Cito nombres, escribo fechas. La escena emblema que la memoria multiplica ocurrió el jueves 8 de marzo de 1984 frente al Congreso. Aquel día, tres meses después de que Raúl Alfonsín asumiera la presidencia después de más siete años de dictadura, cientos de mujeres se reunieron para conmemorar el primer Día Internacional de la Mujer en democracia. 

La plaza sedienta deseaba reunirlas. Estuvieron quienes pusieron el cuerpo durante la represión, la muerte, la desaparición forzada y el miedo y estuvieron también quienes se animaron ¿por primera vez? a salir a la calle con la euforia de esos días. Algunas de las fotos que ilustran y reaniman la memoria de nuestra historia feminista de los años ochenta las sacó Mónica Hasenberg: “Me paré en las escalinatas del monumento de los dos Congresos que no estaba vallado aún y me puse a llorar. Había poca gente cuando llegué pensando en lo que ahora estamos acostumbrades pero para el momento era una cantidad muy significativa pensando desde donde veníamos. Para entender los hechos tienen que pasar muchos años.” (Mónica Hasenberg, 2020) y dan cuenta a través de los carteles que flameaban poderosos sostenidos por los brazos de aquellas mujeres las demandas urgentes del feminismo

Las mujeres no solo ponían el poder de sus cuerpos en la calle también ponían el poder de las palabras: “El placer es revolucionario”, “Violación es tortura”, “No queremos abortar, pero tampoco queremos morir de aborto”, “Machismo es fascismo”, “Mi cuerpo es mío”, “Nosotras parimos, nosotras decidimos”, “Despenalizar el aborto”, “Maternidad libre y consciente”, “Basta de falocracia, reivindiquemos el clítoris”. La escena emblema recupera otra foto, la foto en la que María Elena Oddone (la señora de barrio norte que se hizo amiga de Perlongher, la que fundó en 1972 del Movimiento de Liberación Feminista (MLF) y en 1974 la revista Persona) sube las escaleras en solitario a espaldas de las mujeres manifestantes y levanta un cartel revolucionario: “No a la maternidad, sí al placer” ganando notoriedad pública y al mismo tiempo un rechazo definitivo entre algunas feministas que consideraron que su acción era “una expresión de vedetismo innecesario”. 

Aquella exhibición de Oddone no fue la única fricción; un año después escribió un texto contra las Madres de Plaza de Mayo y fue declarada persona no grata en una asamblea de Lugar de Mujer. Vuelvo a pensar en aquellos días y pienso en el colectivo, en la comunidad que es siempre la que rompe la quietud cómplice y mueve lo que hay que mover. Nombrar solo un nombre, a María Elena Oddone en ese caso, es nombrar a una precursora que volanteaba en plena censura y a una activista que no entendió todas las revoluciones. Nombrar a Oddone es no quedarse quieta, es afectar y astillar para seguir preguntando, para seguir escuchando, para seguir discutiendo. 

El 24 de septiembre de 1985 se consiguió la aprobación de la Ley 23.264 de patria potestad compartida. Hoy, esa potestad se llama responsabilidad parental y fue un logro de los movimientos feministas

Aparición con vida: una exigencia de los feminismos

Un año después de aquella manifestación de marzo otras mujeres y las mismas llegaron al Congreso para exigir que una de sus demandas urgentes se convirtiera en ley: “¿Hasta cuándo las madres argentinas debemos esperar para ser iguales ante la ley?”. Esa demanda clamaba que la patria potestad volviera a ser compartida (la de 1949 la abolió la dictadura militar de 1955 y después la vetó Isabelita en 1975. Desde la aprobación del nuevo Código Civil en el año 2014 ya no se habla de patria potestad sino de responsabilidad parental). No tener patria potestad compartida en los años ochenta no era solo pensar en tener que pedirles permiso a los padres varones para el detalle más trivial que una madre sabía resolver sino entender que miles de mujeres con maridos desaparecidos tuvieron que pedir que se los declarara judicialmente ausentes con presunción de fallecimiento mientras no había otra oración que saliera de sus bocas que no fuera: aparición con vida

En 1985, unos días antes de que terminara el período ordinario de sesiones, un grupo de mujeres autoconvocadas (no existían las redes sociales y era escaso el apoyo de los medios de comunicación) hizo guardia unas horas frente al Congreso mientras adentro se trataba la ley. Con los nombres propios imprescindibles de las mujeres que estuvieron ahí y que las reseñas históricas olvidan y sin los posteos eficaces que los exhiban, los testimonios de las famosas Graciela Dufau: “me interesa que no se dilate más, esto tiene que salir, no es la ley ideal que las mujeres creemos y necesitamos,(…) los hombres no van a perder van a compartir (…) soy madre y padre y esto tiene que tener un valor para la sociedad, lo necesitamos nosotras y lo necesitan nuestro hijos” , 

María Luisa Bemberg: “Yo diría que es como una indiferencia, parecería que los problemas de las mujeres no son demasiado importantes y que siempre hay un tema más imperativo para tratar que los nuestros (…) me parece que esta manifestación muy chica, debo decir que me deprime ver el poco apoyo de la mayoría de las mujeres en torno a un tema que las concierne directamente y que después serán las primeras en agradecer el día que la patria potestad sea compartida indistintamente” y Mona Moncalvillo: “estoy absolutamente convencida que este tema ya sale”, reflotan aquel poder de cámara encendida en el archivo que supimos conseguir ¿conservar? 

Dos años después de la sanción de la ley de patria potestad compartida y después de veinte proyectos de ley se aprobó otra de las demandas urgentes. El 8 de junio de 1987 después de que la Iglesia con su caridad cristiana caminara a Luján para impedirla, la Ley 23.515 de divorcio vincular fue sancionada. En 1987 estar separada o separado y vivir con una persona con la que no se estaba legalmente casada o casado era vivir en adulterio, un delito. ¿Y lo hijes? La ley negaba a la sociedad en la que vivía y sostenía encrucijadas de 1888. ¿Volvemos a pensar en las calles tomadas por las mujeres en beneficio de todes? Sí. ¿Volvemos a citar artículos que se publicaron y a las mujeres que los escribieron? Sí. ¿Volvemos a pensar en las mujeres que no escribieron ningún artículo y no aparecieron en ningún programa de televisión ni en ninguna revista y lucharon para que esas leyes fueran sancionadas? Sí. Lo glorioso de una lista con nombres propios no son los nombres. Lo glorioso de esa lista es la decisión comunitaria de resistir a los diciplinamientos y eso siempre lo hace una humusidad (para citar a Donna Haraway), lo hace un verbo en plural.