidad mapuche están en la inmensa estancia de Benetton y hay otras en la estancia de John Lewis. Benetton y John Lewis son el equivalente en el Sur, de Blaquier y Levin en el Norte. Milagro Sala y sus compañeras presas se hermanan con los mapuches y Santiago Maldonado. Así es este 12 de octubre de 2017.

Cada uno de los conflictos que se plantean tiene su particularidad, pero el primer paso es el reconocimiento de los pueblos originarios como sujetos de derecho. La reforma Constitucional de 1994 declara en el artículo 75 inciso 17, de la Constitución: “Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible, ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afectan. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones.”  

Pero la palabra escrita requiere una fuerte voluntad política para ser aplicada o, al menos, para no evitar que se aplique lo opuesto a lo escrito. Paradójicamente, la reforma constitucional que agregó ese texto es de 1994. Y fue entre 1991 y 1997 que Benetton compró las 900 mil hectáreas que posee en el sur y por las cuales pagó sólo 50 millones de dólares. En tierras de la estancia Leleque, una de las siete que integran las posesiones del empresario italiano, se encuentra la comunidad mapuche de Cushamen en disputa. Paradójicamente, en esa estancia Benetton instaló un museo con piezas arqueológicas de los pueblos originarios, algunas con 13 mil años de antigüedad. Ni siquiera necesitan más pruebas que las de ese museo.

Esta norma agudizó los conflictos y desalojos por lo que en 2006 se emitió la ley 26160 que prohibió los desalojos y planteó la realización de un relevamiento de las tierras que ocupan las comunidades. La ley fue prorrogada en 2009 y 2013, pero hasta ahora solamente fue relevada la mitad de las 1500 comunidades registradas. Las herramientas legales figuran en el padrón pero dependen de la decisión del poder político de confrontar con los intereses económicos que plantea su aplicación. Como no se puede desconocer la letra de la Constitución, la opción es difamar a las comunidades para justificar el atropello de sus derechos.

La historia, la identidad, el propio pasado y los afluentes de un acerbo cultural que constituyen el integrador de la Nación, reclaman ese reconocimiento a los pueblos originarios, quizás incluso como un cuerpo pluricultural, como se define la nueva Bolivia de Evo Morales. El sustrato ideológico del gobierno de Mauricio Macri tiene un conflicto básico con esos conceptos. Rodolfo Walsh dice que “las clases dominantes han tratado siempre de que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.” Hay una intención manifiesta de empezar de la nada, de borrar la historia”.

En el coloquio de IDEA que se realizó en Mar del Plata esta semana, el jefe de Gabinete, Marcos Peña se vanaglorió de haber sacado la efigie de los próceres de los billetes y haberlos cambiado por animales. “Es una cosa chiquita, pero de las más lindas que hemos hecho, es que por primera vez tenemos seres vivos en los billetes –se regocijó–, dejamos a la muerte tranquila, a un costado”. Como es el pasado, la historia está llena de muertos, se la puede dejar a un lado como otra de “las cosas lindas” que están haciendo. No lo van a decir así, pero eso es lo que se entrevió claramente en las referencias a los nuevos billetes: una sinhistoria que deja inermes a los pueblos y entroniza a los Blaquier, los Benetton o los Lewis.

Eliminar la historia, eliminar al adversario, es la fantasía de la desaparición y la filosofía de la conquista. Está en el pensamiento codicioso, en la tentación del poder más autoritario. Y como fantasía se revela también en esa frase con la que los medios oficialistas se engolosinan cuando se la asignan a Mauricio Macri. Es sobre la lista de 562 argentinos a los que “si se los mandara en un cohete a la luna cambiarían tanto las cosas”. Hay una diferencia grande, los militares lo hicieron con sus vuelos de la muerte. En el caso de Macri es nada más que una fantasía.

Pero esa fantasía de Macri es como la reflexión de Peña sobre los billetes. Es el desarrollo de un pensamiento de poder, autoritario, no democrático, que en este escenario confronta con la esencia de la historia y lo resuelve con presos políticos como Milagro Sala y sus compañeras y con la desaparición forzada de Santiago Maldonado durante la represión a los mapuches.