Maestro 8 puntos

Dirección: Bradley Cooper.

Guion: Bradley Cooper y Josh Singer.

Fotografía: Matthew Libatique.

Música: Leonard Bernstein.

Intérpretes: Bradley Cooper, Carey Mulligan, Matt Bomer, Maya Hawke, Sarah Silverman, Sam Nivola, Alexa Swinton.

Duración: 129 minutos.

Estreno: en salas únicamente (en Netflix a partir del 20 de diciembre)

Hacia el final de Tár, esa estrella caída del firmamento musical que interpreta  Cate Blanchett vuelve a la casa de su infancia en los suburbios de Nueva York, rebusca entre los viejos recuerdos que todavía guarda en su cuarto y vuelve a ver, como si fuera la primera vez, una cinta en VHS con uno de los “Conciertos para jóvenes” con los que un magnético Leonard Bernstein hacía –para la gran audiencia de la televisión- que la música clásica rejuveneciera en sus manos y fuera accesible para todos. Aunque Maestro, la nueva película como director y protagonista de Bradley Cooper, casi no alude a esa faceta de Bernstein, es sin embargo ese espíritu proteico de Bernstein el que pone en escena: su talento innato como compositor, su histrionismo como director de orquesta, su energía inagotable, y también, por qué no, su narcisismo y su dandismo.

Maestro, sin embargo, no es solamente una película sobre Bernstein (interpretado por el propio Cooper) sino también sobre Felicia Montealegre (Carey Mulligan), el gran amor de su vida, como él mismo lo reconoce en la escena inicial, cuando en el final de sus días, sumido en la introspección del piano y sin soltar jamás el cigarrillo -hacía décadas que no se fumaba tanto en una película de Hollywood, quizás desde que murió Bette Davis- la recuerda como quien no pudo haber siquiera existido sin ella.

A partir de ese prólogo, la pantalla ancha se vuelve casi cuadrada, del color se pasa al blanco y negro y -en la mejor tradición del cine clásico- la película toda se convertirá en un enorme flashback que dará cuenta no sólo de los sucesivos, incontables triunfos de “Lenny” sino también de esa historia de amor no exenta de turbulencias, propias de un personaje que parece haber sido un pionero de lo que hoy se llama poliamor. “Amo tanto a la gente que me cuesta estar solo”, será su explicación para compartir su días y sus noches con hombres y mujeres por igual.

Es que Maestro está concebida en el linaje de los melodramas de Hollywood en un sentido lato: es un drama con música, como lo era Humoresque (1946), por ejemplo, donde la mundana Joan Crawford no podía dejar de enamorarse de ese violinista arrabalero que componía John Garfield. Ya en su primera película como director y protagonista, Bradley Cooper había abrazado ese género, en tanto Nace una estrella (2018) volvía sobre una historia que Hollywood había trajinado en cuatro versiones anteriores. Y aquí –con la complicidad de Steven Spielberg y Martin Scorsese como coproductores- lo retoma aprovechando la personalidad de un músico de una versatilidad excepcional (Bernstein compuso para el teatro, el cine y las salas de concierto) que además, como director de orquesta, fue un emblema de la más sofisticada cultura neoyorquina.

Así empieza justamente ese enorme flashback que es Maestro, con la legendaria llamada telefónica del 14 de noviembre de 1944, cuando desde la Orquesta Filarmónica de Nueva York le piden a Lenny (de apenas 26 años) que reemplace de urgencia, esa misma noche, sin ensayo previo, a Bruno Walter, que había caído enfermo. A la mañana siguiente, Bernstein ya era una estrella. Y es ese vértigo el que le impone Cooper como director a su película, donde va saltando de una situación a otra a la manera de una comedia musical, muchas veces dentro de un mismo plano secuencia, trucas de por medio.

A ese dominio de las elipsis, Cooper le suma la habilidad de utilizar la música compuesta por Bernstein (como algunos de los más famosos pasajes de West Side Story) en escenas que no se corresponden necesariamente con la representación de sus comedias musicales. Salvo en el caso de Fancy Free (luego convertida en On the Town), un número en el que el actor y director también se permite cantar y bailar, lo que de por sí le asegura a Maestro –y a su productora Netflix- un rosario de candidaturas al Oscar, desde las principales hasta maquillaje, en tanto Cooper interpreta espléndidamente a su personaje durante casi medio siglo. Otra fija para competir por la estatuilla es Carey Mulligan, estupenda como Felicia, una mujer opacada por el brío y el carácter de Bernstein, pero que sin embargo no deja de amarlo de modo incondicional, lo que expresa también el espíritu de su época.

Ese extraño lazo entre ambos no tiene mejor expresión en Maestro que en la larga escena en la que Bernstein dirige apasionadamente la Segunda Sinfonía de Mahler en la catedral de Ely, en Inglaterra (un concierto de 1973 del que hay registro en video). Después de su imponente final, la cámara se vuelve hacia el rostro encandilado de Felicia, que observa conmovida a su Lenny desde la secreta discreción del transepto, en las bambalinas. Esa escena, como tantas otras en Maestro, representa la matriz narrativa de Hollywood en estado puro.