Con el encendido de la octava vela, el jueves pasado terminó la celebración judía de Jánuca. Es una celebración que conmemora de la revuelta de los macabeos contra el imperio griego de los seléucidas. Los macabeos fueron un grupo judío que se rebeló contra su opresor, que quería prohibir la práctica religiosa judía con el fin imponer el helenismo hasta en el Templo de Jerusalén, el lugar en el que nació la religión judía y que hoy conserva su centralidad espiritual en el lugar de sus restos, conocido como el Kotel o Muro de los Lamentos.

Los macabeos lograron imponerse a ese imperialismo muy poderoso y recuperaron la santidad del Templo. Al rejudaizar ese lugar sagrado, encendieron la menorá, el candelabro judío de siete velas. Al hacerlo, se dieron cuenta de que el aceite con el que contaban no sería suficiente para mantener a la menorá encendida durante mucho tiempo. Estimaban que alcanzaría, a lo sumo, para una noche. Y sin embargo, de nuevo contra todos los pronósticos, el aceite alcanzó para ocho noches. De esto hablamos cuando nos referimos al milagro de Jánuca.

Por eso, la costumbre es que en estos días se encienda una vela por noche, no ya en una menorá de siete velas sino en una januquiá de nueve: una por cada noche del milagro y otra para encender al resto. Se la llama “la fiesta de las luces”, porque una interpretación más contemporánea hace referencia a la contraposición de la luz con la oscuridad.

En los cuentos de Isaac Bashevis Singer, el escritor judío polaco que escribía en idish y emigró a Estados Unidos, Jánuca es una ocasión en la que lo imprevisible se abre paso, en la que los pobres pueden tener una buena cena, en la que los milagros suceden y hay espacio para que se produzca una instancia de fraternidad.

Llama la atención (y enciende alarmas) la sobreactuación que hizo durante Jánuca el presidente Javier Milei. La noche antes de asumir la presidencia, asistió a la ceremonia de encendido de la tercera vela. Lo hizo junto a familiares de argentinos-israelíes secuestrados por Hamas y el ministro de Exteriores israelí, Eli Cohen, quien hizo un juego de palabras entre el nombre Javier y la palabra hebrea חבר (javér), que significa amigo. En el tramo final de su discurso de asunción, Milei dijo que no era casualidad que le tocara asumir el poder durante Jánuca, y volvió a citar la frase descontextualida del libro de los Macabeos, esa acerca de que no importa la cantidad de los batallantes sino contar con la fuerza del cielo. Su rabino de cabecera, Axel Wahnish, que será el próximo embajador en Israel, repitió ese mismo pasaje durante su discurso en la ceremonia interreligiosa que se hizo en la Catedral. Esta lectura ahistórica de Jánuca plantea que la lucha se trató de unos pocos contra unos muchos y olvida, deliberadamente, que esos pocos eran en todo caso oprimidos por el imperio de turno. Jánuca no es la lucha de una elite sino, precisamente, la de un grupo de desposeídos que se cansó de dejarse pisotear.

El uso político que hace Milei del judaísmo en general y de Jánuca en particular llegó a su pico máximo el martes pasado. En el acto de encendido de la sexta vela organizado por el grupo ortodoxo Jabad, minoritario dentro de Argentina, Israel y Estados Unidos, pero con mucho peso en el empresariado y las finanzas, Milei subió al escenario. Comparó su triunfo con la gesta de Jánuca y dijo que lo que se viene es una discusión sobre asuntos morales, en los que él se pone, sin pudor alguno, del lado “del bien”.

Milei asistió a este acto del judaísmo ortodoxo horas después de que su ministro de Economía, Luis Caputo, delineara las primeras medidas de lo que será el ajuste más feroz del que se tenga registro en democracia. Somos muchos los judíos y judías argentinas que vemos con horror y preocupación que el establishment de la comunidad reciba con los brazos abiertos y hasta con júbilo este súbito interés del presidente Milei por los textos judíos. Textos judíos que, vale aclarar, hablan desde la Antigüedad de valores como la tzedaká, la justicia social y la ayuda a los más necesitados. Deben ser versículos que Milei no leyó o descartó por considerarlos de poca importancia. Pero existen y pertenecen a una larga lista de luchas por derechos civiles, económicos y políticos que muchos judíos han encarado en todo el mundo. Hacer de cuenta que esas gestas no existen y reducir lo judío a la lectura forzada que hace Milei es, por lo menos, deshonesto.

En el judaísmo religioso hay al menos tres grandes variantes: la ya mencionada ortodoxa, la masortí o conservadora y la reformista, que a grandes rasgos podemos identificar como la más progresista. La mayoría de la comunidad judía argentina, estimada en alrededor de 200.000 personas y la más grande de América Latina, se asocia con las ramas masortí o reformista. Y la mayoría no está afiliada a ninguna comunidad judía formal, por lo que cada vez hace más ruido que instituciones cooptadas por la derecha, religiosa en un caso como la AMIA, y política, en el caso de la DAIA, pretendan hablar en nombre de “toda la comunidad”.

Hay muchas personas que no distinguen entre las diferentes ramas del judaísmo, y el entusiasmo del establishment ortodoxo con Milei puede llevar a pensar a mucha gente que, efectivamente, todos los judíos apoyamos a este gobierno. Nada más lejos de la realidad. Y, sin embargo, la asociación Milei-judíos ya está cobrando fuerza en círculos nacionalistas de derecha en redes sociales. Y somos muchos los que tenemos miedo de que la profundización del ajuste redunde en ataques contra instituciones y personas judías, acusadas de ser cómplices de este saqueo contra el pueblo argentino.

Gran parte de los mitos antisemitas tuvieron que ver, a lo largo de la historia, con esta idea fantasiosa de que existe una confabulación judía “para controlar el mundo” en desmedro de los que no pertenecen a esta comunidad. Estos mitos se tratan, como advierte Jacques Attali en su libro sobre la historia económica del pueblo judío, de fantasías “que atravesaron todos los siglos, de Trajano a Constantino, de Mateo a Lutero, de Marlowe a Voltaire, de los Protocolos de los sabios de Sión a Mein Kampf, hasta el acervo anónimo presente en Internet”.

Jánuca es una fiesta de la esperanza, una fiesta de un grupo de personas que lograron mantener su fe, su identidad y su supervivencia ante la amenaza de un imperio poderoso que quería pasarlos por encima. En Jánuca, el milagro hizo que un poquito de aceite alcanzara para mantener encendida la menorá del Templo durante ocho noches. En la Jánuca de 2023, el milagro va a pasar por hacer que un sueldo alcance más allá del octavo día de cada mes.

Que la luz se imponga por sobre la oscuridad va a depender, entre otras cosas, de la capacidad de movilización del pueblo argentino y de que un número suficiente de judíos y judías insista en pedirle a Milei que deje de hablar en nuestro nombre porque su discurso no representa ni nuestras tradiciones, ni nuestras creencias, ni nuestra manera de entender el mundo.