Las Fiestas son de por sí tiempos de movilización afectiva, algunos celebran el encuentro familiar, con amigos/as; otres padecen fuertemente estos encuentros, o incrementan sus expectativas intentando consagrar una "gran noche festiva".

Cada año se vuelve a escuchar clínicamente en los pacientes dicha movilización. Sin embargo, hay contextos que profundizan y agudizan el mundo afectivo de cada quien (tanto en lo individual como en lo colectivo).

Así como en pandemia nos preguntábamos "¿cuál es mi fiesta en estas fiestas?", tres años después podemos relanzar la pregunta.

El discurso del "No hay plata" y los más de 300 ítems del DNU del presidente actual tiene como correlato un afecto que no engaña: la angustia.

“La angustia es el único afecto que no engaña”, así dice Lacan en el Seminario 10. Los demás afectos pueden ser engañosos, no tener un "enlace" a una representación, que anden "desarrumados, como un loco", dice el autor.

¿Con qué podemos ilusionarnos para el próximo año? ¿Con incrementar los gastos del costo de vida? ¿Con sentirnos vulnerables frente a discursos de odio y amenazantes? Esta no posibilidad de ilusionarnos a proyectar cuestiones o escenarios que nos traigan calma y armonía comportan efectos en los sujetos ya que, si bien las ilusiones están destinadas a estrolarse (parafraseando a Freud), necesitamos de ellas para enamorarnos de las distintas "zanahorias" que vayamos a buscar en el camino que vamos trazando orientados por nuestros deseos.

La ilusión tiene una importancia fundamental para el aparato psíquico. ¿Qué sería del amor si no contase con aquella ilusión primera? Posteriormente es que vendrá la desilusión para acercarnos a una segunda instancia: la desilusión, la caída de aquello con lo que nos habíamos ilusionado.

Pero si el punto de partida es la desilusión y la ilusión pasa a ser una promesa a posteriori se invierte una forma muy humana de supervivencia: es allí donde la primera respuesta del sujeto es la angustia. Y la angustia muchas veces no tiene nombre, se la siente en el cuerpo, sobreviene sin pedir permiso y toma distintas formas según la historia de cada quien.

A esta manera invertida que se presenta en lo social (primero desilusionarse y luego una "promesa" de que "vamos a estar mejor) se suma la incertidumbre.

La incertidumbre es un estado afectivo distinto a lo que se denomina como lo incierto. Según el diccionario, la incertidumbre es “falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, especialmente cuando crea inquietud”. Nos remite a una falta de seguridad que genera “inquietud”, de esta manera estamos hablando de algún tipo de estado ansioso, a veces ligado con la desesperación, el desborde, confluyendo en estados muy potentes para sujetos que quedan prendidos en los rodeos del Otro. En cambio, lo incierto se diferencia de la incertidumbre haciendo de ella casi un sinsentido. Quiero decir, lo incierto ya es definido como lo impreciso, lo que no tiene “la posta”. Nadie podría decir que sabe a ciencia cierta sobre algo tan contundente como la existencia, el ser, el amor, el deseo, etcétera porque la definición por excelencia de estas palabras es incierta. Hay un film de Woody Allen que se llama Melinda and Melinda y sobre el final de la película, uno de los actores dice que la vida termina, con electrocardiograma o sin electrocardiograma, de un instante a otro, chau. Ese chau es representado por un chasquido de dedos y la pantalla en negro (González, 2021; p. 10).

Transitamos las Fiestas con una propuesta en lo político-económico-social que tiene dos ítems fundamentales: desilusión e incertidumbre. ¿Alguien podría además sumarle a eso la exigencia de “festejar”, de no sentir angustia, etcétera?

Asímismo, podemos relanzar aquella pregunta que nos hicimos en las fiestas en pandemia, ¿cuál es mi fiesta en estas Fiestas? Seguramente haya alguna “cosita” por ahí que genere la chispa de al menos levantar una copa, con otres o en soledad y reversionar las cosas que nos propone el gobierno de turno, volver a preguntarnos por nuestras propias ilusiones y apostar una vez más a la potencia de esos afectos que resuenan en el cuerpo con instantes de alegría.

Florencia González es psicoanalista. Autora de “Lo incierto” (Ed. Paco, 2021).