Imágenes paganas

Ningún pesebre catalán está completo sin su caganer. Se trata de una figura típica de la imagen navideña catalana que se caracteriza por su atrevida posición en el pesebre. Es decir, se trata de una pequeña estatuita que satisface sus necesidades fisiológicas y que, como regla general, debe estar escondida, apenas visible, entre José, María, el niño Jesús y los Reyes Magos. Así, de querusa, este personaje con el traste al aire, es imprescindible: se dice que no ponerlo trae desventura al hogar, pues sus heces fertilizan la tierra y traen suerte para el año venidero. “Tradicionalmente, el caganer se representa vestido con faja y barretina pero con el paso del tiempo la figura ha ido evolucionando y actualmente se crean modelos de personajes célebres como políticos, actores, músicos o futbolistas, así como caganers dedicados a poblaciones concretas, tradiciones lejanas, oficios o animales”, nos ilustra la web Caganer.com. Y uno de los diseñadores explica, en un video precioso, cómo modelan las figuras “asegurando de poner mucho barro aquí, para que nos salga bien el culo” antes de llevarlo al horno y que la greda pueda cocinarse. Finalmente, cada figura es pintada a mano. Para hacerle honores al presente global, hay diseños variopintos. Como estos catalanes son gente informada, existe un flamante caganer de Javier Milei. Siguiendo la línea presidencial, también hay otro del presidente mexicano Andrés López Obrador o del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. A la galería se suman Messi erigiendo la Copa Mundial sobre su cabeza, el delantero Kylian Mbappé e incluso el defensor Gerard Piqué, que viene acompañado por su ex Shakira. En tren de homenajear celebrities, también es posible adquirir un caganer de Barbie o de Elon Musk. Esta tradición se ha extendido a Murcia, Nápoles y Portugal cuyo nombre se convierte en “cacones”, “pastore che caca” o “i cagoes”.

Al horno

Hay un juguete muy singular que está haciendo furor entre las infancias en Estados Unidos. Y que consiste en una especie de fórmula mágica que convierte una masa de polvos de colores en un criatura parecida a un perro, un gato o un conejo (según como se la mire) que huele a canela. Y es que este bicho, llamado Cookeez Makery, tiene además una dimensión, digamos, gastronómica. Porque para que la masa se transforme en un peluche adorable de ojos tiernos, hay que meterlo en un horno durante 90 segundos. No cualquier horno, claro, sino uno que se compra junto con el Cookez y que, como el doble fondo de la galera de un mago, hace un cambio durante la “cocción” para que el juguete aparezca como por arte de magia. Adrienne Appell, a cargo de las comunicaciones de marketing de The Toy Association, artífice del invento, dijo que el juguete es atractivo porque les da a los niños la capacidad de emular a sus padres en la cocina. “Están cocinando como mamá”, dijo. “Pero en lugar de una galleta, obtienen su propio amigo mágico”. El juguete se inspiró en toda la repostería realizada durante la pandemia, dijo Ronnie Frankowski, presidente global de la empresa. Muchos de los diseñadores de la marca se pasaban el día cocinando y comenzaron a pensar en formas en que un juguete podría evocar esa experiencia. El Cookez no se recicla. Es decir, sólo sirve para ser cocinado una vez. Por eso los creadores del juguete han diseñado diversos modelos del peluche coleccionable.

Té inglés

El té quizás haya sido más que una tradición para convertirse en una bebida milagrosa. Así lo asegura un artículo reciente en Review of Statistics and Economics donde la economista Francisca Antman de la Universidad de Colorado, asegura que la explosión del té como bebida común a finales del siglo XVIII en Inglaterra salvó muchas vidas. Y es que la simple práctica de hervir agua para preparar la infusión, en una época en la que la gente no entendía que las enfermedades podían ser causadas por patógenos transmitidos por el agua, puede haber sido suficiente para evitar que muchos murieran. La demografía inglesa de esta época ha planteado durante mucho tiempo un enigma para los historiadores. Entre 1761 y 1834, la tasa de mortalidad anual disminuyó sustancialmente, de 28 a 25 por cada mil personas. Incluso la tasa se mantuvo baja en pleno auge de la revolución industrial. “Con la gente que viene a las ciudades a trabajar, uno esperaría, dado el nivel de saneamiento que tenían, que el gran asesino fuera el agua. Y sin embargo, eso no ocurrió”, dice Antman. La idea de que el té podría ser el eslabón perdido aquí, gracias a la necesidad de hervir agua para una preparación adecuada, había sido planteada por los historiadores en el pasado, ya que es sabido que el agua hirviendo mata las bacterias que causan enfermedades diarreicas. “Yo diría que aún no es un debate cerrado”, considera la economista, que sigue buscando pistas para confirmar su hipótesis.

Las aventuras del Gran Duque

Los habitantes del Lower East Side de Manhattan se han encontrado con un par de ojos que los miran fijamente, pegados a la ventana: una criatura enorme, alada e imponente. Después de un pequeño susto, hay quien considera que la visita es un buen augurio porque se trata de un ciudadano ilustre de Nueva York. Si bien es oriundo del Central Park, a unos diez kilómetros del Lower East Side, se sabe que en los últimos meses decidió ampliar el espectro. Se llama Flaco y es un búho de gran porte, una especie conocida como “búho real euroasiático” o “gran duque”. Desde febrero, está viviendo en estado salvaje después de huir del zoológico del Central Park. Allí fue una gran atracción durante trece años. Pero una noche, su enorme jaula fue vandalizada y Flaco se escapó. El zoológico intentó recapturarlo varias veces hasta que lo dejaron tranquilo. Así es cómo Flaco hizo del Central Park su nuevo hogar y comenzó a cosechar gran cantidad de fanáticos que lo iban a visitar, apiñados alrededor del roble donde a menudo posaba su augusta buhez. El problema es que hace unas semanas, en la zona se corrió una ruiosa maratón y Flaco decidió mandarse a mudar. Los búhos grandes (y el búho real euroasiático es el segundo más grande del mundo) pueden recorrer varios kilómetros sin problemas, ya sea para buscar comida o para alejarse de gente que no sabe guardar las formas. “Hay consenso en que el maratón podría haberlo ahuyentado”, dijo Ron Lugo, un ávido observador de aves que ha estado siguiendo las huellas del Flaco desde su famosa fuga, refiriéndose a una carrera de noviembre que atrajo a 50 mil corredores, multitudes y fuegos artificiales. Flaco comenzó a ser visto entonces por Lower East Side, encima de una aire acondicionado o fisgoneando a través de las ventanas para ver cómo andan los vecinos. Luego desapareció también de allí. Una teoría fue que amplió aún más sus territorios en busca de amor, al igual que otros búhos en esta época del año. Si bien es el único de su tipo en estado salvaje en América del Norte, puede aparearse con búhos de una especie diferente. De hecho, un gran búho hembra, apodado Geraldine, ha estado residiendo en el parque durante más de dos años. Los días pasaban y no había noticias: las redes sociales estallaron en mensajes de preocupación porque un búho solo en Nueva York se las puede ver difíciles. Sin embargo, Flaco ha vuelto como si nada a su roble de Central Park. Impávido, prefirió no hacer declaraciones.