"La poesía no se vende/ porque/ la poesía no se vende", escribió Guillermo Boido en un poema de otro siglo que bien podría actualizarse en el jazz que por estos tiempos se hace en Argentina. Esa predisposición a no pagar formas de curso legal de notoriedad y  consumo con cálculo y desmedro creativo, es lo que  hace del jazz, en muchos casos, una música única en términos estéticos y superior en términos éticos. Sin embargo, más allá de la ebullición artística en movimiento, en lo estructural lo más reciente del jazz de acá no presenta grandes cambios respecto a años anteriores, por lo que un balance se convierte en un trabajo de elaboración de variaciones sobre el tema de siempre: un público fiel pero limitado; una música compleja en busca de oyentes; asimetrías entre nivel de información y calidad artística contra las dificultades de producción y distribución. Invertidos, retrogradados, segmentados, combinados, modulados, estos argumentos generales se repiten, hechos frases que resuenan como un mantra. 

Con más o menos sentido épico, lo bueno y lo variado siguen diciendo cosas en nombre del jazz. Clickeando con fe se puede encontrar en las plataformas. Ahí está. Quien quiera oír, que oiga.

Pianos al frente

En los numerosos discos que dan cuenta de la actividad del año que pasó, el dominio de los pianistas se prolongó con trabajos notables. Solo piano en Rosario (Twitin Records), de Leo Genovese, es un registro tomado de un concierto en Rosario en diciembre 2022. El pianista de Venado Tuerto, figura importante del jazz internacional, traza un recorrido que a través de los más refinados estilos del género, vigorosamente destilados en uno propio, avanza sobre standars clásicos, de Lennon y de Spinetta, con el desparpajo y la alegría de quien sabe que está haciendo travesuras.

También Ernesto Jodos sacó este año un solo piano. Durmientes se llama el disco que editó BlueArt con el registro de un concierto en el Centro Cultural Borges de Buenos Aires. Un relectura que juega sobre el nervio de “Round Trip”, de Ornette Coleman, y una larga paráfrasis de músicas de Bud Powell y Thelonious Monk, dan cuenta de los ascendentes estilísticos que Jodos, con imagineria armónica propia y lenguaje personal, despliega con implacable sentido de la improvisación. El infatigable sello rosarino publicó también Esperando la lluvia, un trabajo en el que el pianista Pablo Sokolsky, con Fermín Suárez en contrabajo y Gustavo Telesmanich en batería, traslada su idea de silencio sobre músicas propias, reafirmadas con versiones de Keith Jarrett y Paul Motian.

Ernesto Jodos sacó un disco de solo piano.

De la escudería BlueArt son además Fuerza de Madre, trabajo en cuarteto con el que el pianista Mariano Ruggieri afirma su estilo sutil y fibroso, y Benarés, otro disco en el que Carlos Casazza, al frente del quinteto que completan Ernesto Jodos en piano, Inti Sabev en clarinete, Mauricio Dawid en contrabajo y Carto Brandán en batería, pone la guitarra en lugares de plácida energía jazzera. 

Dos sellos neoyorquinos prestaron atención a la musica de pianistas argentinos. 577 Records publicó Una pregunta, tres respuestas, otro gran disco con música propia de Eduardo Elía, en trío con Maximiliano Kirszner en contrabajo y Nicolás Politzer en batería. Ears & Eyes hizo lo propio con Resonancias, el notable trabajo en el que Julián Solarz -con Lucas Goicoechea en saxo alto, Inti Sabev en clarinete, Juan Filipelli en guitarra, Hernán Cassibba en contrabajo y Carto Brandán en batería-, se sitúa en torno a la música de Federico Mompou. Este disco tiene además su edición europea a través del sello catalán Microscopi. Nataniel Edelmann, por su parte, sacó un disco de músicas propias, paisajes abstractos de sutil potencia, junto a Michael Formanek en contrabajo y Michael Attias en saxo alto, para el sello portugués Clean Feed Records.

