No quise estar acá el 10 de diciembre, y me fui a un bosque. Hubo un tiempo, en el que leía bastante sobre la Edad Media, en el que me impactó que de “bosque” viniera la “emboscada”. Ese ataque sorpresivo y sanguinario del que a las víctimas les es difícil salir. Facilitado por la geografía, en una etapa histórica previa a la creación de las naciones, cuando el estado de guerra era permanente. Tender una emboscada tiene mucho de vil, de villano, de canalla. La emboscada no es una pelea frente a frente, una competencia. Es un truco. Malas artes.

Pero me fui al bosque para calmarme, porque el sonido ahí tiene un efecto fuerte para mí, que normalmente ando siguiendo las noticias del día hasta que se arma alguna trama. El sonido múltiple y diverso del bosque es un silencio hablante, como la conciencia. O como el espíritu.

No soportaba la entronización de Milei. Me habían quedado zumbando las palabras de Riquelme a su hinchada: si votan a Macri no votan más. Yo escuché Macri y escuché Milei. Era mafia más fascismo articuladas para el intento de una reforma constitucional de facto. La eliminación del Estado en sí misma subvierte lo que entendemos como nación. El DNU y su ley bondi subvierte lo que entendemos como nación.

Como argentina politizada desde muy joven, tengo un umbral bastante alto de frustración, pero como les pasó a muchos, esto ya materializado en su ambición de perpetuidad me resulta inconcebible. Milei sorprende por su modo, pretendidamente colosal, pero no cabía duda de que su modo sería fascista. Lo sabíamos. Hubo dos campañas antidemocráticas que todavía me pregunto cómo fueron admitidas. La de Bullrich, ofreciendo la eliminación del 30 por ciento del electorado, y la de Milei, con su motosierra. Un símbolo fálico que se prolonga en todo lo que hace, como si el volumen y la ira fueran una medida de algo que, elemental watson, carece. Actuó de rebelde que iba a partir a la casta, y terminó a la semana serruchándole el piso al pueblo y pretendiendo que le tiren uvas en la boca.

Que Milei era facho lo supimos por su odio, por sus vínculos con Revolución Federal, por su misoginia, por su alineamiento con Trump, y Vox, y los Bolsonaro y Musk y Zelensky y todos esos, por los austríacos que adora, por la rabia estomacal que exhala cada vez que dice “justicia social”. Es facho por meternos de lleno en la Otan cuando está en guerra y por ser un maleducado con presidentes extranjeros “del eje del mal”, ese cliché hartante en un mundo en movimiento, en el que los Estados que admira Milei y con los que se alinea matan niños a destajo en Gaza, y porque es, como dice el Papa, un falso profeta. Todo esto se veía muy claramente desde afuera de la televisión y las redes.

No existe el puente entre Milei y los hombres y las mujeres y los niños y los ancianos que ataca. Milei no tiene cuerpo. Su campera negra y turquesa la viste un avatar. En ese videojuego, un trabajador es una mercancía, una cosa, un objeto, un número, algo. Como los indios o los armenios o los judíos o los palestinos. A los grupos étnicos, religiosos, políticos o de género seleccionados como chivo expiatorio para purgar una sociedad en crisis en cada genocidio, en la Argentina se agrega la clase trabajadora, que debe volver a ser esclavizada y despojada hasta de su nación, y su reemplazo en la base por los sectores medios, que serán la nueva pobreza. Si se cumpliera lo que quiere Milei, estaríamos dando el visto bueno a un genocidio social. Concreto y planificado: jubilados sin remedios y niños sin leche más un ejército de sin techo hostigados sin parar por la policía.

Uno confirma que es fascismo puro y duro, aplicado contra los sectores bajos y medios, y que al mando no está solo Milei: está Macri, Bullrich, Magnetto, Lewis, el Partido Judicial, los nostálgicos del genocidio, las trasnacionales, Stanley, Blackrock, Elon Musk, es decir: todos los protagonistas de la decadencia y el obsoletismo de la parte del mundo que cae, como Roma en su decadencia, con un desinterés orgiástico en la condición humana.

No hablo de los libertarios, que son una mínima parte de este fenómeno atroz. Pero el mismo ritmo de locura mesiánica y despectiva de Milei para con la gente, acelerará enormemente la ruptura del hechizo tecnológico. Habrá un desencanto furioso, porque será el de los que ya no tendrán nada que perder. Y cuando todos te abandonaron y ponés tu última ficha en alguien que te promete dar vuelta el país como un guante, y resulta que vos eras la pelusa, no sabemos qué tipo de rabia genera.

Espero que los legisladores que puedan sentirse atraídos por el olor a menemismo, incluidos sus favores dadivosos, no se arriesguen a quedar pegados en algo que tiene un condimento que lo separa, paradójicamente, de Menem: la violencia política puede alcanzar niveles impredecibles. Todo lo que no sea poner lo propio para detener esta aventura caligulesca, no será olvidado ni perdonado, nunca.