Martín Robbio lanzó Lo azul del fuego (Kuarup Musica),  junto a Federico Siksnys en bandoneón, Juan Bayón en contrabajo, Nicolás Politzer en batería y Jorge Pemoff en percusión. Javier Burín debutó con Escenarios (Los años luz), un disco en trío que desde el primer track, con la metamorfosis del clásico "Night & day" hacia el original "Night & Night" da cuenta la pasta de la que está hecho el joven pianista. Marco Sanguinetti dio a luz Diez. Una escritura musical colectiva, un disco-libro que incorpora la mirada de cien ilustradores en torno a la enérgica música del disco, en un trabajo dirigido por la diseñadora e ilustradora Laura Varsky. Juan "Pollo" Raffo apeló al lado más eléctrico de su interminable imaginario sonoro para La falacia del espantapájaros (Club del disco), el sexto volumen de la serie Música de Flores

Con sello del mundo

La renaissance eléctrica de los '70 dio espacio también a Versus (Club del disco), con Esteban Sehinkman en teclados, Pipi Piazzolla en batería, Gustavo Musso saxo y EWI y Mariano Sívori en bajo, disco que de alguna manera es el preludio del aplaudido Escalectric (Warner Music), el álbum con el que el sexteto Escalandrum celebra 25 años de andanzas.

Escalandrum celebró 25 años de trayectoria 

Del saxofonista Luis Nacht salió Curanto (Club del disco), un recorrido crudo y hermoso por músicas propias, que en los serenos pliegues de una elaborada rusticidad free revela la conexión esencial y abierta con un grupo que completan Mariano Otero en contrabajo, Carto Brandán en batería y las guitarras de Patricio Carpossi y Juan Pablo Arredondo. En la linea de la abstacción, en este caso con trabajada densidad instrumental, el saxofonista Matías Formica sacó Destellos de un juguete inalcanzable, con Lucas Albarracín en corneta, Juan Ignacio Macchioli en saxo alto, Jona Schenone en contrabajo y Sebastián Stecher en batería, para Ears & Eyes. 

Atento a lo que pasa en el jazz argentino, el sello norteamericano editó además Tiene que llover, del contrabajista Mauricio Dawid. Y en Austria, donde vive, el guitarrista Martín Iaies grabó New Beginnings, con el saxofonista británico Julian Argüelles, por el mismo sello.

En el horizonte de la canción, Roxana Amed y el pianista finlandés Frank Carlberg, abordaron el universo poético de Alejandra Pizarnik en Los trabajos y las noches (Sony Music). También de canciones originales está hecho Los árboles míos, de Elenora Eubel, una trama americana que revitaliza un tiempo antiguo con sensibilidad y agudeza. Desde otro lugar de lo antiguo, sobre las posibilidades del swing y la big band, Elisabeth Karayekov le encontró la vuelta en un atractivo modelo de show.

Sin fronteras

Este año, con la prudencia que recomienda una economía inestable, se reactivaron las visitas internacionales. El extraordinario saxofonista Joshua Redman ofreció cuatro conciertos en Bebop Club, que seguramente quedarán como lo mejor del año. Junto a Philip Norris en contrabajo y Nazir Ebo en batería, Redman desplegó lo mejor del arte del trío sin piano -sobre la huella del Sonny Rollins de Way Out West- con una técnica formidable y una musicalidad infinita. 

El espacio de Uriarte 1658 fue un foco importante del género. Por ahí pasaron, en general acompañados por notables músicos de acá capitaneados por el infatigable trompetista Mariano Loiácono, artistas de la talla del baterista Carl Allen –que actuó con un quinteto que incluyó al pianista Donald Vega y la contrabajista Liany Mateo–, el trombonista Robin Eubanks, los pianista Benny Green y Anthony Wonsey, la saxofonista Melissa Aldana, el saxofonista George Garzone y las cantantes Eve Cornelius y Mary Stalling, entre otros. 

El colectivo Snarky Puppy llegó al Luna Park, en el Teatro Broadway tocó el sorprendente pianista de origen armenio Tigran Hamasyan y en Prez Jazz & Music Club el formidable pianista cubano David Virelles animó la celebración de los 30 años de la disquería Minton's. Con corrección franciscana, el Festival Internacional de Jazz de Buenos Aires abrió espacios para la escena local y propuso a Fabrizio Bosso con Julian Mazzariello, el pianista español Moisés Sánchez y la flautista española María Toro. 

Fue también el año del adiós a Carla Bley, Tony Bennett y Wayne Shorter y de la bienvenida a Por qué escuchamos a Luis Armstrong (Gourmet Musical), un libro en el que Sergio Pujol combina afecto doméstico y profundidad de estudioso en un recorrido delicioso por la música del gran Stachmo.